sábado, 20 de agosto de 2016

El gato montés


La pareja de gitanillos, enamorados entre sí, bailando para obtener unas monedas de los que van en el coche de línea.

¿Serán las calores de agosto las causantes de que haya disfrutado de "El gato montés" (Rosario Pi, 1935)? Es una versión de una opereta que arranca en plan muy cómico, siguiendo los trapicheos de una pareja de gitanillos -Juanillo y Soleá- y acaba como un dramón de muy señor mío registrando sus trágicos amores. Ella dice que lo ha querido desde pequeña a él, aunque creo que es lícito que el espectador albergue ciertas dudas, porque se va a vivir con un famoso torero.
Juanillo le ofrece un pajarito a Soleá a cambio de un beso.

Es la segunda película de la época de la República que veo en poco tiempo que empieza presentando mediante extractos de planos posteriores a los diferentes actores, escribiendo qué personajes interpretan, un procedimiento que veo que me gana irremisiblemente para la causa. Quizás la parte que mejor se sigue es la primera, pese a lo impostado de los diálogos graciosillos que les hacen decir en sus correrías a los niños (y luego ya adultos tras una secuencia de sucesivos raccords haciéndose mayores, encadenando sus andares a dúo por un camino), aunque en la trágica segunda parte, ya en el cortijo del torero, los secundarios cómicos se marcan una divertida canción sobre la vocación de actriz de la chica, con un estribillo que dice algo así como "Ahí va la peli-peli-peliculera; allí va la holly-holly-hollywoodera", que la debió hacer muy popular.
El torero y su cuadrilla en su posada.

Juanillo "se pierde pa toa la vida" convirtiéndose en perseguido bandolero, y entonces la película es el reino de los claroscuros, con la cámara desde el exterior de la plaza de toros viendo el paseíllo y luego ya dentro la corrida, planos sincopados del momento trágico, escenas como la de la procesión contempladas nada más que en sus sombras sobre la pared de la cárcel, picados osados, final que de tan trágico y bien encuadrado hace reír, etc. En general, gana en exteriores (esos recorridos en coche, por ejemplo, por carreteras arboladas) lo que salvo excepciones pierde en interiores, con escenas menos frescas.
La pareja de secundarios cómicos evolucionando en el cortijo.

Voy viendo que tienen razón quienes apuntan formas a Rosario Pi, pionera directora del cine español, y quienes lloraron la desaparición de un cine muy popular que, entre muchas españoladas, conservaba escenas de muy buen hacer. Por muy mal que interprete su actriz a Soleá, cosa que también tiene su gracia.
Los amores trágicos. La reja no es de la cárcel, sino del cortijo.

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