miércoles, 10 de agosto de 2016

Carne de fieras


Dentro de la vena arqueológica de la que me han acusado por aquí, hoy le ha tocado su turno a la visión de "Carne de fieras" (Armand Guerra, 1936). Pese a los ditirámbicos textos que se han llegado a escribir de la película, conviene dejar claro que se trata de un producto infumable... salvo por alguno de sus elementos.
El primero que salta a la vista es, claro está, la naturalidad con la que presenta los desnudos de su protagonista, a la sazón una artista francesa de circo (personaje real, por otra parte) que aparece cubierta con sólo un taparrabos haciendo su número en la jaula de los leones.
Una segunda es cómo surgen en su trama una serie de temas (adulterio, divorcio, incluso alguna que otra presencia de desigualdad social -muy light y bastante desenfocada, eso sí-) que tardarán muchos años en reaparecer por las pantallas.


Se la incluye como cine anarquista porque ésta era la ideología de su director, un personaje que se pateó y trabajó por media Europa que, por lo que he leído, merecería un seguimiento especial, y porque el rodaje se completó una vez declarada la sublevación militar gracias al sostén de unos sindicatos del espectáculo dominados por los anarquistas. Pero en realidad, de anarcosindicalista sólo tiene la película la aparición de un par de milicianos patrullando con sus mosquetones por las calles de Madrid justo detrás de donde en una escena de exteriores el boxeador protagonista y su chistoso ayudante toman unas cervezas. El boxeador buenazo (con bastante cara de bobo), por mucha conmiseración social que muestre (se pasa media película haciendo arrumacos al niño recogecolillas que acoge en casa), tiene una sirvienta en casa, por ejemplo.


Cinematográficamente la cosa empieza prometedora, con una presentación de los actores en los títulos de crédito digna de una buena película llena de diseño art-decò, pero luego (es posible que debido a tratarse de una película inacabada, que no se pudo recuperar hasta que lo hizo la Filmoteca de Zaragoza en 1992), es un conjunto de secuencias deslavazadas una tras otra (hasta una en una supuesta playa en la que las olas de la orilla se ven fijadas por una buena mano de pintura sobre la pared), y sólo he detectado un curioso raccord entre unas piernas pisoteando unas flores y, en la escena siguiente, evolucionando en el ring en un combate.
Dos graciosos bastante lamentables (Picatoste y Perragorda), otro pirao que parece que encarnaba como actor el mismísimo director, frases altisonantes sobre todo dichas por un niño ("No te pierdas por una mala mujer"), números insufribles de cabaret con caras de extasiados entre los asistentes y los números de circo con la francesa a pelo, sólo defendida de los leones por el látigo del domador. Si alguien se atreve con el potingue, o siente curiosidad con alguna de esas piezas, aquí está el enlace:

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