lunes, 22 de agosto de 2016

La calle sin alegria


El maestro Joan Pineda, ya ante el piano, mientras el público espera el inicio de la sesión. En la Filmoteca, los domingos, suelen ofrecer gratuitamente el diario Ara...
Ésta es la calle sin alegría de la escena inicial. Siempre contemplada de noche, con su bruma.
La cola nocturna para poder comprar a la mañana siguiente un pedazo de carne.
El siniestro carnicero, "príncipe de la calle".


Antes de la sesión de ayer en la Filmoteca con “La calle sin alegría” (Die freudlose gasse, George W. Pabst, 1925), Joan Pineda me explicaba cómo preparaba el acompañamiento al piano que iba a hacer, que no difería del de cualquier otra sesión similar. Aproximadamente: Busca la idea general de la película, y la asocia a algún fragmento musical, que será el que, con diversas variaciones, acompañe todo el film. Como el público del cine mudo está muy perdido, añadió, intenta facilitarle su visión y comprensión. Así, asocia cada personaje principal a una música, que repite en cada ocasión en que vuelve a aparecer.
La auténtica protagonista, la mirada perdida -repetida unas veinte veces, a la que se preste la mínima ocasión- de la Garbo.

Pese a los esfuerzos del maestro Pineda, y a haberme mantenido sorprendentemente muy despierto durante su larguísimo metraje (¡Dos horas y media en la copia de ayer!), a su mitad estaba bastante perdido y algo desanimado: Poco fisonomista, había confundido personajes entre sí, y me estaba cansando de tanta exageración interpretativa, del trazo grueso que –al contrario que otros films de la misma época- dominaba. Un corte de la proyección debido a una falsa alarma en el edificio arregló las cosas. El trozo final de la película, con su latido de revolución social y sus trozos definitivamente “escandalosos” para la época, la recondujeron de nuevo a la intensidad que –por otros motivos- acusé en su primera parte.
No todo son ambientes sórdidos. Los ricos y especuladores van a salones mundanos y restaurantes de postín, mientras entretejen sus intrigas amorosas y financieras. Y en la misma calle vive la familia burguesa, venida a menos -como corresponde a la tormentosa Alemania de entreguerras- del personaje de Greta Garbo. Para superar la deporeciación de las acciones compradas por su padre ella comienza por alquilar una habitación del piso familiar a un soldado americano de la Cruz Roja, que ha ido a analizar la miseria vienesa.
Un abrigo de pieles que sigue los vaivenes de la bolsa. Y una alcahueta con gran éxito.

Pero es verdad que la copia vista (con treinta minutos más que cualquier otra vista hasta el momento) tiene algo de puzzle de fragmentos descompensados. Reconstruida a través de trozos recuperados de diferentes filmotecas, mantiene calidades de imagen, texturas e incluso colores diversos. Y, pese a ser tan larga, con sus en ocasiones bruscos cambios de escenas y su final, da la impresión de que aún deben faltarle escenas, como, por otra parte, indica ese fotograma congelado, de tres bellezas de cabaret desnudas, en lo que debe ser un número de espectáculo, que aparece en dos momentos concretos.
Esta imagen no aparecía en la película, pero se atribuye a ella por internet. Puede ser. En las escenas finales el público bienestante acude a un espectáculo escandaloso, mientras la gente se muere de hambre, lo que ocasiona casi una revuelta popular.
Y ésta es la foto que, a falta de la secuencia correspondiente, aparece en el montaje de la película vista.

Rodada en interiores y exteriores decorados, esta película que aparece destacada en todas las historias de cine presenta un mundo de crápulas especulando en la bolsa (arrastrando en su cruel juego a algún alma inocente) y divirtiéndose mientras las mujeres sin posibles deben prostituirse para llevar algo de comer a sus hogares. Y los amagos de una revolución social. Dio a conocer, por otra parte, a una desconocida Greta Garbo, toda miradas lánguidas, luciendo tipo y ojazos.

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