miércoles, 24 de agosto de 2016

Las bodas de Blanca


Debe ser una película incendiaria. Hace poco Marcos Ordóñez comentaba que vio como la gente que salía de su sala de estreno en Barcelona estaba dispuesta a quemar el cine. Me sorprendió, porque yo tuve una experiencia parecida en Lérida, donde viví durante un periodo del servicio militar. "¡Habría que quemar el cine!" Eso gritaban diez o doce espectadores que se quedaron hasta el final en la sala en que la proyectaron, haciendo golpear los asientos de madera sobre sus respaldos, que volvían a caer haciendo doble estrépito... Y anoche, al acudir a ver qué decía el propio Francisco Regueiro de "Las bodas de Blanca" (1975) tras verla por televisión, leí como explicaba que era "una película absolutamente libertaria, en la que nos metemos en una estructura infernal, claustrofóbica, atrevidísima, donde el tiempo se dilata de una forma exagerada, atroz. Mira, no entiendo cómo no quemaron el cine en el año 75, porque esta película se adelantaba con mucho a su tiempo" (entrevista de Carlos Barbachano en libro de la Filmoteca Española, 1989).
Había acudido al libro para ver si a alguien le había pasado como a mí, que a la primera de cambio, con sus protagonistas en la estación, vi un problema de casting en la película, y resulta que Regueiro en la entrevista no se cansa de lamentarse por ello, porque se ve que Frade, el productor, le obligó a contar con Concha Velasco y Javier Escrivá en vez de los Laly Soldevilla y José Luis López Vázquez para los que estaba escrita: "los personajes están contra esos físicos, de esos actores. (...) la estrella es imposible que intente simular, por muy bien que lo haga, su condición de estrella. Y, sin embargo -y por fortuna-, los personajes que encarnan Pepe Calvo, Charo Soriano, Isabel Garcés, Paco Rabal, funcionan de una forma perfecta, su credibilidad es muy grande, llegas a conectar con ellos... Tienen algo muy importante a su favor, que es la fisicidad: expresan muy bien con su cuerpo, con su rostro, con su mismo físico, el personaje que encarnan (...) mientras que Blanca y José, a pesar del enorme esfuerzo que hacen Concha y Escrivá por resultar convincentes, no lo consiguen, no pueden conseguirlo, son -insisto- estrellas. Se mueven como estrellas, se sientan como se sienta una estrella (...). Cuando aparecen ellos, la película se enfría, uno se aleja de ella. (...) Enfría lo que tendría que ser tierno, entrañable, fluido. (No pueden) entrar a formar parte de un plano general sin llamar la atención."

Con detalles de humor (la voluble monja que encarna Isabel Garcés, esa otra monja negra que se pone las botas comiendo y a quien la niña intenta ver a qué sabe y borrar su color), presentando un Burgos insólitamente vacío (catedral incluida) como esencia de la provincia, con los horrorosos "pasos de TV" en una banda sonora que reclamaba a gritos sonido directo, sus tunos cantando el 'clavelitos'en el frío ambiente de la comida "de bodas", con esa desgarradora historia detrás sobre esa mujer que persigue una maternidad que ve que se le escapa, es una película que, con la mala leche de Regueiro, pinta de forma ácida, desagradable, un ambiente inseparable del año en que se produjo: 1975, el de la muerte de Franco.
Después del consiguiente fracaso del film, Regueiro estuvo muchos años sin rodar, hasta que con Ángel Fernández Santos, con quien había hecho por primera vez el guión de ésta, hizo las películas de más éxito de su singular carrera.

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