viernes, 12 de enero de 2024

Ante un espejo oscuro


Las películas de Julio Lamaña (y Ricardo Perea) son bastante imprevisibles, porque por mucho que te digan cual es su tema, acaban abordando aspectos impensables. Ayer se pasó en la Filmoteca su “Ante un espejo oscuro” (2023), y me dio la impresión de que nos ofrecieron con ella su obra más potente y sólida.
Película a la vez áspera como pocas, Emma Fernández la calificó en la presentación de “propuesta descarnada”. En su mínima presentación previa, Lamaña enfocó muy claramente las intenciones de ambos autores al hacerla. Comentó que se trataba seguro de una película colombiana difícil, muy arriesgada, al no posicionarse diciendo dónde está el bueno y dónde el malo, y que intentaron hacer ver que entre la víctima y el victimario la separación se hace en ocasiones muy difusa. Con tristeza hay que reconocer que lo consiguieron: todos, tanto los que pasaron por la guerrilla como los que participaron en el ejército o con los paramilitares aparecen como víctimas de una violencia que ha dejado una marca brutal.
También explicó la procedencia del título, que no es otro que un verso del poeta colombiano Raúl Gómez Jattin, que explica la dificultad de uno mismo de reconocerse, en ocasiones, al mirarse en un espejo.
La primera secuencia nos ofrece el relato oficial, grandilocuente. Una visión insólitamente vacía (Julio Lamaña explicó luego en el coloquio que se debía a estar rodada durante el confinamiento) de la Plaza Bolívar de Bogotá se detiene en las estatuas de los prohombres (todo sea dicho, convenientemente cagadas por las palomas), las frases altisonantes (“Las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad”) o los símbolos militares alegóricos, todo profusamente acompañado por una pomposa música, el himno colombiano algo distorsionado. Un apabullante edificio oficial aparece entonces cubierto por un velo negro, que ondea al viento. De alguna forma, parece que nos estén diciendo que ese, apartado, no será en absoluto el relato del film.
La película emprende entonces un largo viaje, representado por sucesivos planos, muy bien engarzados, dando impresión de progresión, captados desde un vehículo que circula por una carretera cada vez más secundaria. Vamos alejándonos de la ciudad hasta llegar a una distante zona total, aisladamente rural, que deducimos corresponde a las del norte del país, las más afectadas por los años y años de conflicto.
Es de noche y en la pira de un arenal prende un potente fuego. Otra mano echada en el coloquio por Julio Lamaña nos hizo ver esta hoguera como una mítica, alrededor de la cual surgen, catalizados, todos los relatos. Al parecer, cuando fue a una de las zonas filmadas, se encontraron con todos los habitantes de la pequeña aldea rodeando un fuego y vertiendo historia tras historia.
Uno de estos relatos aparece entonces en la banda sonora. Se trata de un relato que realmente debe impresionar oído a la vera del fuego. En él se vive el miedo atroz que sacudió a un pobre perro, una noche, por la zona. Es ese perro visto solo por la imaginación del espectador la primera víctima de la película.
Julio Lamaña cuelga de tanto en tanto en su muro de Facebook unas fotografías que va sacando por los lugares más diversos, a las que titula invariablemente, con mucho sentido viendo lo que muestran, “Escenas de la lucha cotidiana”. Pues bien, tras el relato del perro, la banda sonora empieza a verter una serie de historias, relatadas por sus protagonistas, que, en su inicio (luego exceden del todo lo esperable) podrían entrar bajo ese epígrafe. Se trata de relatos de maltratos diversos, que, de alguna forma, justificarían la entrada en su día de los que relatan, empujados por el ansia de acabar con esos maltratos, en algo tan salvaje -y como ellos mismos cuentan después tan erróneo y aún peor, de lo que ya no se sale-, como ciertas guerrillas. Otros, más adelante, narran el camino que los lleva a meterse en un grupo militar. Unos y otros explican luego historias de una violencia sin límite, que dejan derrotado a cualquiera.
He dicho la banda sonora porque, siguiendo la norma de todas sus anteriores piezas, Lamaña y Perea montan aquí las historias en la banda sonora… con unas imágenes que no les corresponden, si bien riman muy bien en la mayoría de los casos. No es que las imágenes no comporten sus propios sonidos. De hecho, en ésta han llevado a la perfección el tratamiento de los sonidos naturales -grabados sincrónicamente o mezclados luego con sabiduría: eso es lo de menos- de las imágenes que vemos, viento, pasos de los personajes observados, ruidos de la naturaleza, etc. Pero a ellos se superponen los aterradores relatos, en un tono despojado de dramatismo, por el despojo al que se llega por la acumulación, de las víctimas de uno y otro lado, producto cada uno de ellos -otra información del coloquio- de una larga grabación que duraba originalmente toda una mañana.
En esta película hay al final, no obstante, por primera vez, una escena con completa coherencia imagen y sonido. Se trata de un viejo cantante que, tocando su tronada guitarra, canta con su ronca voz lo que bien podía ser un resumen, el resultado de las atrocidades oídas en el film: muertos y más muertos.
Ahora no recuerdo si el viejo cantante consume la última escena o ésta corresponde a una serie de planos de la ciudad, a donde, está claro, nuestros cineastas han regresado tras su viaje. Desde puntos elevados contemplan una ciudad con gente que vive -sin vivir- cada uno a su aire, como intentando permanecer ajenos a todo lo relatado previamente.
Tal como ha finalizado diciendo en el coloquio Julio Lamaña: hay una cierta tendencia actual a abrir un resquicio de esperanza aún en las historias más desesperadas. En nuestra película no existe. Porque no sabemos verla.



 

jueves, 11 de enero de 2024

I fidanzati

Los novios, en un momento difícil, en el baile

Hablaba del baile de fiesta de empresa en “Il posto” como antecedente del Forman checo, pero después he visto “I fidanzati” (Ermanno Olmi, 1963) y ésta, mucho menos conocida, se inicia con una preparación de un salón y posterior sesión de baile de antología.
La admiración no es únicamente por esta larga escena inicial, sino que se extiende a toda la película, y sobre todo a su primera mitad, en la que el protagonista, un obrero fundidor, viaja del norte -donde deja a su novia- a Sicilia, para trabajar un tiempo en las nuevas construcciones de un enorme complejo químico.
En esa primera parte, especialmente, sin acompañamiento de más música que la que surge en la propia escena representada y con los sonidos de ambiente, capta la atención de forma increíble, siguiendo la (no) adaptación del obrero a ese nuevo ambiente, ese país con pleno contraste entre su antigua tecnología y la nueva importada. Y si digo que me decae un poco la película por su mitad es porque aparece entonces una inocua musiquita de nivel de vida para acompañar el recorrido del protagonista por la ciudad, en pos de una pensión, ya finalizado el periodo de su estancia en el hotel donde se alojaba también el ingeniero que le ha captado.
Toda la película está repleta de transiciones. Una muy especial, que me ha gustado mucho y me recuerda a la que expliqué de “La piel quemada”, en su inicio, posee un raccord magnífico, trabajado por la música. Las otras corresponden en general a recuerdos del obrero especializado, que llevan finalmente a una correspondencia sublimada que habla de los dos, por fin, como “fidanzatis”

El salón de baile.

Yendo a buscar pensión, ya en Sicilia.

El lugar de trabajo.
 

Il Posto

Camino de la ciudad.

Candidato a un puesto de trabajo.

Colocación en la Oficina Técnica.

Esto de la reorganización obligada de las revistas de cine de casa me ha llevado a descubrimientos curiosos.
Así, por ejemplo, en el caso de “Esto de la reorganización obligada de las revistas de cine de casa me ha llevado a descubrimientos curiosos.
Así, por ejemplo, en el caso de “Il Posto” (Ermanno Olmi, 1961), que he vuelto a ver ahora, que la buena valoración crítica del realizador a partir de esta película no fue, en absoluto, universal y, a la vez, constatar cómo jugaba la ortodoxia ideológica del momento a la hora de calificar una película.
El que fuera quizás más “destroyer” en el sentido de valorar una película únicamente en función de su adecuación a una teoría marxista de manual, quizás fuera -voy viendo- Santiago San Miguel. En “Nuestro cine”, hablando de la película dejó escrito que estaba “centrada en personajes de la pequeña burocracia, donde -ausente una conciencia de clase- es difícil estructurar la realidad en forma crítica si no es recurriendo a una serie de elementos abstractos de difícil manejo”. Y, en un número posterior de la misma revista, añadía: “Con el tiempo, la valoración de “El empleo” bajará considerablemente, ya que descansa sobre la madurez y el logro casi completo de un estilo que refleja posiciones estético-ideológicas poco importantes y no demasiado actuales.”
Pero en “Nuestro cine” no fue únicamente Santiago San Miguel quien lanzase dudas de este tipo sobre la película, sino también nuestro estimado Joaquín Jordá, quien, enviado al festival de Venecia de 1961, escribía lo siguiente: “Como dirían los franceses, un ‘faux bon’ film. (…) Todo ello (su tema) podría haber dado lugar a una excelente película, pero no es así. En su afán de verismo, el film bulle de indicaciones, de detalles, de notas ambientales y sicológicas que pretenden incesantemente caracterizar a los personajes. En pocas palabras, por caer en la trampa del sicologismo, ‘Il posto’ abandona toda traza de construcción, de estructura. La interpretación, confiada a actores naturales,
mala. Especialmente la del protagonista, una catarata inagotable de ‘tics’ sobre un rostro básicamente inexpresivo, que sería explicable en un actor veterano, pero que en un muchacho de quince años sólo cabe imputar a una equivocada dirección de actores.”
A mí, desde su primera visión, siempre me gustó la película, que ahora sí convence a toda la críptica, pero es que ahora lo ha hecho más que nunca. Jordá, al que admiraba y con el que coordinaba en muchas cosas, tenía alguna que otra fijación -a favor o en contra- con respecto a determinados directores y filmes, que luego se han visto desproporcionadas.
Personalmente me convence desde ese arranque plenamente neorrealista -el despertar de la familia y el recorrido del joven protagonista camino de Milán, donde se examinará para acceder a un empleo en la administración de una empresa- hasta su lúcido final, pasando por cómo capta las reacciones y peripecias de su atontado protagonista, afrontando su primer enamoramiento y su tímida consolidación en la empresa y, sobre todo, la caracterización de ese entorno, culminando con una fiesta de empresa de fin de año que anuncia los bailes de los primeros Milos Forman.
Evidentemente, aún guardando en su seno de forma irrenunciable unas cuantas características esenciales, las formas y costumbres de las grandes compañías como la que presenta “Il posto” han cambiado radicalmente. Por edad, sin embargo, pude aún presenciar sus últimos resquicios sobrevivientes, y entonces contemplar la película es ir reconociendo cosas vividas, de regocijo en regocijo.” (Ermanno Olmi, 1961), que he vuelto a ver ahora, que la buena valoración crítica del realizador a partir de esta película no fue, en absoluto, universal y, a la vez, constatar cómo jugaba la ortodoxia ideológica del momento a la hora de calificar una película.
El que fuera quizás más “destroyer” en el sentido de valorar una película únicamente en función de su adecuación a una teoría marxista de manual, quizás fuera -voy viendo- Santiago San Miguel. En “Nuestro cine”, hablando de la película dejó escrito que estaba “centrada en personajes de la pequeña burocracia, donde -ausente una conciencia de clase- es difícil estructurar la realidad en forma crítica si no es recurriendo a una serie de elementos abstractos de difícil manejo”. Y, en un número posterior de la misma revista, añadía: “Con el tiempo, la valoración de “El empleo” bajará considerablemente, ya que descansa sobre la madurez y el logro casi completo de un estilo que refleja posiciones estético-ideológicas poco importantes y no demasiado actuales.”
Pero en “Nuestro cine” no fue únicamente Santiago San Miguel quien lanzase dudas de este tipo sobre la película, sino también nuestro estimado Joaquín Jordá, quien, enviado al festival de Venecia de 1961, escribía lo siguiente: “Como dirían los franceses, un ‘faux bon’ film. (…) Todo ello (su tema) podría haber dado lugar a una excelente película, pero no es así. En su afán de verismo, el film bulle de indicaciones, de detalles, de notas ambientales y sicológicas que pretenden incesantemente caracterizar a los personajes. En pocas palabras, por caer en la trampa del sicologismo, ‘Il posto’ abandona toda traza de construcción, de estructura. La interpretación, confiada a actores naturales,
mala. Especialmente la del protagonista, una catarata inagotable de ‘tics’ sobre un rostro básicamente inexpresivo, que sería explicable en un actor veterano, pero que en un muchacho de quince años sólo cabe imputar a una equivocada dirección de actores.”
A mí, desde su primera visión, siempre me gustó la película, que ahora sí convence a toda la críptica, pero es que ahora lo ha hecho más que nunca. Jordá, al que admiraba y con el que coordinaba en muchas cosas, tenía alguna que otra fijación -a favor o en contra- con respecto a determinados directores y filmes, que luego se han visto desproporcionadas.
Personalmente me convence desde ese arranque plenamente neorrealista -el despertar de la familia y el recorrido del joven protagonista camino de Milán, donde se examinará para acceder a un empleo en la administración de una empresa- hasta su lúcido final, pasando por cómo capta las reacciones y peripecias de su atontado protagonista, afrontando su primer enamoramiento y su tímida consolidación en la empresa y, sobre todo, la caracterización de ese entorno, culminando con una fiesta de empresa de fin de año que anuncia los bailes de los primeros Milos Forman.
Evidentemente, aún guardando en su seno de forma irrenunciable unas cuantas características esenciales, las formas y costumbres de las grandes compañías como la que presenta “Il posto” han cambiado radicalmente. Por edad, sin embargo, pude aún presenciar sus últimos resquicios sobrevivientes, y entonces contemplar la película es ir reconociendo cosas vividas, de regocijo en regocijo.

Listo para la fiesta de fin de año.

El soñado trabajo.
 

miércoles, 10 de enero de 2024

La Commare secca


Viendo ahora “La Commare secca” (Bernardo Bertolucci, 1962) puedes corroborar fácilmente la sensación que alcanzaba a los que la vieron en su momento, de estar a caballo entre dos formas de ver, sentir y hacer cine.
Con sus ladronzuelos, alucinado recluta y demás gente joven inmersa en la más grande miseria paseando por descampados junto al lecho de un inmundo río, yendo por zonas asalvajadas o con fondo de viviendas en construcción, te recuerda forzosamente por momentos a “Accatonne” (1961), como esa terraza de baile ribereña te lleva a “Mamma Roma” (1962), pues la impronta de Pasolini es aquí enorme, firmando como responsable del argumento y co-guionista junto a Sergio Citti y el mismo Bertolucci.
Desde su inicio pesco la intención de hacer poesía a partir de elementos de lo más basto, la cámara ligera, dejada ir a su aire, casi siempre en exteriores y un cambio estético brutal en los pocos interiores. De aspecto entrecortada, pasamos de los recorridos de unos a los de otros, todos ellos, figura, objetivo de la investigación llevada a cabo por la policía para esclarecer quién puede ser responsable de la muerte de esa prostituta cuyo cuerpo se ha encontrado junto al puente.



 

I delfini

Enfocada en primer plano sobre el fondo desenfocado de la piazza, la aparición de Fedora (Claudia Cardinale) tiene algo de limpio… y de sobrenatural.

De “I delfini”, la película de Francesco Maselli de 1960, con guión de Alberto Moravia, que aquí tuvieron en algún momento la ocurrencia de llamarla “Juventud corrompida”, me quedo, una vez más, sólo con su inicio:
Un narrador (lo vemos, y lo interpreta Gerard Blain, que por entonces ya había hecho Le beau Serge) habla de la fastidiosa vida cansina de los vacíos ricachones del pueblo, todos concentrados en la piazza de una ciudad de provincias italiana (por algún lado he leído que se trata de Ascoli Piceno: una razón suplementaria para seguir pensando en el viaje a la región de Le Marche) y nos presenta en contraste, “antes de que pase a ser uno de los nuestros”, dice, al personaje, Fedora, que interpreta Claudia Cardinale.
Ella, en primer plano con fondo de los soportales de la piazza, se dirige, cansada, a su modesta casa, donde se viste de estar por casa y descubre que allí está también, forzando la vista para cosiendo tirar adelante, su madre. Una escena esta última que liga con toda la fuerza del neorrealismo… al que se le ha sumado la fuerza visual de la Claudia Cardinale de 1960.
Luego, discusiones y juegos osados que ya pueden imaginarse, repetitivos, para hablar del nulo remedio de toda una clase social que, sin embargo, siempre se sale con la suya.

El café de la piazza, donde todos -propietarios de los cochecitos de delante- se conocen.


Fedora repartiendo cartas entre la jauría.

Y pasando a formar parte de ella.
 

martes, 9 de enero de 2024

Una vida difícil


No he encontrado ninguna secuencia que nos vaya bien para el Ombres Mestres sobre el Neorrealismo Italiano en “Una vida difícil” (Dino Risi, 1961), porque diría que ya está muy alejado de la ruta original de ese movimiento.
En contrapartida, he dado con un raccord con fundido encadenado (es verdad que muy sencillo, pero funcional) y una magnífica y algo fantasmagórica secuencia de cine dentro del cine.
La película se llama “Una vida difícil” porque -ademas de ser el título de la novela que quiere escribir el protagonista- se trata, en efecto de unos años muy difíciles para Italia, los que van de 1943 (y la resistencia) hasta el inicio de los sesenta.
Dicho así, alguien podría pensar que estamos ante una obra de tesis sobre la historia reciente italiana y, si bien es verdad que comporta un análisis serio y certero de esos años (cada etapa se encabeza con unos reportajes filmados que documentan cosas como el referéndum entre monarquia y república, la evasión de capitales ante el resultado del referéndum anterior, etc.), convendrá explicar antes que nada que es una película protagonizada por Alberto Sordi y una guapísima Lea Massari.
Los que no traguen a Sordi, pues, deberían abstenerse, porque yo diría que éste, en el que hace primero de miembro de la resistencia, luego de periodista muerto de hambre, pero siempre de convencido hombre de izquierdas, es uno de sus papeles más importantes.
A mí, como no tengo problema alguno con Sordi y hasta, al contrario, disfruto cuando le atinan un personaje, como es el caso, me lo he pasado muy bien y me he carcajeado viendo la forma habitual (y bien bestia) que Sordi tiene en la película de abrir la puerta de su más que sencilla casa de Roma inicial, el banquete al que asiste la pareja, muerta de hambre, en la casa aristocrática el día del referéndum, la cara que se le pone, haciendo temblar profundamente sus principios, cuando oye la enorme cifra con la que le quieren sobornar para que no publique un explosivo artículo, el miedo con el que asiste al examen de arquitectura al que se somete, o los escupitajos que lanza a los coches cuando está borracho perdido.
Con secuencias donde lucen notables soluciones de puesta en escena de Dino Risi (como cuando vemos la rotura de la pareja, él quedando envuelto por un rebaño de ovejas), me ha resultado una película muy divertida, infinitamente triste, al tiempo que irresistiblemente tierna.




 

lunes, 8 de enero de 2024

Los que se quedan


Ambientada en las Navidades de 1970, ayer salimos del cine diciéndonos que “Los que se quedan” (Alexander Payne, 2023) podría muy bien ser una película de esa época, un cuento de navidad con sus mensajes edificantes y todo, pero que Payne hace para velarlos sutilmente, mediante algún gag.
Un primer intento de tocar la fibra sensible, te dices, aparece en una escena en que se ve desde otra habitación a la cocinera negra mirando, doblemente solitaria, un adocenado concurso televisivo, pues una musiquilla muy asociada a estos temibles momentos la acompaña. Pero resulta que, negando que estamos ante algo así, descubrimos que lo que se oye es precisamente la música del concurso…
Pero no todo en la película, ni mucho menos, es música diegética. Para demostrarlo está a continuación un Jingle Bells instrumental modernizado, marcando el ambiente navideño, y toda una retahíla de (buena) música que inunda el film y nos lleva directamente a la banda sonora de esos años.
Posiblemente, el momento de cambio de la mirada adquirida por el espectador ante este tiránico profesor que se ve obligado a vigilar durante las vacaciones a una serie de alumnos díscolos se da cuando aparece, en lo que va directo a ser una pelea de bar, un primer plano del garfio que sustituye una mano de uno de los contendientes, y al apreciar el comportamiento que eso provoca en el personaje. Una invitación clara a ver las cosas desde otro punto de vista.
El enorme colegio escenario principal de la pieza recuerda en algún momento, aislado en medio de la nieve, al hotel de “El resplandor”. Pero si en esta última un aura intemporal, basada en los demonios personales, lo atravesaba todo, en “The holdovers” todo se encuentra perfectamente datado: es el momento en el que la sociedad norteamericana se enfanga hasta reventar en el pozo de la guerra del Vietnam.
Recuerdo, hace ya bastante, haber empezado el año yendo al cine a ver “Nebraska” (Alexander Payne, 2013) y salir, satisfecho, como eso si fuese un buen augurio. A ver cuanto me dura esa sensación en 2024.
En la imagen, Paul Giamatti, sin el que no se concebiría la película, en el despacho de su personaje en el film.

 

domingo, 7 de enero de 2024

La memorias de Michael Powell


Los Reyes me han traído unos cuantos libros que hacía un tiempo andaba yo buscando y, entre ellos, ahí están las memorias de Michael Powell.
He picoteado un poco por entre las alargadas y densas páginas de estos dos volúmenes de extraña forma alargada (como “La vuelta al día en ochenta mundos” o el “Último round” de Cortázar, però mas grandes y gordos) y sus perspectivas de lectura se prometen de lo más satisfactorias.
Como fueron editadas por el Institut Lumière (y Actes Sud), es Bertrand Tavernier, uno de los grandes valedores del cineasta británico, el que escribió su prólogo, que acrecienta, de ser posible, las ansias de lectura.
Se ha de tener en cuenta que cuando lo escribió, incluso en la siempre abierta al cine de todos lados Francia, apenas se habían estrenado dos o tres películas de Powell. El empeño de Tavernier era, pues, darlo a conocer y -como al final ha sido y era de justicia- hacer que sus películas pasasen a ser consideradas de lo más atractivo con lo que que te puedes encontrar.
En el prólogo empieza diciendo que “para mejor defender a Hitchcock, François Truffaut (y nosotros podríamos añadir a Godard…) había negado todo talento a los otros cineastas británicos, eliminando de un solo golpe, además de a Powell, a Alberto Cavalcanti, Alexander Mackendrick, Robert Hamer, Frank Launder y Sidney Gilliat.”
En una nota dice de estos dos últimos que, además de ser los guionistas de “Alarma en el expreso”, fueron sobre todo los co-realizadores de la magnífica -sic- “Millions like us”. Como sólo me consta haber visto -con provecho- una de las películas de cada uno de la pareja, ya tengo objetivos en la vida, o al menos el de ver la que hicieron conjuntamente…
¿Alguien la recuerda?


 

viernes, 5 de enero de 2024

Lachende Erben

En el vagón restaurante del tren que lleva ala zona vinícola del Rhin.

Si hubiera sido por su “Los herederos felices” (“Lachende Erben”, 1933, vista ahora también en un DVD prestado), Max Ophuls no habría ascendido al Olimpo de los grandes directores, pero, una vez constatada esa deficiencia, habrá que preguntarse quién se resiste a verle una de sus películas ligeras, pero ambientada en la región de los vinos del Rhin, con un idilio lleno de equívocos en el marco de las rivalidades entre las dos grandes marcas de la región: Bockelmann y Stumm.
La tesis que se desprende podría ser que la vida puede ser más agradable con bebidas alcohólicas y, ciertamente, lo que se ve por ella no hace pensar en absoluto en el huracán que sacudió el país y el mundo entero pocos años después.

1933 y, viendo esto, qué ajenos ya no al nazismo y a la guerra que destrozaría todo unos años después, sino a cualquier conflicto social.

Inspeccionando las viñas.
 

Faisons un rêve

El ama de casa acaba de pescar in fraganti al camarero, que con el fruto de su maniobra en la boca, intenta disimular.

Un cineasta que me intriga un montón y del que he visto bien pocas de sus películas es el también escenógrafo, dramaturgo y actor de enorme éxito en Francia en la época, Sacha Guitry.
Hoy he podido ver vía un DVD que me prestaron “Faisons un rêve” (1936), y es una lástima que no haya tenido continuidad el gozoso banquete cinematográfico que me las prometía viendo su escena inicial:
La película se abre con una orquesta de zíngaros actuando en un elegante y amplio piso en el que hay una recepción. Vemos al ama de casa pasear por los salones de su casa, con invitados repartidos por las diferentes habitaciones. Pero llega hasta la mesa donde sirven bebidas y alimentos y pesca a uno de los camareros que acaba de meterse a la boca alguna de las viandas que ofrece. Viéndole disimular pero sin ocultar su boca llena, le dice:
-No tuvo por qué pasar por alto su refrigerio…
A lo que el camarero asiente, algo abochornado. Ella sonríe y pregunta, maligna:
-¿Qué diría Vd? ¿Están buenos?
Un murmullo de aceptación sale de la boca -aún repleta- del camarero que no pudo evitar su glotonería. Y la cámara, entonces, navega hasta la mesa de juego de un rincón, donde cuatro caballeros en smoking hablan de amoríos y de mujeres. El de sentencia más definitiva, por cierto, es Michel Simon.
La cámara sigue desplazándose, permitiéndonos atender a varios corrillos, en los que los cotilleos y maledicencias están a la orden del día.
Éste es el magnífico prólogo que debió hacer Sacha Guitry para adaptar a la pantalla su propia obra, interpretada por él mismo y otro actor entonces popularisimo, Raimu.
Me preparaba para ver, pues, lo que Ricard Salvat calificaba de “la pièce bien faite”, pero lo cierto es que después me he encontrado con un vodevil que no está mal, pero que dista mucho de la elegante perfección sobre la hipocresía burguesa que se anunciaba previamente.
A partir de entonces se nota horrores su origen teatral, con escenas en dos decorados diferentes, ambos reproducción de dos habitaciones… con puertas por las que poder entrar o salir del decorado durante la función. Una es un despacho a donde el criado de un abogado (Guitry), que se retrasa, hace entrar al matrimonio convidado. La otra es el dormitorio del abogado, donde éste espera consumar el adulterio planeado con la mujer del matrimonio anterior.
Quizás quien más me haya decepcionado-partiendo de las expectativas desveladas por ese prólogo- es el propio Sacha Guitry, quien con pose de sobrado no para de ofrecer exagerados, desorbitados y acelerados monólogos con los que debía meterse al público que iba a ver sus obras en el bolsillo. Pero, pese a ello, seguiré insistiendo. Y volviendo a pedir una buena retrospectiva Sacha Guitry en la Filmoteca, para poder juzgar con conocimiento de causa.



La mujer, que luce de tanto en tanto una sonrisa muy moderna.


 

martes, 2 de enero de 2024

Buñuel para Bardem


Como es natural, porque lo conocía a fondo, Carlos Saura habla bastante de Luis Buñuel en “De imágenes también se vive. Casi unas memorias” (Taurus, 2023), que estoy leyendo.
Explica, claro, que se conocieron en Cannes, donde él y Pere Portabella habían ido a presentar “Los Golfos” y Buñuel “La joven”, se cayeron la mar de bien… y la amistad siguió toda la vida. La foto, que he sacado del libro, no admite otra razón a esa satisfecha sonrisa de ambos en uno de sus encuentros.
Pero no abusa, no se vanagloria tontamente de su posición. Al contrario, sólo se muestra modestamente agradecido por lo que le supuso esa amistad. Una postura que contrasta con los aspavientos que todo el mundo lanza ahora sobre el de Calanda, sobre el que parece haber ya consenso positivo, y cómo estiran hasta casi romperse su relación, por mínima que fuera, con él.
Saura explica que esa postura actual tan laudatoria no era en absoluto la que existía por aquí respecto a Buñuel, puesto que si no se le ignoraba por completo, se le vilipendiaba de lo lindo. Da un par de ejemplos y remata con este demoledor relato:
“En el año 1960, Ricardo Muñoz Suay, que sabía de mi admiración por Buñuel, me habla de dejarme el guión de ‘Viridiana’ para que lo lea y le dé mi opinión. Juan Antonio Bardem, que dirigía la productora Uninci, me llamó a su despacho en la calle de Ferraz, me lanzó el guión de ‘Viridiana’ sobre la mesa, al tiempo que me decía, despectivo:
-Anda, lee esa porquería que ha escrito Buñuel, tu admirado anarquista de derechas.”


 

O tasqueiro


Ahora que Aki Kaurismaki está en boca de todos, en Mubi puede verse su cortometraje “O tasqueiro” (2012), que ofrece además la oportunidad de curiosear un poco (algo no muy frecuente en el director) una ciudad muy especial, como es Guimarães, porque está rodado ahí, producida para el año en que fue nombrada Ciudad Europea de la Cultura.
A mí el poder de observación y la incansable fuerza de voluntad de este tabernero me hacen pensar en Buster Keaton y los personajes de sus grandes películas de los años 20.