viernes, 15 de agosto de 2025

Las dos inglesas

Muriel levanta la venda que le oculta su mirada.

Leí que François Truffaut decía haber hecho “Domicilio conyugal” (1970) para acabar la serie de Antoine Doinel y así liberar a Jean-Pierre Léaud del personaje, pudiéndose éste dedicar a otro tipo de papeles.
Su “Les deux anglaises et le continent” (1971), entonces, le iba a suministrar uno de esos nuevos papeles. Ayer, en la Filmoteca, sin embargo, fue precisamente la actuación de Jean-Pierre Léaud uno de los únicos puntos débiles que le encontré a la película, que entraría para mí entre los platos fuertes de su filmografía, pero que habría llegado, en mi opinión, a la casi perfección con un actor más adecuado. Quien podría haber sido es otra cuestión. François Truffaut -dada su implicación en la historia- habría sido el mejor, pero ya era para entonces demasiado mayor para el papel…
En esta ocasión lo que vemos en los títulos de crédito iniciales son las portadas, multiplicadas, en un efecto que parece gustar al director, del libro de Henri-Pierre Roché del mismo título en que está basada la película, a partir de un guión de Truffaut y Jean Gruault. Van surgiendo una y otra vez y parecen repeticiones, pero llegado un momento algunos de estos libros están abiertos y dejan apreciar un material precioso -las anotaciones a lápiz en sus páginas hechas por Truffaut durante su adaptación-, lo que a la vez nos habla de uno de los elementos de fondo que se pueden apreciar en la película: la imbricación entre la novela, la película y los intereses cruzados de sus dos autores.
Esos títulos de crédito también informan de otros grandes nombres que aportaron mucho al resultado. Uno el músico Georges Delerue, que compuso una ajustadísima y muy delicada pieza melódica y ofreció así mismo un par de momentos de gran fanfarria, que ayudaban a marcar y casi diría que definir momentos cumbre, muy significativos, del film. Otro el del gran Néstor Almendros al cargo de la Fotografía. Me pasan ahora mismo por la cabeza un maravilloso travelling entre la vegetación, que marca también otro giro radical en la trama, los reflejos del agua sobre el casco rojo y negro de un barco o una exaltación del lienzo rojo en un plano que fue criticado con saña y clamaron una y otra vez fuera cortado, pero que quedó firmemente asido al film.. Y si Truffaut puso una cruz roja junto al nombre de su montadora de “Domicilio conyugal”, aquí aparecería como montador suyo por vez primera el nombre de Yann Dedet, que luego siguió trabajando para él… y para Pialat.
Sabiendo ya el argumento de la obra, ese despertar al amor de Claude (JPLéaud) con dos hermanas del otro lado del canal, Ann (Kira Markham) y Muriel (Stacey Tendeter) y las oscilaciones en su aproximación a una y otra, es notorio, habiendo entablado conocimiento inicialmente con Ann, el suspense que se crea con respecto a la aparición de su hermana, Muriel. Se demora el contacto visual con ella, después de haber sido lanzado Claude por la misma Ann vía su admiración y continuos comentarios de lo bien que iban a congeniar. Finalmente, Claude la puede ver -y admirar- cuando por fin levanta la venda de sus ojos, de la misma forma que había quedado prendado de Ann previamente cuando ésta levantó el velo que cubría ligeramente su cara cayendo desde su sombrero. Todos estos detalles, como ese primer beso, para pagar una prenda, que da Claude a Muriel… a través de los barrotes de una silla que ejerce de barrera entre ellos, me los voy anotando, porque realmente van conformando una de las teorías que quisiera desarrollar en otro momento.
Hay en “Las dos inglesas” citas visuales a escritoras británicas, y se muestran también en ella, como suele ser habitual, obsesiones recurrentes: esas caricias a la mejilla amada tan notorias en los personajes de sus películas, desmayos por emoción fuerte o esa bajada en bicicleta observando la nuca, “esa parte de ella que más le gustaba”.
La película es larga, y tiene tiempo de mostrar tanto escenas en que la trama evoluciona de forma acelerada como otras en las que la tranquilidad se apodera del ritmo. Hasta ahora la veía como (eso tan querido por Truffaut) de película de correspondencia postal y lectura de diarios, como es también, de hecho, la novela de Roché, pero si debo destacar lo que más me llegó atendiendo a la proyección de ayer fue la carnalidad de buena parte de la trama, que estalla en la de ciertas escenas -culminadas con los golpes de música que señalaba- y que, desde luego, creo que debe ser la película en la que el pudoroso Truffaut más desnudo se muestra.
Siendo una película tan íntimamente afrontada, se entiende la desmoralización del cineasta por el fracaso estrepitoso que tuvo en el momento de su estreno, y su voluntad y cuidado para reeditarla de nuevo mucho tiempo después, en lo que él diría que sería “su película del año” y acabó convirtiéndose, de hecho, en la última de su filmografía.



Le citron pressé.


 

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