miércoles, 27 de agosto de 2025

El oro de Nápoles

Totò y su familia, sometidos durante diez años a un déspota en su propia casa.

Para resarcirme de tanta comedia italiana que estoy viendo y que no me convence, anoche volví a ver “El oro de Nápoles” (Vittorio de Sica, 1954).
Como de comedia va la cosa, me referiré a tres de los seis episodios que componen la película, que se abre y cierra con dos de ellos, protagonizados por los máximos representantes del teatro y cine napolitano, aquí ambos extraordinarios, Totò y Eduardo de Filippo, con unas escenas del primero a la par de divertidísimas, muy representativas suyas.
El tercer episodio, quizás el más famoso, está protagonizado por la romana pero crecida en Nápoles Sofía Loren, que ejerce de punto focal de una historia coral vecinal. Pero todos, absolutamente, comedia o no, responden a un retrato calidoscópico y a la vez monocromático sobre la ciudad del sur de Italia.
He pensado que posiblemente lo que la diferencia, para bien, de tanta comedia que no llega a este nivel, es su capacidad y uso del silencio, de dejar por momentos el ritmo de la narración y diálogos, para facilitar que el espectador pueda ordenar en su cabeza la intensidad de las situaciones que está viendo

Rosario y Sofía frente a su pizzería (“compre y no pague”).

Ersilio, “el profesor” hombre sabio al que acude todo el vecindario para resolver sus problemas
 

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