En busca de comedias italianas antiguas para mí desconocidas, que me están dando más disgustos que alegrías, he visto de carambola “Yolanda, la hija del corsario negro” (Mario Soldati, 1953, basada en una novela de Emilio Salgari), que no es una comedia, sino una película de aventuras de esas que iban que ni pintadas como elemento de programa doble de los jueves por la tarde estivales de mi infancia.
Los buenos son los valerosos corsarios que a las órdenes de la corona británica se apoderaban del botín que obtenian de los mercantes españoles. El malo rematado es el Conde de Medina, pérfido gobernador de Maracaibo, quien en su día asesinó al padre -el Conde de Ventimiglia, alias El Corsario Negro- de la protagonista.
Las aventuras se suceden sin descanso de principio a fin, hay bailes palaciegos, combates de espadachines y varias peleas corales, en los que todos los actores participantes hay aprendido con aplicación a simular tres movimientos. May Britt (que acabó de ver que aún vive, y tiene 91 años) hace de Yoli, la hija del Corsario Negro, y luce en casi todos los planos del film su cara sonriente.
Supongo que habría sido (¿o fue?) la segunda -la buena- de uno de esos programas dobles mencionados. Pero si hubiera sido la primera no pasaba tampoco nada. Habría salido en el descanso, emocionado, corriendo y dando saltitos como si de uno de sus protagonistas se tratase, para comprarme un anís de esos gordos del bote que había en Can Cors. Me duraba en la boca durante toda la película de la segunda parte.
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