Quizás alguien se sorprenderá viendo que la película que ayer colgó Filmin en su plataforma de exhibición, “Age of consent” (“Corazones en fuga”, 1969) venga firmada únicamente por Michael Powell, sin que el nombre de su inseparable Emeric Pressburger aparezca por ningún lado y por otro lado que se trate de una película rodada en y bajo pabellón nada menos que de la lejana Australia.
Pero es que desde la película sobre la resistencia contra los alemanes en Creta, “”Ill meet tonight” (“Emboscada nocturna”, 1957) -una película que, por cierto, pese a gustarme mucho, Powell consideraba que no valía nada-, la pareja de directores no firmaron ningún largometraje más conjuntamente. De hecho, según se desprende de las memorias de Powell, no es que esa fuera una situación buscada por ellos. Simplemente, no les salió ningún proyecto más y cada uno se puso a buscarlos por partes diferentes del mundo
Las cosas se pusieron cuesta arriba. Powell hizo entonces cosas tan insólitas como su película con el bailaor Antonio y, para ser honestos, también la ahora película de culto “Peeping Tom”, pero que en su momento no gustó a nadie, quedando aparcada como una película “asquerosa, que no debería haberse filmado nunca”.
Eso situó a Powell en una situación comprometida, de la que intentó salir acudiendo a todos sus antiguos conocidos del mundo del cine (aunque sufrió lo suyo viendo que toda una generación ya había desaparecido), para intentar que apoyaran la producción de las ideas que continuaba teniendo. Un sitio a donde acudió fue a Australia, donde persiguió varios proyectos y rodó varias películas, sin repercusión alguna en Gran Bretaña, pero alguna acabó siendo un éxito muy popular en el país de rodaje.
En una de éstas le propusieron rodar una novela que él mismo explica en sus memorias que su autor la había escrito claramente sólo por dinero y, habiendo conseguido que un muy antiguo conocido suyo , James Mason, le dijera que sí, que él haría el protagonista de la película y además le ayudaría a producirla, todo fue viento en popa.
Historia de un pintor famoso que, para renovarse, decide dejarlo todo e ir a una isla alejado del mundo y allí se encuentra con una chica que le acabará haciendo de su modelo, Powell la abordó de principio a fin como una comedia, con personajes que acentuaban el lado chusco de la trama.
No es comparable en absoluto a sus grandes películas, siendo ciertamente poca cosa, pero las tomas en la isla, junto a la gran barrera de coral australiana, con sus desiertas playas, y el tratamiento del color (es curioso ver entre los papeles con pruebas del pintor lo que parece un Miró, a quien Powel tenía en gran adoración), que sobre todo inicialmente se ve en ella, te acerca por momentos a ciertos de sus ambientes.
Aquí, desde luego, no se estrenó cuando tocaba, y la película era completamente desconocida, obteniendo un cierto renombre en época reciente en que se busca por las rendijas películas, por el hecho de que la chica que hará de modelo del pintor, inicialmente casi una salvaje indígena, está interpretada nada menos que por una muy joven Helen Mirren, anunciada en los títulos de crédito como de la Royal Shakespeare Company (que la acababa de contratar), quien no hizo asco alguno a mostrar abiertamente sus pechos y trasero.
Pero en sus memorias de quien más habla Powell con respecto a la película es de Godfried, el simpático perro que acompaña al pintor a la isla casi desierta. Cuenta que apareció con quien lo había adiestrado, y estaba desilusionado porque nadie había dicho de la película que se había de ver por ese perro que se sacaba y ponía sólo su correa en el cuello.
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