El personaje de Vittorio Gassman lee el programa fascista mientras se prepara para comer un buen plato de lo que le den.
A su vez, convence a su compañero (Ugo Tognazzi) con las mismas armas.
Por gentileza de un amigo digital he podido ver “La marcha sobre Roma” (Dino Risi, 1962). Risi debió recolectar unos cuantos reportajes de época y, con sus guionistas, debió decidir completarlos rodando con actores y siguiendo una línea argumental llevada por dos de los muchos que se sumaron en ese acontecimiento a los camisas negras.
Los dos protagonistas son dos menesterosos, un pequeño estafador (Vittorio Gassman) y un jornalero de tendencia comunista (Ugo Tognazzi), ambos antiguos compañeros de armas en la anterior guerra, que tanto empobreció a Italia. Como tantos otros, ven en la sobreactuada reacción fascista un camino para salir de sus penurias.
Siguiendo a esa nutrida tropa camuflada en el anonimato del grupo, incluso participando en sus bravuconerías, el menos convencido de los dos va sacando la hoja que guarda con el ideario, el hermoso programa político que le llevó a unirse a la epopeya y, escena tras escena, va tachando una a una todas y cada una de sus líneas, al ver en qué se traducen en la realidad.
¿Llegarán a ver la película los componentes de toda esa nueva ola que amenaza con hacerse un sitio holgado tras las próximas elecciones al parlamento europeo, desde el que ir imponiendo sus programas? De ser así, ¿llegarían a reírse, como he hecho yo, en varios de sus momentos?
Y todos emprenden, sin organización alguna, la marcha sobre Roma cuando las urnas no les han ofrecido la representividad que creían poder lograr.
Elaboran una lista de gente a la que represaliar, y van a por ellos.
Nuestros dos protagonistas hacen tomar aceite de ricino a un juez jubilado, pero éste no sucumbe -al contrario- ante su intención.
No hay comentarios:
Publicar un comentario