sábado, 25 de mayo de 2024

El fantasma de la Ópera

Con la máscara…

Y sin ella, recordándome siempre al figurín del Cerebrino Mandri.

Quizás le falte a Lon Chaney en su personaje de “El fantasma de la Ópera’ (Rupert Julien, 1925) un poco más de prestancia caballeresca en sus amoríos con la aspirante a diva del bel canto.
En las diferentes versiones de “La bella y la bestia” siempre el monstruo tiene unos sentimientos tan fuertes para con su amada que resulta un pobrecito perrillo faldero de ella, yendo en su entrega directamente a la perdición. En cambio aquí, esa desfigurada víctima que, cuando no lleva su máscara más bien parece el del anuncio de Cerebrino Mandri, pone por delante su vida a estar con ella, haciendo imposible que sea objeto de esa ternura que, sin embargo, en seguida saben captar La Bestia, Frankenstein, King Kong o cualquier otro monstruo cinematográfico que se nos ocurra.
Ella, además de curiosa, es bastante hipócrita, sólo pendiente de su éxito artístico personal, sin hacer caso de ese amante de pelo recortado por el cogote y supurante de laca que intenta hacerla feliz… alejándola de su vocación. Me han gustado, eso sí, esa pareja de nuevos empresarios que se han hecho con la propiedad de la Ópera, que actúan, pese a sus diferencias físicas, como los Hernández y Fernández del Tintin.
Así las cosas, la película, pese a ser muy posterior, puede disfrutarse únicamente a la manera que debían disfrutar los chavales que, a principios del siglo anterior, acudían a los seriales de episodios, tipo Fantomas o Los peligros de Paulina: fijándose, luego comentando y más tarde adoptando en sus juegos grupales las diferentes estratagemas de diverso tipo observadas en la película. Ahí está, para ello, esa exploración de los bajos de la Ópera de París manteniendo un brazo alzado, para de ese modo evitar que el estrangulador aplique su lazo alrededor de nuestro cuello, o esa cañita a modo de periscopio que el fantasma utiliza para respirar bajo el agua, o tantas otras.
Debió ser, eso sí, una de las películas de mayor presupuesto de su momento, con tanto actor y figurante en varias de sus escenas. Y supongo que debió causar sensación su alocado baile de disfraces, en el que sorprendentemente aparecen los trajes de los asistentes en fuertes colores, dominando el rojo.

La aspirante a diva, en uno de sus momentos hipócritas.


En el alocado y coloreado baile de disfraces, donde puede aparecer con su terrible rostro descubierto.
 

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