Chen Pin Chuan, actual encargado de Cultura en la Delegación de Taiwan en Madrid y antiguo director del Taiwán Film Institute), hizo una presentación en la que, celoso de no reventar la trama del film, se centró en destacar lo insólito que resultaba Edward Yang en Taiwán en los 80, en los que su sien apenas se vio, y lo excepcional que era la representación de la mujer en ésta película.
Sólo había visto tres largometrajes de Edward Yang, pero todos ellos me parecieron sobresalientes. Por eso me las prometía felices ante el ciclo de la Filmoteca a él dedicado, por el que tanto había clamado, pero por abstrusas razones de derechos, finalmente sólo podré ampliar la lista con esta “Una historia de Taipéi (1985).
No vemos nada en la oscura pantalla en su primer plano. Resuenan, en cambio, unos tacones. Una pareja muy moderna años 80 está visitando un piso en venta, y los diferentes encuadres que nos presentan -con sombras de los personajes que habla en otra pieza y cosas así- nos dan a entender unas cuantas razones por las que en la isla consideraran a Edward Yang un cineasta de vanguardia.
Hay a continuación una elipsis. Él vuelve de una estancia en Estados Unidos y ella sale del edificio de su trabajo. Las cosas han cambiado. El enorme tráfico rodado entre ambos, cada uno en un lado de esa ruidosa avenida/autovía, nos da a entender mejor que nada la gran barrera que ahora los separa.
La de ella es -vemos- una familia tradicional. Para dejarlo claro, asistimos a una cena en su casa, en la que los únicos que hablan son el padre y el novio de ella. En un momento dado, al padre se le cae la cuchara por el suelo. No alcanza a cogerla y, para poder seguir comiendo, se hace tranquilamente con la que estaba preparada para su hija. Basta con esta secuencia para dejar claro el papel que asignan en la “familia tradicional” a la mujer: un cero a la izquierda, a estar callada y pendiente de ellos.
En varios momentos se aprecia como Yang juega con la disposición de personajes para hablarnos de su relación. La más evidente es la de otra pareja -él liado con la protagonista- en la cama, dándose entre sí sus espaldas y cada uno a su bola.
Se ve que el título original de la película no tiene nada que ver con el que señalo, pero lo que es, sin embargo, evidente, es que la ciudad de Taipéi (y sus alrededores) es una de las protagonistas de la función. Se ven las pulsiones modernizadoras que la asaltaban, pero como aún quedan en ella remanentes otros aromas.
El film desprendre a través de sus personajes -y me resulta curioso en Yang, que ya ofrece esa sensación, pero no de forma tan directa- un gran malestar y una buena dosis de tristeza. Se alteran ambientes más o menos sórdidos con anuncios de neones, éstos protagonistas en una escena donde Yang, que mete entonces música, se luce.
Como dice un personaje: “ni Estados Unidos ni el matrimonio resuelven nada”. Ésta sería seguramente la tesis que más se desprende de la película, rodada en una época del país con el estado de excepción declarado, pero con las esperanzas puestas en muchos casos, en esos dos objetivos.
Siempre, la precisa distribución de los personajes en cuadro, que lo dicen todo.
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