domingo, 3 de septiembre de 2023

Deadwood

El conglomerado masculino de la serie.

-¿Quién lleva el hotel donde se aloja? - le pregunta la borrachina Jane, destrozada anímicamente, al cruzarse una noche por la siempre enfangada calle de Deadwood con el sheriff Bullock.
-Un hombre grotesco llamado Farum.
-Mmm. Hasta el momento no ha mentido -dice para sus adentros Jane, mientras sigue su camino, tambaleante.
Nadie lo diría, pero esta con pinta de anodina escena, como queriendo así subrayar su originalidad, es una de las que de este orden se escogen para cerrar uno de los capítulos de la serie de HBO Max que, explorando qué podía haber de sólido por ese entorno, me ha acompañado durante un tiempo: “Deadwood” (2004).
Es divertido (o bien triste) caer en que las tres temporadas de esta serie serían impensables hoy en día. No creo que exista serie más violenta, escatológica, salvaje, malhablada (un taco cada frase), haciendo recurso de cantidad de desnudos femeninos (buena parte de sus interiores corresponden a burdeles establecidos en un roñoso campamento de buscadores de oro en un territorio fuera de la ley, robado a los indios).
Su esencia, donde me di cuenta verdadera de estar ante algo fuera de serie, está en la temporada intermedia, pero necesitas la primera para conocer a sus personajes (el auténtico oro de la serie) y, ya puestos, aunque en mi opinión ya se diluya algo, a ver quién deja de ver la tercera temporada para saber cómo se resuelve todo lo planteado.
Digo que es serie de personajes, porque ciertamente está en ver evolucionar a unos cuantos de ellos -y no precisamente el que parece típico protagonista, un guaperas que parece sólo sabe pasearse dando saltitos en suspensión por el campamento o poner una infantil cara de enfurecido-, o algún otro sobreactuado, el auténtico goce de su visión. Es ver aparecer alguno específico de ellos y empezar a regocijarte con la surrealista acción en la que participa.
Ahí están, para empezar, las conversaciones, venciendo sorprendentemente las barreras de los idiomas, entre el chino Wu y Al Swearengen (Ian McShane), éste sí, por méritos propios, auténtico protagonista y director de juego de todas las temporadas, pero el elenco es largo y sabroso:
- E. B. Farnum (William Sanderson), el impresentable y ruin patrón del primer hotel local, con sus modales a lo Pimpinela Escarlata, auténticamente chiflado, emitiendo para la audiencia o para sí frases bucólicas o edulcoradas, casi siempre ininteligibles.
-El temeroso, pero angelical Doc Cochran (Brad Dourif).
-Y muchos más, a los que les coges cierto cariño, mientras detestas a dos o tres.
A veces parece que todos formen parte de una tragedia de Shakespeare o que reciten en verso endecasílabo, y te ves intentando descifrar el significado de las abstrusas conversaciones y complejas estrategias que ponen en práctica unos y otros, siempre proclives a las metáforas y los rodeos dialécticos. Pero quizás en la sorpresa y en la extraña fascinación provocada ante tanta escena de la que sólo logras captar su música esté uno de los grandes motivos de aprecio.
El mismo procedimiento pensado para ir consumiendo bulímicamente la serie (esos “Siguiente episodio” o “Saltar introducción” que invariablemente acabas clicando), te lleva a olvidar la autoría de la serie. He sacado los nombres de algunos de sus actores de su ficha, pero no he retenido el nombre de su “creador” (David Milch), como no he seguido los nombres de los numerosos directores de los episodios. Me pareció ver en el primero el nombre de Walter Hill.

Trixie.
 

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