Segunda entrega de parte de la increíble serie de películas que se ha marcado en el límite de un año Gonzalo Garcia-Pelayo. En esta ocasión la entrega supone dos películas, a sumar por el momento a las (¡sólo!) seis previas.
Dejo “para más adelante” la visión de “Mi coño”, la anunciada película porno del pack, en prevención de que me resulte intragable, optando pues por “Pensamiento insurrecto”.
Al empezar a verla confirmo que Agapito Maestre, el filósofo que diserta durante los 74 minutos que hace durar GGP a todas las piezas del conjunto, es el que recordaba de sus apariciones ahora no sé si en el programa de cine de Garci o en el cultural de Sánchez Dragó, el caso es que sin que me cayera nada bien, con su sonrisa -que no sé si es un rictus- autosuficiente. Será por esta aversión personal, será por lo que sea, pero esta larga perorata en la que teóricamente Agapito diserta sobre todo lo divino y lo humano, que luego ves que se reduce a tres o cuatro ideas redundantes, sin que los dos acólitos situados en cuadro consigan en ningún momento (si acaso llegan a exteriorizar también ellos sus obsesiones) reconducir el flujo de citas hacia una necesaria profundización. Y sin esa necesaria profundización, esas superficiales ideas, con las que explicadas certeramente y en profundidad puedo llegar a coincidir, me resultan sólo una apología política de oposición. Así las cosas, ¿qué le diré a Gonzalo? -me pregunto.
Es entonces cuando pongo en circulación, perdida toda esperanza, “Mi coño” y sorprendentemente, desde el primer momento veo que me resulta la más sugestiva de todas las de la hazaña 10+1 que he visto hasta el momento, dicho sea sin ninguna ironía debido a su tema: la continua y explícita jodienda abarca la mayoría de su metraje.
Es en ella en la que se aprecian, desde un primer instante, las más variadas e imaginativas ideas de puesta en escena, con la aparición de la voz en off del director dando precisas instrucciones, la utilización de monitores que reproducen tomas previas en el propio cuadro, de pantallas múltiples, la aparición de anunciados o no anunciados “visitantes” que irrumpen durante la función para, a la par que ejercen de mirones, recitar sus sensaciones en lo que constituye una notoria antología sobre el goce amatorio, o de los actores leyendo unos diálogos banales de su teórico papel en el film en rodaje, o insertando un par de interludios en las que el actor le hace una encuesta rápida a la actriz, con ese maravilloso silenciado final del segundo “juego” (que así los titulan) en el que la actriz va dando en sus respuestas informaciones suficientes para encuadrar la película también en la nómina de las que facilitan una posible justificación social a la práctica de ciertos trabajos relacionados con el sexo.
Como en todas las películas de las del grupo de 10+1 y muchas de las otras dirigidas por Gonzalo García-Pelayo, en la pantalla surgen unas sobreimpresiones que recalcan palabras o frases destacadas de lo que se oye en la banda sonora y, en ella especialmente, una preciosa musica, interpretada en varias ocasiones en directo en la habitación de los actos, te hace plantearte si no estarás asistiendo a un completo tratado filosófico sobre el dulce vivir.
También habría que decir que, si todos estos positivos efectos se logran es gracias a haber dado con Macarena Lewis, quien encarna maravillosamente en todo su cuerpo y alma su personaje.
Así que una me compensa con creces a la otra, y espero que Gonzalo no se tome así a mal mi reacción.
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