Cada vez voy entendiendo mejor los enormes problemas con los que se encuentran los organismos restauradores de películas.
En la sesión de ayer para conmemorar los diez años de la Filmoteca en el Raval, Mariona Bruzzo (responsable del Centre de Conservació i Restauració) presentó con familiaridad ganada a través de los años a los componentes de la “Filmoteca amiga”, que en este caso era la Filmoteca Española.
Tanto Ferran Alberich (quizás el restaurador actual de los títulos más notorios del cine español) como Josetxo Cerdán (actual director de la Filmoteca Española) y antes de ellos la misma Mariona Bruzzo, hicieron una presentación de lo más interesante de la sesión, especificando aquellos detalles de su trabajo que se escapan del todo a los espectadores comunes.
Parece que fue Josetxo Cerdán quien escogió ofrecer un programa de cuatro piezas cortas en vez de un largo, explicando al final que quizás eso corresponde más al trabajo disperso -ahora aquí, ahora allá- en que está inmersa la restauración aquí y en todas partes.
Como la primera pieza de la sesión (Un perro andaluz, de Buñuel y Dalí, 1929) era, según Alberich, la última restauración cinematográfica, con sólo una ligerísima intervención digital, aprovechó para explicar un poco sobre la historia de la restauración, que luego completó, de forma impresionista, Cerdán.
Una cosa interesantísima que contó Ferrán Alberich es que las primeras auténticas restauraciones cinematográficas surgieron como consecuencia del eco que tuvo la restauración de los frescos que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina.
Fue en los años 70 -comentó- cuando se dio un impulso teórico y práctico enorme a la restauración de films, con grandes figuras como la de Brownlow, quien escribió un libro, auténtica biblia sobre la disciplina, que tanto Alberich como Cerdán dijeron echar en falta hoy en día, cuando tantas aberraciones se cometen o cuando, por lo menos, se vaga sin rumbo fijo, sin una guía, cada uno a su aire.
Por su parte, Josetxo Cerdán inició su charla corroborando la descarada entrada en juego en el mundo de la restauración del Marketing. ¡Ser restaurador queda bien ahora, se ha vuelto sexi! -bromeó. Y lamentó la ausencia de un maestro como Brownlow para poner orden y concierto a unas operaciones que se hacen, en muchas ocasiones, porque visten, solo con miras mercantiles, sin respetar unas rígidas planteamientos que serían absolutamente necesarios.
Respecto a las películas de la sesión, sobre la copia de “Un perro andaluz”, con la que Alberich quería reproducir la que en 1928 Luis Buñuel presentó en el estudio de las Ursulinas de París, reconoció haberse tenido que conformar con sus imágenes (obtenidas a partir de archivos de Francia, Bélgica, Alemania y Estados Unidos), haciéndolas circular a 16 imágenes/segundo (gracias al digital, porque el paso mecánico de la cruz de malta del analógico lo impedía), pero sin el sonido -discos de tangos y Wagner- que el propio Buñuel la acompañó. El partner francés de la restauración impuso que el sonido fuera el de los años 60, que en esos años revisó también Buñuel. Será que yo he visto últimamente copias salvajemente masacradas del film, pero el caso es que he apreciado mucho plano del que no tenía memoria alguna.
La segunda de la sesión fue “El circo” (1949), práctica como alumno de segundo curso del IIEC de Luis García Berlanga, quien no quería saber nada de su restauración, hasta que, no se sabe si por hartazgo, dio su visto bueno a un montaje en vídeo que es el que ahora se ha restaurado. La restauración ha consistido en la recogida de materiales originales, siguiendo ese mismo montaje, y encargando su sonorización a una empresa madrileña, La Bocina. A mí me resultó muy atractiva toda la llegada y preparación de la carpa del circo, que oscila entre los universos de Tati y del propio Berlanga. No tanto las filmaciones de las actuaciones circenses, con un pobre Búfalo Bill pululando por ahí. Es curioso pensar lo magnificente que se pensaba en mi niñez el Circo Norteamericano y lo cutre que se ve era según lo rodado aquí.
La tercera pieza fue el episodio del film “Las cuatro verdades” (1962) rodado por Berlanga, “La muerte y el leñador”. Josetxo Cerdán, por cierto, explicó la proliferación de films de episodios en los 60 porque eran la firma de entenderse mejor los diferentes equipos de las coproducciones… El episodio no es sino un negrísimo cuento muy de Azcona y Berlanga que, con escenas hilarantes como la de la masiva piscina, destacaría de no ser por la aberración de haber hecho a Hardy Krüger nada menos que organillero y el desastre de su banda sonora. Las imágenes del organillo circulando enganchado al furgón de muertos -de hecho casi lo único que recordaba de su visión en la Filmoteca de la calle Mercaders- es de las más impresionantes que ofrecieron Azcona y Berlanga.
Por último, la sesión se despidió con la práctica de segundo curso de la Escuela de Cine que hizo Pedro Olea, “Parque de juegos” (1963), una restauración sencilla, según Cerdán, porque se disponía de los materiales y sólo había que digitalizarlos y sonorizarlos. Fue un encargo de Edicions 79 (los que venden DVD en la calle Tallers y siguen editando), que supieron esperar para incorporar la pieza restaurada en el DVD de “El bosque del lobo”. Basada en Bradbury, desde mi punto de vista desmerece un montón de las piezas del resto de la sesión. Parecería uno de esos infantiles trabajos de las escuelas de cine actuales, sólo preocupadas en resultar efectistas.
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