“Oliver Sacks: una vida” (Ric Burns; en Filmin) es para mí una de esas películas que te desagrada como están hechas, pero que ves que dicen cosas que te interesan profundamente. ¿Por qué no habría podido mantener la sobriedad que imprime a sus documentales por ejemplo Werner Herzog, cosa que no resulta en absoluto reñida con su intensidad emocional, sino todo lo contrario?
Eso llega después de unas reiteradas animaciones de los tejidos neumológicos que en mi opinión también podían haberse ahorrado, dejando la palabra directa del propio Sacks, que se muestra en muchos momentos autoirónico, poco indulgente consigo mismo, ofreciendo unos diagnósticos sobre su propia trayectoria que merecen aplauso.
Sorprenden varias cosas a gente mal informada previamente al respecto, como yo mismo:
-el singular ambiente familiar durante su niñez y adolescencia.
-la pesada cruz que le supuso el descubrimiento de su homosexualidad.
-sus alucinadas experiencias combinadas del culturismo, la drogadicción, la homosexualidad y el motociclismo.
-los documentos fílmicos de los “despertares” que Sacks provocó en unos cuantos de sus pacientes, que habían adquirido la enfermedad del sueño casi cuarenta años antes.
-la triste constatación de que el mérito académico se le concedió tan sólo cuando Robert de Niro y Robin Williams hicieron la correspondiente película basada en su libro.
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