miércoles, 24 de junio de 2020

El teniente seductor



 

“El teniente seductor” (“The smiling lieutenant”, Ernst Lubitsch, 1931; en Filmin) empieza nada menos que con una escalera y una puerta cerrada, con lo que uno se promete de buenas a primeras la dicha completa.
Quien sube la escalera (imagen 1), hasta encontrarse con una puerta cerrada, es un personaje absolutamente secundario. Antes de llamar, repasa lo que va a entregar. Una serie de facturas pendientes de cobrar, que acaban con la cita “Quien no paga a su sastre, está condenado a pasar un invierno helado. Shakespeare”. Golpea a continuación con fuerza la puerta (imagen 2) en varias ocasiones, pero sin resultado, por lo que abandona su empeño.
Al bajar se cruza con una rubia (imagen 3) que, dispensando con sus nudillos un toque rítmico bien ensayado (imagen 4), consigue que se le abra inmediatamente la puerta que permanecía cerrrada a cal y canto para el sastre.
La escena es posiblemente magnífica, entre otras razones, porque no aparece -solo interpretamos que es el que está al otro lado de la puerta- el actor protagonista de esta comedia musical, que no es otro que Maurice Chevalier. Luego sí que aparece, en la mayoría de planos. Las carcajadas irreprimibles se espacian, a partir de entonces, bastante más, debiendo soportar alguna canción cogida por los pelos. Pero no deja de ser un Lubitsch, receta infalible para levantar el ánimo.

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