Ver todas las imágenes, por favor, que me ha costado mucho encontrarlas y situarlas coordinadamente con el texto.
Pasados unos días, vuelvo con Zvyanginstev (sí que me cuestan varios viajes a ver cómo se escribe para completar su nombre) y me toca su segundo largometraje, “El destierro” (2007), del que desde luego no había visto ni leído nada.
Se inicia con un plano (el de la primera imagen: un campo arado en primer término, seguido por uno de cereal, con un solitario árbol descentrado, al fondo una suave colina) que bien podría pertenecer a una película de Kiarastomi: Hay entonces un travelling lateral hasta que descubrimos que entre el campo arado y el de cereal hay un camino, por el que llega, a toda velocidad, un coche (segunda imagen). Hay un corte y apreciamos entonces un plano general característico de carretera en profundidad, óptica deformada, de film de ruta por el oeste americano (tercera imagen). El siguiente, cambiando totalmente, nos dice que el coche ha llegado ya desde el campo a un paisaje industrial estilo Tarkovski (imagen cuatro). Descubriremos entonces que su conductor ha resultado herido en un brazo, lo que aporta, sin duda, una buena dosis de tensión.
La escena que sigue nos informa de que ha ido a ver a su hermano para que le extraiga, con discreción, una bala. Sirve también para que sepamos que su hermano, acompañado de mujer e hijo va a ir a la casa familiar, en el campo en donde se inició la película.
El reencuentro por parte de la familia con la casa -que proceden a abrir, captando de ella todas las sensaciones casi olvidadas- y con su entorno (imagen cinco), visto todo ello a base de unos majestuosos movimientos de cámara, que nos permiten ir descubriendo multitud de cosas, es de una belleza raramente alcanzada en el cine reciente.
Pero antes ya hemos apreciado las miradas de los miembros de la familia en el tren, la llegada a la sencilla estación con impresionante y moderno voladizo (imagen seis) y el paseo hasta la casa (imagen siete), que hacen estar atento al más mínimo detalle.
Esa estrepitosa belleza es engañosa. Una confesión de la mujer (que provoca la escapada cuando ya casi ha anochecido del padre, dejándonoslo ver el realizador como una silueta oscura que va chocando en el fondo de la imagen con las también oscuras siluetas de los troncos de los árboles del bosque: imagen ocho) desencadena una tensión brutal, que se mantiene las dos horas que restan de película.
Creo que no es en absoluto por ninguna casualidad que ella se llame Vera, que el padre no resuelva ninguna de las frecuentes dudas de su hijo, que los colores de los trajes de ella suelan coincidir con los de las paredes (imágenes nueve y diez), que los niños jueguen en un momento concreto a un puzzle que representa la Anunciación (imagen once) y un gato negro pasa por el tablero, o que la fuente cambie, simbólica, de seca a abundante.
Perdón por la proliferación de imágenes, pero es que se trata de nuevo de una película con unos encuadres increíbles, mostrando entre otras cosas a la perfección el desencuentro de la pareja (imágenes doce y trece) después de la posible unión familiar (imagen catorce) o paisajes rurales (a veces casi evidente decorado: imagen quince) y urbanos (imagen dieciséis) de auténtico choque.
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