martes, 9 de enero de 2018

La maison des bois

Pialat, de maestro.

A la extraordinaria retrospectiva reciente de Maurice Pialat en la Filmoteca se le podía poner un único pero: No exhibía "La maison des bois" (1971). Quiere decirse que uno ha tenido que contar entonces con unos días en París y unos Reyes por el medio para hacerse con ella. Anoche empecé a degustarla, pues cayó el primer episodio. Un primer episodio que promete, de buenas a primeras, que la serie será de las mejores experiencias cinematográficas que me depare este nuevo año de 2018.
¿Qué aporta este primer episodio?
Primero de todo, un ambiente. De una época (la de la Primera Guerra Mundial) y un escenario (el mundo rural francés, por el que parece que apenas haya pasado la revolución de 1789).
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En segundo lugar, aunque está claro que al menos para mí eso es lo esencial, una buena recopilación de temas y esencias Pialat. Un Pialat que aparece además, ya a las primeras de cambio, como intérprete de su propia película, en el papel de maestro de una escuela a la que regresa, durante un permiso militar, el antiguo titular. Pero es un puro Pialat, pese a tratarse de una adaptación de una novela por otro guionista, por otros motivos:
Pialat llegaba a "La Maison des bois" con la única experiencia contrastada de la realización de sus cortometrajes y de su primer largometraje, "L'enfance nue", que tenía a un niño conflictivo como protagonista principal. Al menos en este primer capítulo el mundo de la infancia está también muy bien representado, cuando no ocupa el punto de vista del film. Primero en la escuela en la que el maestro Pialat les hace recitar un texto sobre el necesario amor a la patria, invitando a cada uno de ellos a ser un "un niño trabajador y bueno, para convertirse, cuando sea grande, en un buen ciudadano y un valiente soldado". Luego en el bosque, con las correrías de los niños refugiados en el pueblo para huir de la guerra. Por último, en la casa del guarda y los juegos de uno de ellos con sus provisionales "hermanos", en los que no faltan las representaciones de batallas entre alemanes y franceses.
El regreso desde la escuela a la casa del guardabosques.

No sólo aparecen niños, que quede claro. Hay también, por ejemplo, ese marqués que se convierte en viudo por un accidente de su mujer. De forma natural preside la ceremonia del funeral y del entierro, quedando clara su soledad y que es la primera autoridad, con dominio sobre un pueblo al que una escena posterior en un bar nos indica que dirige en plan absolutamente caciquil. Están también, sobre todo, esos geniales característicos que nunca sabremos qué hacía Pialat para encontrar y para convencerlos de que actuaran en sus films. La escena en el aeródromo militar, llena de bromas y vinos, nos muestra unos cuantos. Pero si hay uno que destaca, ese es el sacristán, con todas sus probaturas del vino de misa, con ayuda de los monaguillos.
Los juegos por el bosque. El de la derecha yo diría que aparecía también en "L'enfance nue"

Otra característica que hace de este primer capítulo un Pialat genuino es, claro está, su forma cinematográfica. He contabilizado una escena impecable. Un espléndido travelling acompaña a una pareja que se aleja de la tumba dónde están enterrando a la marquesa, pero la deja irse por la derecha, mientras se detiene en un corrillo de pueblerinos, que empiezan a especular sobre la muerte de esa chica casada con un hombre mucho mayor que ella. Pero es una excepción. En general este episodio -y supongo que toda la serie irá por ahí- está lleno de movimientos de cámara nada elegantes, con zooms y cortes muy bruscos de planos, siguiendo esa máxima de Pialat de buscar prioritariamente la eficacia en la narración, aunque sea a costa de la belleza formal.
El magnífico sacristán haciendo probaturas del vino de misa.

En la última escena, un niño, y nosotros con él, entra en el chateau y es descubierto por el altivo marqués, dándose entonces a la fuga. No sé cómo he tenido la sangre fría de apagar el monitor y esperar a mañana para recibir una segunda dosis.

Los juegos de guerra.

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