"(...) En el cine hay al menos dos clases de emociones de naturaleza opuesta: las que producen ciertos films, de forma mecánica, por procedimientos eficaces, y aquellas que son el resultado de un sentimiento de verdad. Evidentemente son éstas las que me interesan". (Mía Hansen-Love a Axel Zeppenfeld, para el Cahiers du Cinéma 627, de agosto 2007).
Para resarcirme, en espera (temerosa) de "Edén", su último largometraje, vi anoche el primero (Tout est pardonné, 2007) de esta cineasta, que pertenece al tipo de cine francés reciente que más aprecio. Y ha tenido resultados balsámicos, pese a sus malas condiciones de visión (frente al ordenador, silla incómoda, versión original a palo seco, y por tanto perdiéndome mucha cosa).
Guarda con "Un amour de jeunesse" su misma estructura a base de saltos en el tiempo, que permiten hacen ver, por un lado, lo profundas que pueden ser las heridas tempranas y, por otro, la serenidad emocionada que puede representar la misma asunción del tiempo transcurrido.
La niña que será, en el último tercio de la película, su protagonista, pasa al principio por un puente acompañada por sus padres. Él le explica que un puente vecino se desplomó hace mucho tiempo, lo que ocasiona un temor enorme en la niña, quien creía que eso, viéndolo tan sólido, era imposible. Esa misma rotura, enorme, se produce en los protagonistas durante la segunda parte del film, ya en París, a donde ha ido a vivir la familia, abandonado la Viena inicial y, sobre todo, en la elipsis, profunda hendidura, entre la segunda y tercera parte del film, cuando la entrega total de él, como muchos de su generación, a una heroína que le apartaba de una gran insatisfacción, ha hecho la separación inevitable.
La tercera parte ("11 años después"), tras el arriesgado reencuentro de la niña -ya adolescente- con su padre, escenificado entre otras cosas mediante un largo paseo silencioso por un parque, y el emocionante proceso de escritura y envío mutuo de cartas, incluida la más que significativa última correspondencia, es la maravilla que hace salir ufano, reconfortado, de la sesión, por mucho que ésta haya tenido lugar en las malas condiciones señaladas. Y me permite, además, acabar con otra frase de Mía Hansen-Love extraída de la misma entrevista que al principio: "He crecido con la idea de que el arte debe dar confianza, insuflar coraje. Hacer films debe volverme lúcida, abrirme los ojos y, simultáneamente, darme coraje. Quisiera que mis películas rindieran cuenta de esta doble esperanza."
¡Ah! Ya puse por aquí que en el brevísimo intercambio de frases que puede mantener en una ocasión con la realizadora, ella negó el parecido que le señalé que había descubierto, y considerado muy significativo, entre ella y la actriz que hacía de hija pequeña del productor en "Le père de mes enfants". Ahora he entendido por qué me lo negó: En "Tout est pardonné" ha escogido para todos los papeles femeninos a actrices que tienen un enorme parecido con ella misma. E, incluso, he leído que hay gente que le sacan parecido con Paul Blain, el hijo de Gerard Blain que hace de protagonista. No uno, pues, sino múltiples parecidos. Tratándose de films tan personales, no podía ser de otra manera.
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