Leí hace poco, no sé dónde, una pregunta afirmación. ¿Cuánto debe el Godard reciente a Anne-Marie Miéville?
He empezado a ver “Après la réconciliation” (Anne-Marie Miéville, 2000), que hoy pasaba la Filmoteca en una sesión de L’Alternativa, con ese pensamiento en la cabeza, viendo trozos de films como familiares, con escenas al ralentí, grano fuerte en las imágenes y, en medio, disquisiciones sobre las palabras y las conversaciones, conjuntamente con imágenes que cortan el aliento por su belleza, como las de las dos actrices paseando por un camino entre árboles centenarios o una ascensión por una gran escalera de caracol.
Pero pronto, mientras el desconcierto causaba un goteo constante de espectadores que iba vaciando la sala, he dejado de preocuparme por eso, y me he dispuesto a seguir un vodevil de alta clase, digno de la vivienda del s. XIX en que se desarrolla buena parte de su metraje. Frases y más frases de alta comedia que, de tanto en tanto, dejan apercibir profundidades sobre las relaciones humanas, sólo obtenibles desde las alturas de una cierta edad ya superada.
Hay quien ve la película, que cuenta con Jean-Luc Godard y la misma Anne-Marie Mieville como intérpretes, en clave totalmente personal, de pareja que está fundiendo su relación. Yo veo más la auténtica fuerza de esta realizadora que, como haría una Agnes Varda, recoge a veces con su cámara la habilidad con la que unas hierbas surgen valientes entre el asfalto, la piedra o el cemento más hostil.
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