lunes, 24 de noviembre de 2014

Dingomaro


He tenido la oportunidad de ver “Dingomaro” (Kamran Heidari, 2013), un documental de un cineasta iraní que previamente ya había seguido las huellas de un estrambótico cineasta casero fabricante nada menos que de westerns (“My name is Negahdar Jamali and I make westerns”, 2012).
Sigue los desplazamientos (a pie, en bicicleta, moto, coche o en barco) de diversa gente, pero sobre todo de un reparador de instrumentos musicales del sur de Irán, narrador del film, guitarra en bandolera en pos de formar una orquesta que toque dingomaro, una música influida por la de sus ancestros africanos.
Choca en él el contraste entre insólita modernidad (esos músicos iniciales, o ese hijo rapero que quiere que su padre, ídolo de la canción, aparezca en su show) y tradiciones, cotos cerrados (los corrales junto a las casas de autoconstrucción donde hacen vida unas pocas familias) y paisajes abiertos (playas cercanas al puerto de Bander Abbas, en el Golfo Pérsico, frente a los Emiratos Árabes; o erosionadas gargantas). Incluye alguna pequeña historia variada, como la de ese niño con gran sentido del ritmo que querría ir a tocar en la orquesta, pero que es obligado por su madre a hacer de pescador.
En un momento dado, hacia el final, retrata con fondos muy escogidos, en sucesivas poses de lo más vistoso, a venga gente del lugar, resultando unas coloridas imágenes muy similares a las de los retratos de un Steve McCurry. Es un aviso más, por si no nos damos cuenta, de para qué sirven los documentales, como éste tan sorprendente, hechos a conciencia: Para enseñarte mundo, ideas, cosas que a veces parece que estén muy lejos de tu alcance.

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