domingo, 27 de octubre de 2024

PedidosYa

El magnífico inicio de la película.

Javier García Pelayo, gallego propietario del local donde se reúnen los repartidores esperando pedidos.

No me gusta, y hasta detesto, el rap. ¡Pero de qué forma irrumpe en ese inicio de “PedidosYa” (Gonzalo García Pelayo, 2024), en uno de los mejores raccords que he visto últimamente!
Empieza la película con la imagen captada por una cámara baja, circulando avanzando sobre los adoquines de una calle (primera imagen), para, de repente, saltar a la imagen oscilante de un repartidor en su bicicleta sobre esos mismos adoquines, todo envuelto por un rap sobre su oficio en la banda sonora. Una forma excelente de transferir el punto de vista hacia el de esos chicos, bicicleta y bolsa en forma de cubo aislada térmicamente en ristre: ese será el mundo que, desde dentro, nos presentará la película.
Aquí en Barcelona, esa tropa, casi siempre bajo la insignia de Glovo, está copada por pakistaníes, sospecho que no por la intervención de mafias ni nada por el estilo, sino por ser el nivel más bajo de toda la escala social, quizás en pugna con los sub-saharauis que recogen hierros de los contenedores. Si alguna vez has observado un poco esos corrillos expectantes que se forman junto a locales que elaboran comida y has sentido curiosidad por saber cómo es su día a día, está puede ser tu película, aunque en ella se trate de argentinos -es verdad que también con una mano delante y otra detrás- de la potencia local que le da nombre, PedidosYa.
Las preocupaciones y estímulos que según el film mueven a esos chicos son lo obvio de hacerse con un poco de dinero, la propia bicicleta, el disfrutar con la compañía, soñar con un poco de sexo placentero, el fútbol como religión, rito y ceremonia, y el rap como expresión poética.
Todo eso lo vemos gracias a un leve hilo argumental, por el que el protagonista, uno de la tropa, tiene un más que improbable ligue con una clienta, estudiante de Historia que vive en Belgrano.
El oficio de los chavales da para numerosos travellings de acompañamiento en sus desplazamientos, y también para ver el corrillo que forman junto al establecimiento que regenta un gallego (Javier García Pelayo, uno de los más atractivos regalos de la película) que introduce en sus empanadillas un relleno más que sospechoso.
Hay, en mi opinión, otra escena muy buena en la película, que retrata un mundo que, no por casualidad, fascina a su director. Se trata de una tarde en La Bombonera, el campo de fútbol del Boca Junior, desde -lo mejor- los preparativos de una tarde de juego, las gradas vacías y su paulatina ocupación de un público aficionado, expectante, hasta el griterío casi orgásmico que provoca un gol local.
La película, que inicia un nuevo grupo de diez -¡y van tres- y sigue en los 70 minutos de todas sus últimas, acaba con un rap coral que me recuerda otros finales corales de GGP, como el de “Todo es de color” (2016).
Tirando la casa por la ventana, no sé con que mirada económica asociada, Gonzalo García Pelayo, que ya dejó sus primeras diez películas hechas en un año en Filmin (De las que recomiendo con convicción “7 Jereles”, “Tu coño” y “Dejen de prohibir, que no alcanzo a desobedecer todo”), dice tener intención de poner graciosamente a disposición en su web Cine Pelayo las diez que está realizando ahora (“Otro año, diez más”), y al menos así lo ha hecho ya con ésta, cuyo enlace adjunto:

Una tarde en la Bombonera.

Hasta el gol local.

E imagen del rap final coral.
 

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