Es curioso el caso de “La paura” / “Non credo piü all’amore” (1954 / 1955), la última película que rodó Roberto Rossellini con Ingrid Bergman de protagonista, tras la cual se produjo su rotura familiar y profesional, hasta el punto que es difícil creerse a un Rossellini que juraba y perjuraba que en el film no había en absoluto la más mínima referencia a su vida personal, y mucho más si se tiene en cuenta que, poco antes, “Viaggio in Italia” (1953) había representado la feliz reconciliación de un matrimonio tras un periodo viviendo juntos, pero sin comunicación alguna entre ellos.
Pero decía que la película era curiosa, sobre todo, porque podría haber sido una de las referencias clave para el encuentro de la FIAF (la federación internacional del gremio) organizado en Barcelona por la Filmoteca sobre el tema base de las multiversiones. Me explico.
Rossellini rodó, por vez primera, un largometraje de ficción basado en un texto ajeno, el relato “Angst”, de Stefan Sweig. Este relato narraba la situación de una mujer joven que, habiendo cometido adulterio, ve peligrar su estatus social cuando se ve asaltada por una chantagista que amenaza con contárselo todo a su marido. El relato tiene un final que respeta la barrera moral que imponía su época de escritura y publicación, a principios del siglo XX.
Sobre esa base, Rossellini rodó en alemán “La paura”, de las que se hicieron posteriormente una versión italiana y otra inglesa. Presentada en junio de 1955 en cines, “La paura”, que, según Jose Luis Guarner, poseía “una tenebrosa voz en off que iba narrando cosas como ‘yo traicionaba a mi marido y sentía remordimiento”, además de cumplir el precepto neorrealista de siempre rodar historias actuales (en este caso Múnich 1954), partía de personajes mas maduros, pues tenían las mismas edades que su propio matrimonio, ella con una autonomía económica y laboral que no tenía en el relato, e incluía un final totalmente diferente del de la novela, más propio de tiempos de exaltación de la liberación de la mujer como los actuales.
Pero el estreno fue un absoluto fracaso, y entonces se cortó y remontó la copia de forma que surgió una nueva película, “Non credo piü all’amore”, que, aunque seguía manteniendo la voz en off mediante la que Irene, el personaje de Ingrid Bergman, narraba sus pensamientos y también, aunque diferente, el final anterior, suprimía un hecho fundamental, con el que Irene buscaba una dramática salida a su situación.
No acaba aquí la cosa. Si ahora se compra un DVD del film o se ve éste vía Filmin, se tiene acceso a una película muy bien restaurada desde el punto de vista de calidad fotográfica y de sonido, pero en inglés, y que resulta algo pero esencialmente diferente de las dos versiones previas: ya no hay rastro de voz en off y se vuelve a un final similar al del relato de base, que hace decir a espectadores actuales que creen haber visto un final impuesto por la autoridad eclesiástica de la posguerra española.
Dicho y conocido todo esto, la película no seria nunca de las que han fomentado la fama que Roberto Rossellini tiene en la historia del cine, pero posee muchos aspectos de interés.
Jugando con una u otra versión y sus soluciones, como aspectos generales podríamos señalar que:
-Tiene una atmósfera pesada, oscura, acentuada en ocasiones por la noche y/o la lluvia. De hecho, sorprende por el contraste que presenta respecto a la luz de sus películas previas, casi todas rodadas en el sur de Italia. Guarner, que era muy bueno para dar definiciones globales clave sobre las películas que veía, señaló que (en su primera versión, recordemos) se trataba de una película que tenía las sombras como leitmotiv, en las que la luz (sólo se veía realmente en ella un día luminoso, en el que Irene iba con su familia a su casa de campo, y se refugiaba, sintiéndose reconfortada, con las quejas de la vieja ama que la había criado) acaba venciendo a las sombras.
-Truffaut, en cierta forma hijo putativo de Rossellini, tiene una frase feliz sobre la situación planteada por la película: “Alemania se ha reconstruido (superando pues el destrozo que veíamos en “Germania, anno zero”) materialmente, pero aún falta que se produzca su reconstrucción moral”.
-El film también posee, sorprendentemente, un cierto clima de misterio, incluyendo unas escenas de trayecto de los personajes en coche que recuerdan a Hitchcock y sus transparencias. La música, de su hermano Renzo, también marca ciertas escenas con ese tono de misterio e intriga señalado.
Como ya no de aspectos generales, sino de detalles de escenas concretas, yo señalaría:
-Las de Irene (Ingrid Bergman) ante un espejo que le devuelve una imagen de la que no se siente moralmente satisfecha.
-La transposición entre los trabajos del laboratorio de fábrica, que trabaja con cobayas, y las actuaciones a tamaño ‘grandeur nature’.
-La secuencia en la que vemos un matraz que ella rompe sin querer y quiere -inútilmente- recomponer, usándose pues esto también como símil de su situación.
Y paro aquí. Otras consideraciones, tanto generales como de detalle, llevarían a desvelar demasiado la trama y su -variado- desenlace y, si alguien tuviera la paciencia de llegar a leer todo esto, podría quedar ya sin aliento ni interés para descubrir por su cuenta la película.
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