William Kentridge anima sus dibujos de forma que parece que siempre los está pintando y despintando y así transformándose. Eso pasa también en su “Self-portrait as a coffee-pot” (2022, en Mubi), realizado al menos en parte, según se deduce, durante el confinamiento por el Covid.
Pero eso al margen, quizás la novedad mayor es que habla por los codos y se duplica, contradiciéndose a sí mismo, en alguna ocasión construyendo teorías a dúo casi como hacían Accidents Polipoètics.
El mismo Kentridge se me confunde en ese principio con personajes de Roy Anderson pero llenos de nervios y ansiedad, cuando no -sobre todo cuando se enfrenta a un reto y a sí mismo- como un Buster Keaton ya mayor, pero aún queriendo ofrecer acción. Para apuntar más referencias, en un capítulo hay casi un homenaje a Groucho Marx en su número del espejo de “Sopa de Ganso”.
Es sobre todo en el tercer episodio cuando surge más el relato sobre su infancia sudafricana, con ese paisaje deformado por completo por el entorno minero, lleno de escoria en vez de montañas.
Anoche llegué hasta el cuarto episodio, que creía el último, y todo me ligaba como perfecta conclusión. Él y su otro yo explicaban en él leyendas clásicas, para centrarse a través de ellas en la amenaza de la muerte y la necesidad de cuidar pese a ello el árbol interior, para que pueda seguir creciendo.
Pero entonces el monitor me ofreció pasar al quinto episodio, hice números y eso no me ligaba con los 110 minutos que había visto suponía la película completa: ¡resulta que lo que muestra Mubi es una serie de nueve episodios con entre 25 y 30 minutos cada uno!
Dejé la visión de los cinco episodios restantes para otra ocasión y me fui a dormir, algo contrariado porque no me llegaría la invitación que esperaba para enviar de forma automática a un amigo que dibuja y pinta y que estoy convencido que el que viera a Kentridge, como se le ve mucho en lo que llevo del film, haciendo sus trabajos con pintura negra o carboncillos le iba a encantar.
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