jueves, 15 de febrero de 2024

La piel quemada


Cosas de las que hablamos ayer en la sesión del Cineclub del Cercle, que proyectó una copia restaurada por la Filmoteca de “La piel quemada” (Josep María Forn, 1966), que la institución ha colocado en la FilmXarxa, una feliz entente con la red de cineclubs de la Federació Catalana de Cineclubs. Atención: escrito larguísimo, a no tener en cuenta…
1/ Desde el punto de vista de su estructura y hallazgos cinematográficos, en una película que tiene como principal defecto su deficiente banda sonora, producto de una época en la que el sonido directo no estaba desarrollado como actualmente y el obligado doblaje llevaba a un plano sonoro paralelo, más próximo, al de la pantalla, que te distanciaba irremediablemente de la “realidad” que bien podía estar presentando esa pantalla.
-Lo más evidente es su composición en escenas paralelas. Por un lado una larga y penosa “road movie”, la que lleva a la mujer, con sus dos hijos, y hermano de José desde Guadix hasta Lloret de Mar, en una Costa Brava ya en proceso de explosión. Por otro, las que siguen la situación de José como inmigrante en Lloret de Mar, trabajando en la construcción, de juerga, ligando con locales y turistas, preparando la llegada de su familia. Y todo trufado de flashbacks de uno u otra que hablan de su situación de origen y las causas que les han llevado a la inmigración.
-Las transiciones, ya sea entre planos de una misma escena (a mí me gusta especialmente la existente en los mismos títulos de crédito iniciales: vamos viendo turistas de uno u otro sexo tomando el sol en la playa de Lloret de Mar, y, de repente, vemos que el siguiente torso que aparece ya no es de un turista, sino el de José, trabajando con su hormigonera: la piel quemada del título no será la de los turistas al sol, al menos únicamente, sino la de los obreros desplazados a trabajar hasta en verano, como antes lo hacían en su país de origen con la recogida de la aceituna), entre las secuencias en paralelo o entre éstas y un flashback. Un ejemplo de estas últimas podría ser la evocación del Guadix natal al que llevan las notas que José saca de su guitarra… hasta que toda la nostalgia es borrada de cuajo por la aparición de los contratistas y, más tarde, volviendo a Lloret, por el aviso de pago de la jornada.
-El gag de la medio imitación de la crucifixión que los niños han visto en el cura del tren, que habla por sí sola de una religión impuesta y totalmente mecanizada.
-Pero quizás la aportación más sutil es ese recorrido larguísimo, agotador, de José cargando los elementos de unas camas que quiere instalar en su futura casa (segunda foto). En su recorrido pasa por calles llenas de tiendas de souvenirs y de terrazas de bares, marcando un gran contraste. Se detiene, agotado, y reanuda penosamente su camino. Como señaló por aquí Miquel Bofill, Forn ha tenido la habilidad de simbolizarnos en estas escenas, seguramente, el auténtico via crucis de José, cargando camas en vez de cruz, ante la pasividad de la gente, como dicen los textos sagrados que hacían en Jerusalén, mirando a Jesús llevar penosamente la cruz como un espectáculo.
2/ Documento excepcional de una época. La película está llena de evocaciones de todo tipo de cosas que, para bien -la mayor parte de las veces- o para mal, han pasado a la historia.
-Una primera sería la que evoca la primera foto. Los obreros contemplan admirados a unas turistas y, previamente, les han lanzado una serie de piropos. Unos piropos que hoy en día ya no oímos lanzar a los magrebíes que hacen ahora las obras de la ciudad.
-Una educación que funcionaba todo el rato a fuerza de torta va, torta viene.
-Las penosas condiciones de vida, por muy idílicas que fueran recordadas por los protagonistas, como demuestra bien la cantidad de trogloditas que vivían en las cuevas de Guadix. Unas cuevas que unos asistentes a la sesión confirmaron que ahora siguen ahí, pero dedicadas a otros usos: se han convertido en pequeños establecimientos hoteleros “boutique”.
-Unos métodos de construcción muy alejados, sobre todo en lo que a seguridad se refiere, de los de ahora. En cambio, los obreros de la construcción siguen siendo del origen más chungo: hay ciertos trabajos que sólo desarrollan los menos favorecidos. Entonces los inmigrantes de Portugal y del sur de España. Ahora los marroquíes y subsaharianos.
-Esa utilización, en ciertos diálogos, del catalán, un hecho bien insólito en el cine de entonces.
-El autobús de esos que colocaban las maletas del pasaje en su baca y el tren de vapor o eléctrico del momento. No lo es realmente, pero quiere representar al famoso “Sevillano” (al que en Sevilla llamaban “el Catalán”), que hacía el recorrido hasta Barcelona en sus buenas 24 o 27 horas…
-La moral retro, que le obliga a ella a casarse “de penalti”, porque no se pude permitir esa falta de tener un hijo fuera del matrimonio, pero en cambio no pasa nada con la falta de instrucción que la deja, como se muestra sutilmente en la escena de la boda, analfabeta.
-La representación de la “modernidad” de la gran ciudad mostrada en la escala del tren en Valencia, con sus edificios, tráfico, comercios y demás, pero también con sus tranvías, camiones, triciclos y coches que hoy vemos de lo más tronados.
3/ Planteamiento, desde todos los puntos de vista, de las diferentes posturas ante la emigración e inmigración. El andaluz que defiende que su patria está en donde le dan de comer, el catalán que paga a los obreros de la construcción, que los detesta como una invasión, etc.
4/ Tema censura. Pese a todo (a Forn le prohibieron por completo un proyecto suyo previo sobre la guerra civil), intentos mínimos de decir cosas. Un viajero en el tren señala: “Estuve en el Quinto Batallón y luego con Líster, pero donde peor lo pasé fue en los campos de concentración de Francia”. Pocos captarían a qué se refería, porque entonces estas cosas eran tabú, pero ahí están.
Preparando la sesión encontré unas amargas declaraciones de Forn de la época de preparación de esta película, que aparecieron en el “Nuestro Cine” 74, y en las que nos hablaba de su trayecto inicial como cineasta que no fue ni del Nuevo Cine Español (salidos de la Escuela Oficial de Cine de Madrid) ni de la sofisticada (y con aún menos espectadores) Escuela de Barcelona, sino salido de la vía habitual para el grueso de los directores de entonces, el meritoriaje y luego, ya llegado a director, haciendo todo lo que se le ofreciera, intentando ser comercial: “Fui esto que se llama un ‘profesional’ (hizo muchas peliculas alimenticias, tanto producidas por él como por Iquino). Si Iquino, por ejemplo, me pedía una película, la hacía aunque me molestase desde el principio al fin, porque necesitaba seguir dentro del cine. Alguna vez intenté realizar un proyecto más ambicioso, pero el fracaso económico me obligó a continuar en la línea de “profesional’. Todo esto me llevó a la reconsideración de mi actitud. Una profesionalización a este nivel no me interesaba porque acabaría convirtiéndome en lo que ya soy. En un director comercial al servicio de las empresas, malviviendo, en un oficio en el que yo había empezado por vocación. De modo que hice un corte en el que me dije: ‘No voy a hacer más cine que el que me interese’, (…) y comencé esta nueva etapa, cuyo primer título es esta película.”
Pero a “La piel quemada” que, con el tiempo, se ha convertido en una película irrenunciable, le siguió “La respuesta”, basado en una novela de Pedrolo, sobre la contestación en el mundo universitario, y desgraciadamente, el franquismo la prohibió por completo y no pudo verse hasta muerto en dictador. Frenó entonces su carrera como director. Pasada una etapa en la que ocupó una serie de cargos institucionales ligados con el cine catalán y produjo buena parte del cine de por aquí de la época, regresó a la realización de películas, pero, en mi opinión, sin hacer ninguna mínimamente elogiable.


 

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