sábado, 30 de junio de 2018

Tres mujeres


Después de mucho tiempo ausente del ciclo Bergman de la Filmoteca, perdiéndome dolorosamente películas como "Ciudad portuaria" o sin poder ver de nuevo la magnifica "Un verano con Mónica", pese a que me habían advertido de que no era de los mejores de entre sus primeros films he ido hoy a ver "Tres mujeres" (1952) y, aún teniendo claro que se hace en momentos cansina, con su estructura ya antigua de tres historias en tres flashbacks, no me he arrepentido de ello.
Iba buscando escenas que me llegaran con la frescura y belleza que sabía darles y todo empieza justamente con una así. Cinco mujeres están esperando a sus respectivos hombres y tres de ellas nos relatarán sus historias con ellos, pero no lo sabremos hasta que la preciosa nota de ambiente inicial, en un apartado lugar de vacaciones junto a la orilla de un lago o fiordo, finalice. Dos niños juegan junto al agua y desaparecen de la vista y alcance de dos jóvenes madres que, asustadas, los buscan angustiosamente... hasta que aparecen.
Recuperada la calma, se reúnen en una habitación las cinco mujeres y una de ellas muestra su angustia por el transcurso del tiempo y porque no todo se ha desarrollado como pensaba. Pero es una segunda mujer la que inicia su relato y, con él, entramos en el primer flash-back. Pronto, como al principio, una escena te atrae y te saca de tu posición acomodaticia. Anita Björk, la protagonista, acude a la cita con su antiguo amante juvenil en una cabaña de baño. Pero no parece producirse el encuentro esperado. Sus dos cuerpos no se ven nunca enteros, se tumban capitulados y no es hasta un tiempo después que un concierto de rostros en primer plano se suceden, para romper entonces a hablar.
Si todo fueran escenas como éstas, "Tres mujeres" sería recordada como una cima más de las de Bergman, pero tras esa escena llega la del conocimiento del engaño por parte del marido y, como suele pasar en esta época de su filmografía en escenas con hombres protagonistas, todo se desinfla un poco. En este caso él deviene una caricatura, el sarcasmo y la exageración se hacen los dueños.
La segunda no parece mejorar el nivel, pero un rayo de esperanza aparece cuando ella, Maj-Britt Nilsson, se tumba, en un acto muy íntimo, entregada, a escuchar música, momento de plenitud roto por un estridente (en primer plano) teléfono, y la caricatura vuelve a seguir primando. Para mí recupera el tono, por unos momentos, cuando ella va sola a la maternidad, presentado eso con una sucesión de planos de un blanco y negro muy contrastado, en picados como ciertas fotografías de Pomés o las recientemente vistas de Saúl Leiter. Pero no hay nada que hacer, porque sigue, surgido del medio sueño de la espera en la sala de partos, una especie de can-can esperpéntico.
Aparecen entonces, sin embargo, otros atractivos. El flashback tiene lugar en los lugares más emblemáticos de París y vemos a continuación lo que me ha parecido el Ingmar Bergman más amante reconocido del mundo cinematográfico. Hay una escena de ascensión por una escalera y posterior mirada por la ventana que yo diría es un claro homenaje a "El séptimo cielo" (Fran Borzage, 1927) y más tarde aparece el Canal de Sant Martin y recalcada la fachada del "Hôtel du Nord" (Marcel Carné, 1938). Y también una divertida escena en la que en un segundo plano, en un espejo donde ella se mira el volumen de su vientre a la salida del ginecólogo, aparece un Bergman con su típica boina observando impertinentemente.
El tercer flashback episodio es bastante tonto, y sólo refuerza la idea esa de que Bergman parecía interesado en mostrar ridículos a los hombres que aparecen por sus películas. Acaba el film, no obstante, fijándose en la huida en barca de la pareja joven quizás a una isla, en la que pasarán el verano, el tiempo correrá irremisiblemente, las cosas no se desarrollarán lo bien que podrían haberse desarrollado. "Un verano con Mónica" (1953) está llamando ya poderosamente a la puerta.

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