El Duce, juguetón en su caballito, en una parada. |
Gianikian y Ricci Lucchi, pareja cinematográfica y en la vida real, recuerdan un poco -coté documental- a Jean Marie Straub y Danièle Huillet, construyendo con sus medios casi artesanales a dúo sus películas. Son trabajadores de los archivos, de donde sacan, rescatan sus imágenes, engarzándolas para ofrecer con ellas un discurso. Quizá se diferencian de un Peter Delpeut en el mordiente político que le dan a sus piezas, aún en mayor grado que el que pone a sus piezas políticas otro trabajador de archivos fílmicos, Bill Morrison.
"Pays Barbare" (2013), la que se ha programado esta tarde, un alegato contra la repugnante expansión colonial del fascismo italiano, se inicia de una forma muy dura para el espectador: Unas imágenes del gentío en la Plaza de Loreto, de Milán, en 1945, rodeando los cadáveres de Mussolini (que no se ve) y partidarios suyos pasan y vuelven a pasar eternamente, a cámara lenta, sin nada en la banda sonora para soportarlo honrosamente. Unos cuantos de los pocos asistentes han abandonado la sala y hasta los más cuarteados nos movíamos en el asiento nerviosos.
Dos mujeres danzando, en una película destrozada. |
Pero poco después un giro se produce. Mientras los reportajes se suceden, tanto Gianikian como Ricci Lucchi y Giovanna Marini leen cartas de mujeres italianas a sus novios de servicio en África, o de Rimbaud centrando el tema de la consideración de los habitantes de Abisinia. También ellas (como él hablando lenta y claramente) acusan moralmente y cantan sus acusaciones a lo largo de todo el metraje.
Diferentes capítulos van desgranando una historia más o menos conocida, pero no muy divulgada y con muchas vergüenzas escondidas. De 1922 a 1932 la ocupación de Libia, sin prisioneros, todos los vencidos directamente fusilados, 100.000 deportados. Unas imágenes muestran la llegada de "emprendedores" a Trípoli. Un capítulo muestra un tema paralelo y a continuación de éste. El fascismo, dicen en la banda sonora mientras hombres, niños, mujeres desfilan uniformados en las variadas imágenes ("la apariencia lo centra todo"), subyuga a un pueblo hasta enviarlo a subyugar a otro pueblo. Y a partir de ahí nos centramos en reportajes sacados de todos lados para documentar lo ocurrido entonces en el África Oriental Italiana.
Las bombos de gas. Gianikian y Ricci alertan que hoy en día, sin reconocerse, se siguen usando. |
Un italiano limpia sonriente con una esponja a una mujer, que acaba mostrando sus pechos en una película -comentan los autores- destrozada de tanto uso. De 1934 a 1937 la masacre no es documentada. Oímos lo escrito por Mussolini autorizando el empleo de gas y otras crueles barbaridades ("Autorizo la Política del Terror contra los rebeldes y sus cómplices"). O este estupendo telegrama también del Duce: "Ningún acuerdo. Lo quiero todo, incluido el emperador decapitado".
Por el final, un capítulo anuncia la inclusión de un "Álbum de guerra" y una serie de fotos van desfilando sin banda sonora. Apuestos soldados, nativos "pintorescos",... son las fotografías -se entiende- que sí enviaban a Italia. Ellas vuelven a decir como quien entona un salmo acusador.
La escuadrilla La Disperata, de Ciano, que desde los aviones en vuelo bajo ametrallaban a los labradores. |
Dicen siempre los autores, y lo cumplen, que siempre enlazan los temas históricos que documentan con los tiempos actuales. Las imágenes iniciales en la plaza de Milán, con la aniquilación del grupillo de fascistas que mantuvo a Mussolini, podrían hacer pensar que hemos empezado la historia por su final, para ver lo que había pasado antes, lo que condujo a ese fin. Pero no es así. Precisamente se alerta: ¡Atención! ¡El fascismo ha vuelto! Pensemos en la situación que vivía Italia en la época de producción del film y veremos rápidamente el propósito último, de profunda alerta, del mismo.
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