Dando la impresión de banco de pruebas de lo que vendrá luego, "Juegos de verano" ("Sommarlek, Ingmar Bergman, 1951; anoche en la Filmoteca ya retomando el ciclo sus películas iniciales) es, según mi impresión, una película que va prometiendo cosas que siempre deja a medio camino.
Los (extraordinarios: yo me quedaría con ellos) títulos de crédito iníciales hablan inequívocamente del verano. Vemos una casa de campo junto al agua, muchas flores, el viento meciéndolas. Sin narración, sin otra banda sonora que los sonidos de ese mismo viento, de los insectos disfrutando del sol como lo hacen todos los habitantes de esos países nórdicos cuando llega la temporada, del campo pasamos al puerto, a la ciudad y, en ella, al mundo caótico del teatro.
Hay una ida a la isla similar a la de "Un verano con Mónica", con sus mismas, si no idénticas, rocas junto al mar. Pero no es el rabioso presente de esa película, sino un flash-back entristecido, mirado desde el otoño (el de la estación y ese primer otoño que va apareciendo en la protagonista). Acabado -trágicamente- el verano iniciático, una cierta sensación melancólica se apodera del espectador.
Como he topado con ella en la red, cuelgo también un fotograma de una de las escenas más raras del film. La protagonista, desde ese presente reflexivo, desde ese doble otoño del que hablaba, vestida con un largo y rígido abrigo, ha tomado un barco para dirigirse a sus recuerdos, al flashback de ese verano que ya se hace esperar. Ahora, viendo la foto, caigo en que el extraño personaje envejecido con el que se encuentra, que camina con dificultad, quizás sea la estrambótica familiar del que fue su amigo e iniciador en esos juegos de los que habla el título. (Ella, por cierto, también tiene unos bien estrambóticos familiares que, lejos de controlarla, o la acosan -su tío- o la dejan vivir con una libertad que habría sido la envidia de todos los españoles de la época... si la película hubiera llegado -cosa imposible- a estrenarse). Pero volviendo a esa escena, rodada dando una sensación de pesadumbre de un nefasto encuentro sobrenatural: se capta como un encuentro de ella, que ya tiene la cabeza cercana a pensamientos de habérsele ido la vida tras la juventud, con lo que será su inmediata decrepitud.
Por mucho que luego intente por el final maquillar el gesto para vivificarlo un poco, el joven Bergman poseía un optimismo vital que era la alegría de la huerta.
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