Los trailers tienen a veces una influencia letal sobre las ganas de ver una película. Muchos actúan por saturación (¿Para qué voy a ir al cine, si ya he visto la película de pe a pa?). En otras ocasiones por simplificación. Es lo que pasaba, por ejemplo, con "The square" (Rubén Östlund, 2017), cuyo trailer sólo ofrecía una escena en la que una especie de hombre primitivo se subía por las mesas de un banquete, importunando y atemorizando a todos. A Teresa se le atragantó esa visión, que extrapoló a todo el film, y no hubo forma de que quisiera ver lo demás, aún con la promesa de que eso no era significativo y diciéndole que nos la había recomendado gente de confianza.
Hoy me he acercado (sin Teresa, que sigue en sus trece) a repescarla en el Meliès. Al volver a casa ella me ha preguntado que si me había gustado y le he dicho que sí, que tiene cosas muy buenas, pero, en el fondo, internamente he agradecido que no me preguntara también si tenía que ir ella, porque le iba a gustar forzosamente.
Seguro que le habrían gustado esos dardos enormemente divertidos, muy bien lanzados, nada groseramente, sobre ciertas tonterías que envuelven el mundo del arte contemporáneo y del marketing, por ejemplo. Pero no sé si habría aguantado la tensión del banquete y de toda esa media hora de más que se prolonga la película, quizás por no saber cómo darle una conclusión satisfactoria, después de haber echado a volar tantas expectativas. La apuesta era muy fuerte, y el riesgo de caer en un final demasiado descaradamente moralizante o en dejar muchos hilos tendidos está ahí.
Me quedo, eso sí, con las escenas que corresponden a la imagen que cuelgo (viendo la obra expuesta uno ya se hace cargo del tipo de jocosas peripecias que pueden darse por ahí), un inicio de paseo nocturno por palacios que recuerda al de "La grande Bellezza" (Sorrentino) o con la mesa redonda con espectador aquejado de síndrome de Tourette que pone en juego las reacciones obligadas políticamente correctas de los demás. También, por qué no, con una dramática toma cenital de la caja de escalera que hasta recuerda a la de "M, el vampiro de Dusseldorf" (Lang). Reniego en cambio de otras cosas y, entre ellas, desde luego de otra escena con escaleras fatalmente filmada (de la forma agitada, digamos, de una película de terror reciente).
Östund dejó ver que podía hacer un cine interesante haciendo ver las tensiones que pueden estallar con la respuesta a un alud (su anterior "Fuerza mayor" -"Turist"-). Toda una muy amplia primera parte de ésta, mientras te va sorprendiendo agradablemente, haciéndote hasta soltar alguna carcajada, habla de que se debería seguir pensando en él en el futuro. Salvo que, vista en fotos que se prodigan por la red la reacción que tuvo en la ceremonia de entrega de premios en Cannes, pase a considerarse a sí mismo un genio y quiera en próximas películas sorprenderte en cada escena, haciéndose entonces insoportable. Esperemos que no pase esto último.
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