Larga cola para entrar a la segunda sesión del Boliche. Creía que todos se dirigirían a ver “Jackie”, al ser una película, en principio, para público masivo, pero se han repartido por las otras salas, y la grande en la que la pasaban presentaba baja entrada. Porcentaje alto de señoras de cierta edad, de esas del barrio que se reúnen para ir al cine y que, por cierto, veo que se han acostumbrado a los subtítulos, salvo las dos de detrás, que han empezado a hablar entre sí alteradas y se han ido con estrépito justo al verlos aparecer. Vencido este percance, poca cosa reseñable: un autoritario espectador se ha encargado de frenar de cuajo los numerosos cotilleos o finales de conversación del principio (¡Shhh, Shhh!) y todo, salvo un conato de ronquido, ha ido como la seda.
Tenía curiosidad por saber cómo iba a abordar Pablo Larraín el tema. Inicialmente ha sorprendido con un fortísimo contraste entre la Jacqueline Kennedy tímida, inexperta, del falso reportaje en que enseña la Casa Blanca en un programa de TV y su entereza y derroche de carácter, pasado el tiempo, fumando en la entrevista del porche en la elegante mansión de Massachusetts. Luego, haciendo entrar en esos planos obsesivos en que la cámara sigue a una mujer deambulando desorientada tras el asesinato de su marido.
Es curioso, y quizás eso se le reproche a la película, cómo finalmente reduce todo a lo más mínimo, que es, curiosamente, lo que ha quedado, lo más visto una y otra vez, lo recordado a lo largo del tiempo, por el poder de los medios: ese traje chaqueta rosa, un gesto inocente de un niño, un rostro tapado por un velo negro.
Un señor de por atrás ha exclamado hacia la mitad del film en voz baja (pero como era bastante mayor no controlaba bien el volumen, y se le ha oído mucho) a su pareja: “Aquesta pel·lícula és una merda!”. Y mis acompañantes han salido protestando por lo aburrido de la función, por mucho que les he señalado que hasta se reproducía en ella un agradable –y no era superfluo- “Camelot”. Yo no estoy de acuerdo ni con uno ni con las otras.
Hay también dos o tres frases que en una película de este tema serían de esas lapidarias, de orgullo patrio y cosas peores, pero están colocadas, si se mira bien, muy adecuadamente. Una aseveración ha quedado mejorada con el transcurrir del tiempo y los recientes acontecimientos: Cuando Jackie ha soltado ese “Vendrán otros Presidentes de Estados Unidos que lo harán muy bien” nadie nos ha acompañado en la carcajada.
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