Si se inscribe el nombre de Dimitri Tatischeff en la casilla para búsquedas de Google, aparece reseñado un embajador ruso en la corte española de principios del siglo XIX, al que un libro que lleva por título "Breve historia de los Borbones españoles" le adjudica el calificativo de "intrigante", y le hace protagonista de la venta de una buena cantidad de barcos al gobierno español que nunca llegaron a navegar.
Por el nombre, y a falta de los correspondientes análisis (otra web, pero de pago, dice facilitar todo el árbol genealógico de este buen hombre), bien podría ser el abuelo de Dimitri Tatischeff, general ruso adjunto a la embajada en París y abuelo de Jacques Tatischeff, un crío muy bien relacionado con la nobleza rusa exiliada en Francia por motivo de la revolución desatada en su país.
Todo esto sólo nos debería interesar si queremos saber algo sobre la atalaya desde la que podía divisar el mundo de los nuevos ricos en alguna de sus películas Jacques Tati, a la sazón nombre artístico posterior de ese último Tatischeff. Quizás aparezca mencionado, pues, el próximo martes, al ver y analizar alguna secuencia del "Ombres Mestres" con el que intentaremos captar la evolución de su personaje en sus películas, la eterna confrontación que se da en ellas entre un mundo antiguo, desapareciendo aceleradamente, y otro nuevo que, mirado con una buena lente, tanto nos explica sorprendentes paradojas como nos hace advertir jocosos comportamientos.
Pero en lo que intentaremos fijar más nuestra atención es en los mecanismos cinematográficos -sonoros y visuales- que ponía en marcha Tati. Unos mecanismos que, al menos para quien esto escribe, lo colocan en lo que Andrés Sarris llamaba "el Olimpo de los directores", con elementos muy similares a los en ocasiones empleados por un Robert Bresson, luego seguidos por gente también de mi admiración como Otar Iosseliani. Y también está planificado, claro está, disfrutar de unos cuantos de sus gags.
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