Hay un momento de "Sobre la marcha", la última película de Gonzalo García Pelayo (la última al menos ayer, que hoy ya puede haber hecho alguna más: las hace de tres en tres) en la que te revuelves de satisfacción en la silla. No quieres perderte nada de lo que está pasando, que supera con creces lo que esperabas.
Ya has descubierto que no se trata, pese a las apariencias, de una emulación de "El arca rusa" de Sokurov. A los treinta minutos Javier García Pelayo ha salido del plano fijo del tren en el que ha estado dormitando, acosado por el calor, mientras en la banda sonora, "sobre la marcha", él mismo ha estado venciendo algo así como una apuesta y ha narrado a toda velocidad los desastrosos inicios por 1970 de Smash, el mítico grupo, asombrando con su música pese a los mil inconvenientes surgidos con los elementos y otras hierbas, divertidamente escenificados en tu cabeza gracias a la atropellada y divertida narración, por cierto que de imposible subtitulado. Todo había adquirido el carácter de apelotonados recuerdos reflotados en duermevela.
Javier, el hombre del sombrero y el parche en el ojo, se dirige entonces -"46 años después"- al enclave de la foto, en el que el que leo luego que es Javier Colis toca endiabladamente su guitarra eléctrica, sumergiéndole a él y a nosotros en el ritmo y atmósfera. Siguen entonces, en las que son las únicas escenas en las que la imagen no se ha construido para acompañar a la banda sonora, los recuerdos de una época y personajes míticos, narrados a viva voz por ese personaje resucitado, según él mismo evoca, del coma (y coincidencias de la vida, a uno le viene a la mente y le queda claro que no hay que despertar a Aute de su estado, hasta que él vuelva por sí), y por un extraordinariamente sereno, con su voz más susurrante pero a la vez más potente que nunca, Alberto García Alix. Y ya, llenos de gozo, presenciamos lo que el mismo Gonzalo nos había anunciado por Facebook que vivió hace poco. La cámara salta a seguir majestuosamente a dos moteros que, como si dos personajes de film de Peckinpah se tratase, surgen luego de repente, en sus cabalgaduras, de una negra nube de humo. Por casualidades de esas que digo yo que deben pasar cuando se hace cine sobre la marcha y eres García Pelayo, porque parece que la cosa no fue tan planificada como cuando Godard y Truffaut fueron con una barca para registrar las inundaciones de "Une histoire d'eau", coincidieron con el famoso incendio del depósito de neumáticos.
Cuando ya crees que todo funciona para dar protagonismo a Javier en sus recuerdos y sus pesquisas, la película vuelve a dar un doble giro, y vemos como él asiste, más bien pasivo, a una conversación entre boxeadores, y otra vez a ponerle imágenes (en esta ocasión un larguísimo travelling) a otra narración totalmente diferente. Es Óscar García Pelayo, su hijo, explicando la historia de su perro escapado de su casa, y buscándolo en las imágenes.
En el último plano Javier García Pelayo contempla desde lo alto cómo el tren se va, y él mismo desaparece de cuadro. En ese tren está seguro Gonzalo ya pensando, si no haciendo, su próxima película. Y no hay que descartar que no vuelva a recurrir a su hermano. Aquí estaremos esperando, impacientes.
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