No ha gustado en general el último Bellocchio, “Sangue del mio sangue” (2015), que se pasó anoche en el Festival d’A.
Aïda Antonino, que al estar en el Campus d’A debe ver y escribir sobre un montón de películas del festival, explicaba ayer en una crónica que (recojo sus mismas palabras) éstas se distribuyen en dos bloques, con dos maneras de entender el cine. El primero lo llenan trabajos con una estructura narrativa más convencional. El segundo los que buscan romper con toda convención de género, narrativa o estilo. La película de Marco Bellocchio seguramente no ha gustado, entre otras cosas, porque cae claramente en el primer bloque, mostrando unas formas que ya se tienen por requetevistas. Combina la película escenas de dos épocas: La primera una en la que un conspicuo tribunal eclesiástico de los que asolaron Europa durante mucho tiempo está empeñado en un proceso por brujería. La segunda es una vista bastante desencantada a la época actual, pero en el mismo escenario.
Es cierto que las escenas de la época antigua siguen una narrativa archiconocida, y en ocasiones parece que estemos viendo cine de género de los años 70. También es cierto que sobre todo en las escenas de la época actual, con ese carácter esperpéntico que les ha dado, hay trozos horrorosos. Pero, sin embargo…
Sin embargo he salido del cine con mal cuerpo, pero conmovido. Un mal cuerpo provocado por la sensación de que éste tiene la pinta de proyecto testamentario de Bellocchio. ¿Cómo interpretar, si no, que todo ocurra en Bobbio, su ciudad natal, que tanto representa para él y sus películas? O que media familia cope buena parte de los papeles del film. O que un actor tan característico en los films de Bellocchio como Roberto Herlitzka, el único que podría llegar a representar su alter ego, sea el que interprete en la edad actual al personaje, hecho fosfatina, que efectúa ese fantasmal, propio de un perdido vampiro, paseo nocturno por la ciudad.
No se le puede exigir a estas alturas más. Las escenas durante el tiempo del proceso por brujería, hechas con pulso más firme que las otras, sorprenden de tanto en tanto con momentos de locura (Una reacción apasionada –violenta y rápida- de un personaje; dos solteronas hermanas enternecedoras -“muy buenas católicas”, según el inquisidor-, acudiendo en camisón solícitas, alumbradas con velas, a ofrecer ayuda al atormentado;…) que nos dicen que el realizador sigue vivo y bien activo, en lo suyo. Son pocas y el tono general no tiene esa fuerza. Pero –y espero equivocarme- veo al conjunto como una cierta despedida. Y entonces…
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