jueves, 28 de abril de 2016

John From


Tenía una corazonada con una película brasileña del Festival d’A de la que no sabía prácticamente nada: “John From” (Joao Nicolau, 2015). Explicaba a todo aquel que quería oírme que la había escogido porque me atraía enormemente todo el cine de ese país que últimamente había visto. La primera sorpresa ha llegado cuando he descubierto que no se trataba de una película brasileña, sino portuguesa. La segunda, viendo que tenía como protagonista a una chica y a su amiga, ambas casi adolescentes, y que con sus músicas, juegos, comunicaciones vía móvil y demás, quizás fuera más dirigida a la menor de mis hijas que a mí.
Pero no me ha disgustado haber ido anoche a verla. Primero porque no creo que la estrenen (a ver qué cine portugués se estrena por aquí…). Después porque puede ser considerada una película de arquitectura (buena parte de su metraje se desarrolla en un bloque con ascensores y corredores exteriores, lleno de balcones muy utilizados, y por sus alrededores). También de música. Es una película sorprendente y a simple vista casi vacía, pero sólo porque muestra cómo -indolente- deja pasar el tiempo una chica de esa edad que está parte de sus vacaciones en casa, en una zona residencial de la ciudad.
La protagonista tiene unos padres decididamente atípicos, como demuestra el que una noche, al llegar a su casa, vea a su madre viendo un Kaurismaki por la TV. Se suceden enamoramientos, desenamoramientos y otras ligeras peripecias captadas con tranquilidad por la cámara, entre la que quizás sea la más estrambótica una realista reunión de vecinos. Una onírica Melanesia lo va envolviendo todo, y eso justificaría el que por el final aparezca un pavo real que a mí me ha sonado al bueno de Ioselliani. Para acabar de redondear, entre los agradecimientos he visto por ahí el muy coherente nombre de Miguel Gomes

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