Andrés Duque comentó ayer, tras la presentación de su “Oleg y las raras artes” (2016) en el Festival de Cinema d’Autor de Barcelona, que quería empezar la película mostrando a Oleg Karavaychuk en Madrid, señalando “El jardín de las delicias”, de El Bosco. No pudo ser, y en sólo en una ocasión el pianista y compositor nombra a El Bosco, pero no ha dejado de sorprenderme la casualidad, después de haber pasado tres días completos en un seminario sobre el pintor.
También impulsó al auditorio a consultar en Google sobre Oleg, y es lo que hice al llegar a casa: ¡Qué personaje!
Tenía miedo que Andrés Duque quisiera mostrar su autoría, y llevase el film hacia el experimentalismo, pero no ha sido así, y aún demostrando que ahí está su mirada, es de admirar su sumisión al personaje: Siempre está pendiente de su presencia, de sus interpretaciones musicales, manteniendo el cuadro y la secuencia sin florituras ni subrayados excesivos (persigue habitualmente sus manos tocando briosamente el piano, dirigiéndose internamente o frotándoselas mientras camina) cuanto es necesario.
Son el Hermitage y ese atractivo y cargado de historias barrio de dachas, y entre ellas la desvencijada de Oleg, que contiene abandonados libros decididamente de otro siglo, los casi únicos escenarios del film, que por contenido lo es hasta en su metraje (70 minutos). Es, según cómo, también un film de cine dentro del cine, pero sobre todo sobre música, sea ésta la de Karavaychuk o la del viento azotando las copas de los árboles. Después de su perorata ante la cámara, en medio de un pasillo del Hermitage, este pequeño personajillo de 88 años, con sus largos cabellos y perpetua boina roja, que parece alabar tanto al Zar y su familia como a Stalin, nos sorprende con una actuación al piano de una fuerza increíble. Al oírla he anotado en la libretilla: “Carles Santos”. Me ha recordado al músico de Vinaroz, en tiempos todo energía al piano, tocando.
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