Anoche la sala grande de la Filmoteca presentaba un aspecto más bien desolado durante la proyección (tres horas) de "Va e vem" (Joao César Monteiro, 2003). No esperaba tampoco multitudes, pero es algo que no entiendo, y que en todo caso creo debido a desconocimiento sobre la singularidad del cineasta, que suponía que tendría una parroquia de incondicionales nutrida.
El "va y ven" del título se debe, sin duda, a los viajes que Joao Vuvú, peculiar viejo ya en los huesos -el mismo Monteiro-, emprende diariamente en autobús urbano desde su casa hasta un parque donde dejarse llevar, sentado en un banco, por la contemplación, siempre participativa. En los trayectos no para quieto, observando en posturas malabares las partes altas de las casas por las que pasa el bus, cambiándose de sitio, conversando con las antiguas conocidas con las que va encontrándose, y participando en los saraos musicales que ahí tienen lugar. Luego hace el trayecto inverso, y regresa a casa, quizás pasando antes por la Farmacia Confiança.
El caso es que el Sr. Vuvú ve la necesidad de contratar a una mujer de hacer faenas, y se le presenta para ello una especie de hada joven, que permite aportar los siempre presentes elementos eróticos de sus películas. La recibe rendido, la hace pasar ofreciendo sentido homenaje al póster gigante de "Pickpocket" y, a partir de entonces Monteiro hace esperar al espectador contraplanos como el de él, de rodillas, limpiando a cepillo enérgicamente la moqueta a ritmo de música. Al final llega el contraplano: La bella Adriana, vestida de una cómoda y casi traslúcida combinación está tan ricamente tumbada en una tumbona, para después pasar indolentemente a pintarse las uñas de los pies.
Quizás, no obstante, el plano casero más habitual de la película los abarca a ellos dos, enfrente de una ventana o foco de luz, dándose a la conversación o el juego, bebiendo unos zumos que él ha preparado. En todo el film el Sr. Vuvú habla con las viejas conocidas con las que se encuentra utilizando proverbios, versos, contando leyendas e historias, quizás canciones, siempre con un lenguaje culto, instruido, de lo más jocoso. En una ocasión ensaya en casa con la misma Adriana "La verbena de la Paloma", y ya los vemos a los dos, disfrazados ad-hoc, cantando aquello de "¿Dónde vas con mantón de Manila?..."
Siempre Monteiro lleva hasta el final cada escena, completa las músicas que pone, y eso, aunque se trate de algo festivo, es posible que enerve a algún ocasional espectador. Como ese larguísimo plano fijo del ojo del mismo Monteiro, tras haber visto a otra hada agradabilísima subida en un árbol de encima del banco de su parque habitual y, más tarde, el mismo árbol ya vacío. Sabiendo que ésta fue la película póstuma de Monteiro, ágil pero ya en las últimas en el film, ese plano aparta de tu mente todo lo festivo de la película y te hace entrar en otro tipo de reflexiones, mucho más trascendentes.
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