viernes, 20 de febrero de 2015

L'homme à l'Hispano

Es extraordinario apreciar cómo Jean Epstein va presentando los diferentes espacios de la película. Arranca el film con la cámara entrando en un despacho en el que discuten un par de pasantes, acercándose a una puerta, franqueándola y dejándonos ver la conversación entre un notario y el protagonista, por la que sabemos que éste se ha quedado sin dinero. No será ni mucho menos el único movimiento de cámara de estas características. Para darnos a entender cada uno de los espacios, Epstein inicia cada escena con un majestuoso y vistoso movimiento, que recorre siempre algún elemento secundario, pero muy significativo: Unas estanterías con potes en el vuelo ascendente de la cámara hasta recoger en picado el interior del café; un travelling lateral que recoge la fugaz imagen de un niño contando unas monedas con las que le han pagado; el barrido por la sala del banquete resultado de un movimiento de cámara descendente, que se abre con los criados del fondo del salón, atentos a todo; los dos coches –Rolls e Hispano- capitulados,…
Uno de esos movimientos de cámara me ha llegado a emocionar: El protagonista debe ir a Burdeos para coger un barco que le llevará a Senegal. Está en la estación de tren. En el andén hay un kiosco ambulante, que exhibe sus publicaciones. La que está más visible, en medio de un frente triangular, muestra la cara de una actriz en la portada de una revista que se llama París. Entonces la cámara inicia un travelling en retroceso, alejándose de la revista. Adiós París…
Si “L’auberge rouge” (1923) era un relato truculento muy bien explicado y sostenido con el ambiente preciso, “L’homme à l’Hispano” (Jean Epstein, 1933, hoy en la Filmoteca ) es algo totalmente diferente. Es Biarritz, el golf, la playa, el aeródromo, el verano, las casas de campo y los coches lujosos. Es la gran y despreocupada vida. Quizás la única escena que recuerda algo ciertos ambientes de la anterior es una en que la pareja, sorprendida por el vendaval que agita las ventanas, se da el primer beso, envueltos ambos en los visillos. U otra con un estanque cubierto por la neblina.
Película que empieza como un Lubitsch, que sigue luego pautas de alta comedia, con unos momentos desternillantes ligados a un viaje en tren, que tendrá más adelante una única escena tirando a futurista con imágenes múltiples del coche a toda velocidad, fragmentado, por el campo, entrando en un cierto decaimiento de su frescura en su parte central, y acaba con otra puerta cerrada al final, para esta vez no enseñar nada y sólo dejar suponer lo que se va a desarrollar dentro, a su otro lado. Hace poco ya habíamos visto cómo el film había ido derivando muy bien, muy dignamente, como su protagonista, de la alta comedia al melodrama.
La vuelven a pasar la noche del 25 de febrero.

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