Habrá que revisar, a estas alturas, la historia del cine. Georges Sadoul señala que “Coeur Fidèle” (1923), que han pasado hoy en la Filmoteca, es la obra maestra de Jean Epstein. Por lo que he visto es, en realidad, un melodramón infumable, lastrado por la elección de los actores principales: la que hace de una lastimera huérfana criada en un bar portuario de Marsella y su enamorado, con pinta de actor de revistas de cine de los años 20, a quien le ha tocado en suerte un papelón de resignado desgraciado de lo más penoso. Puestos a elegir, yo me quedaba con el matón que se lleva al huerto a la chica, que tiene algo de fuelle.
Y, sin embargo, antes de fijarse en los actores, uno puede ver un magnífico arranque de película: Unos primeros planos muestran una colilla, copas sucias, en una mesa de madera tronada, que es limpiada por la que será la heroína de la función.
No son los únicos primeros planos, que cubren todo el metraje, algunos con los rostros de los protagonistas sobreimpresionados con el mar, ni las únicas imágenes atractivas: se ve la silueta de él acercándose a la taberna, pero difuminada por una cortina que cubre la puerta. También están las sincopadas imágenes de la feria pueblerina, que debieron admirar en su día, pero la verdad es que su carácter reiterativo, combinado con una partitura para piano no muy afortunada me ha hecho la sesión de difícil digestión.
Habrá que insistir, para quitarse de encima la mala impresión.
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