Pues resulta que van paseando por una calle elevada, con una vista que quita el hipo, y Eduardo de Filippo le pregunta a Totó que qué opina de la felicidad, si es feliz. Van siguiendo unas vías, porque Totó es tranviario. Éste se para, pensativo, y suelta toda una reflexión filosófica, diciendo que la vida es continua / discontinua, y acaba sentenciando que por eso sabe que nunca habrá guerra. En ese momento se cruza un niño, golpeando con un palo la barandilla de la calle y canturreando un sonsonete: “¡Ha estallado la guerra, ha estallado la guerra!” Totó, apesadumbrado, pide perdón: “Lo siento: estaba totalmente convencido”.
“Napoli millonaria” (Eduardo de Filippo, 1950) es un extraordinario canto a la ciudad y a sus gentes. Empieza con una panorámica desde Santa Lucía y más allá mientras una voz en off de esas que después imitaría Berlanga y cierto cine español sitúa la acción, para luego concentrarse en la abigarrada vida de un vicolo. Las autoridades de diferente signo (fascistas, alemanes, norteamericanos, democratacristianos,..), las desgracias van sucediéndose, pero la gente de Nápoles tiene la fuerza para sobreponerse a todo y encontrar su forma de vida.
Por el final, Totó regresa de tres años por un obligado periplo por los más penosos paisajes de la II guerra mundial: “Cuanto muerto, cuanto muerto –se lamenta-. Y todos iguales, sólo niños helados.” Empieza repetidamente la narración de sus batallas, pero nadie le hace caso. “Aquí también hemos vivido penurias”, le dicen sin querer escucharle.
La única bandera que ondea siempre al viento es, quizás, la de la ropa tendida de la primera y última escena.
Hacía tiempo que no disfrutaba tanto como con este programa doble, Epstein + De Filippo, que justifica de por vida la existencia de una Filmoteca.
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