Coge "Le ceneri di Gramsci" y se detiene en el primer terceto de su primer poema, "L'Appennino": “Teatro di dossi, ebbri, calcinati,/ muto, è la muta luna che ti vive,/ tiepida sulla Lucchesia dai prati”. Va repitiendo poco a poco, para que veamos que nos está hablando de los Apeninos, una cadena montañosa que desde la Toscana recorre toda Italia hasta el límite sur, contemplados a la luz de la luna desde Lucca. Pero pasa a otro nivel. Abre una antología de poesía italiana que ha cogido de la Biblioteca del Istituto Italiano di Cultura, que era donde nos encontrábamos abrigados anoche, con un frío pelón fuera, y lee un verso de Leopardi. Rápidamente nos hace ver que lo que hace Pasolini es partir de Leopardi para, una vez empapado de sus versos, dar una visión de lo mismo con otro lenguaje totalmente diferente: Dice ver, desde ahí, los Apeninos como dando tumbos, borrachos,..
Eso fue ya la por la parte final de la conferencia de Raffaele Pinto sobre “Pasolini Poeta” para el Projecte Pasolini Barcelona. Como un ejercicio práctico para demostrar palmariamente (ha habido en la sala, cuando ha leído a Leopardi, como un “¡oh!” asombrado) lo que antes ha estado diciendo, de que Pasolini, mostrando una de sus paradojas, y contrariamente a todos sus coetáneos, reivindica la poesía del XIX, una tradición poética que le permite “controvertir la estructura del estado”.
Previamente ha definido a Pier Paolo como un muchacho para el que la poesía había sido una necesidad fisiológica, víctima de una lectura y escritura torrencial (y ahí, precisamente, ha visto su comportamiento dantesco, respondiendo a nuestra broma sobre cómo iba a ligar Pasolini con el Dante de la Divina Comedia). Y ha entrado en el camino -que ha definido como inevitable- de partir de Freud, del odio a su padre, el amor a su madre, para entender sus razones. Un Freud defendido para su poesía por delante de Marx: “Io non so cosa sia questa non-ragione, questa poca-ragione: Vico, o Croce, o Freud, mi soccorrono: ma con la sola suggestione del mito, della scienza, nella mia abulia. Non Marx”. Y ha explicado también su homosexualidad (ligada a su enorme amor por su madre) no solo por su pulsión sexual, sino también como reivindicación de la alteridad, de la diversidad. El descubrimiento de su homosexualidad fue para Pasolini un momento de exaltación vital, pero con la sombra del pecado (su excitación ante Cristo desnudo en la cruz). A través de la homosexualidad, del narcisismo, ha comentado Pinto, Pasolini entra en la tradición literaria. Toma un punto de vista infantil, poético, lanza una mirada infantil sobre el mundo. Los verdaderos poetas son como niños, con una fantasía increíble. Detrás de cada buen poeta se esconde un niño, ha comentado, recordando Le genie enfant, de Beaudelaire.
Y ha acabado, más o menos, hablando de otras contradicciones de un Pasolini que está cargado de ellas, muchas ligadas, en un extremo, a su comunismo: Le dice en un poema a Gramsci que está “con te e contro di te”, su ideología con él, sus tripas contra él. Porque, entre la alegría y la lucha del proletariado, escoge la alegría.
Por un malentendido que no hemos sabido cortar a tiempo, la charla la ha dado en italiano, lo que ha sido una cierta barrera a la comprensión completa, pero vaya, la música general yo creo que ha sido ésta. Y por los comentarios captados posteriormente entre la gente, yo diría que les han entrado ganas de que te siguiera hablando de venga poesías. Habrá que ir a que nos explique “La vita nuova”…
Siento hacer más largo aún esto, pero no quiero acabar sin mencionar su magnífica incursión, durante la rueda de preguntas, en las razones de su entrada en el mundo del cine, intentando responder también sobre cómo aflora la poesía en su cine: Pasolini veía el cine, ha explicado, como la forma que tanto buscaba de representar lo real. Vio en él un lenguaje más primario, directo, sin el filtro de las palabras por el medio. Definía la cámara como unos ojos y unas orejas, pero para entender la realidad, decía, eso no basta. Para darle sentido es preciso el montaje. Y este magnífico final, sacado de su “Discurso del plano secuencia”: Para que la vida tenga sentido es necesario morir. Sólo con la muerte es cuando nuestra vida está ya montada.
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