miércoles, 5 de agosto de 2020

El joven Ahmed




La muerte del trabajo


El epílogo de “La muerte del trabajo” (Michael Glawogger, 2005, incitada a ver por José Luis Márquez, que ofreció el enlace que cuelgo yo también abajo) muestra unos niños de excursión por el parque en el que se ha convertido una acería alemana, como dando por válido el título del documental. Pero son unas imágenes que pueden llevar a una conclusión engañosa. Si en Alemania han podido hacer estas virguerías en los sitios en que funcionaba su industria pesada, es porque han exportado toda su industria nociva a países del tercer mundo, como deja intuir parcialmente algún relato de los presentados.
No es “La muerte del trabajo” una película de esas que levante el ánimo. En ocasiones, además (y el caso de esa especie de matadero gigante nigeriano al aire libre, a donde la gente lleva sus animales y paga para que se los maten, asen y despiecen, es el más evidente), hay que tener valor, o estar bastante enfermo, para aguantar sin pestañear cosas tan desagradables. Ahí está toda la atrocidad de “La sang des bêtes”, pero sin un ápice de su poesía.
Apenas si se ven capataces, y no digamos ingenieros o directores de los trabajos. Quizás sea que no han permitido su aparición en el documental, pero eso de a veces la impresión de que los propios trabajadores se entregan voluntariamente, animosamente, a su horroroso y peligroso quehacer.
Viendo alguno de los episodios, y más concretamente el de Nigeria, llegué a preguntarme si José Luis me quería mal, enviándome este recadito. Pero he de concluir que no, que su visión me ha llevado a una serie de enseñanzas y correspondientes conclusiones, que creo positivas. Una es que nunca iré a hacer de turista a una montaña de azufre indonesia, mientras me cruzo a unos pobres desgraciados que no acuden allí por la belleza de esos tonos amarillos. Una segunda es valorar seriamente lo de convertirse en vegetariano. Otra tercera es no dejar decir a nadie que vivimos en una sociedad avanzada mientras no se exija en trabajos y productos (aquí y allí) que se produzcan con un sueldo justo y en condiciones de seguridad absolutas.
De modo que gracias, José Luis. Pero: ¿qué tal en otra ocasión una comedia, una de aventuras o así?

martes, 4 de agosto de 2020

Bait



Blanco y negro, 16mm, aspecto de soporte químico, “Bait” (Mark Jenkin, 2019) viene marcada a fuego por su formato.
Planos medios, cuadro muy ajustado, un campo visual aún más limitado por sus frecuentes insertos en primer plano, van tejiendo tensiones, empezando por las visuales, en un ambiente de pueblo costero al que llegan familias de la ciudad. En un sitio de antiguos marineros que va cambiando de medio de vida, componentes de sus familias ahora rivales.

La tensión lograda con medios formales va aumentando, incrementándose también gracias a acelerados montajes paralelos de elementos (de pescados, langostas, redes, instrumentos marineros) de detalle.
Una propuesta del Atlántida Festival visible en Filmin que me ha resultado por momentos claustrofóbica, pero con interés.


lunes, 3 de agosto de 2020

Un verano prodigioso






¿Qué pasó entre 1933, año de realización de “Okrania” y 1951, el de “Un verano prodigioso”, para que el cine de Boris Barnet cambiara tan esencialmente, hasta solo tener parangón en el cine chino de la Revolución Cultural o en los carteles de propaganda norcoreana?
La respuesta la da, claro, la evolución de la historia de la Unión Soviética de Stalin.
En “Un verano prodigioso” Pietr regresa a su pueblo y parece que algo de historias personales al margen van a existir, pero sí están ahí no es para mostrar la habilidad de Barnet, sino para certificar las dificultades pese a las que se pueden encontrar en el desarrollo de los programas de un Koljós y cómo el entusiasmo va contagiándose hasta lograr la mejor producción agropecuaria del siglo.
Me suelen gustar mucho, vistos desde aquí y ahora, los cuadros del realismo socialista, con ese efecto cromo tan divertido, pero puestos en una película se hacen pesadísimos. Claro que no tanto como debió ser vivir ahí en ese momento, golpeados por una realidad que sólo una propaganda marciana se atrevía a tergiversar de forma tan edulcorada e hipócrita.





domingo, 2 de agosto de 2020

Okraina


Una pareja pasea por la plaza, cruzada por todo un juego de sombras.

Una joven observadora de los hechos, en un banco.

El banco, protagonista de intentos de seducción.

Hasta con el clásico ligue con perro.

Antes del estallido.

Este magnífico detalle de ver al personaje con su gesto de rasgarse la cabeza.

La inocente observadora.

¡Qué bueno era Boris Barnet!
Hay por YouTube (enlace al final) una copia bastante buena (1) de “Okraina” (“Suburbios”, 1933, anunciada ahí como “Outskirts”). Como cuando se hizo se llevaba muy poco tiempo de sonoro, lo extraordinario, el verdadero regalo para su contemplación actual, es que todo está narrado mediante recursos visuales, cuando no espléndidos gags.
El sonido (aunque quizás el de esta copia esté -mal- renovado), por su parte, es mucho más rudimentario, dando esa penosa sensación de que surgía de un plano diferente al de los personajes de la pantalla. Claro que, aún así, hay unas cuantas utilizaciones de esas que sólo propiciaba su cercana introducción en el caso de estar al cargo un buen realizador. Un ejemplo es el de esos chorros de vapor que expulsa la locomotora correspondiendo a los gritos de hurra de los que despiden a los que van a la guerra. Otro, el montaje paralelo, aprovechando un ruido similar, entre la ametralladora alemana y la nueva máquina para clavar las suelas de las botas.
Como siempre en Barnet, son maravillosas, y llenas de humor, las imágenes iniciales, que plantean el ambiente previo a los acontecimientos. Si se va mirando la larga serie de capturas de pantalla que cuelgo y leyendo sus pies de foto, podrán pescarse unas cuantas.
El tema que plantea la película, ambientada en el momento del estallido de la guerra de Alemania con la Rusia zarista, es uno que estuvo muy presente al inicio de la Primera Guerra Mundial. Son las dos posturas enfrontadas: combatir al enemigo, olvidándose de las luchas internas ante un trabajo casi esclavista o bien entender que la solidaridad obrera, aún internacional, es prioritaria y debe seguir buscándose la revolución.
La postura de Barnet queda clara desde el primer momento: El fabricante de botas que ha incitado a dejar de lado la huelga e ir a combatir a los alemanes vemos que se ve beneficiado por un sustancioso contrato para suministrar calzado al ejército.
El enlace:

Dos vecinos -que se dirigen uno a otro de esa forma que hizo célebre los relatos rusos del XIX, por su nombre y apellido- van a averiguar qué conflictos hay por las cercanías.

Estalla la guerra.

Preocupado por leer la noticia, este señor casi ahorca involuntariamente al pobre perrín.

El banco de nuevo. El de la derecha, un soldado alemán.

El padre, zapatero, recibe una trágica notificación. Esta escena la incluimos en el Ombres Mestres dedicado a “Correspondencias”... en otro momento hay también un espectacular raccord con la bota de un muerto expulsada de una trinchera y otra de las muchas botas producidas en el taller, que también mostramos en otro Ombres Mestres, el de raccords.

No preocuparse: con paso decidido, una marea imparable de proletarios caminará al final para cambiar la situación.

Se acabarán en el futuro escenas como ésta del carrista borracho del principio del film.

viernes, 31 de julio de 2020

Estudi Harris


Andreu Jaume en una panorámica del documental, trabajando en su lugar de trabajo del Estudi Harris.

El salón de la casa. Ahora me doy cuenta que debiera haber sacado también una imagen del contraplano, con el jardín y el mar a través de la balconada.

El último y magnífico documental de Emilio Manzano (realizado por Claire Roquigny, 2020, con música -a remarcar- de Publio Delgado, que se estrenó anoche en Filmin, formando parte del Festival Atlántida) tiene como dos partes.
Para mí ha sido una enorme sorpresa encontrarme al principio de su primera parte nada menos que con Andreu Jaume haciendo de iniciador e hilo vertebrador de todo. Se conoce mucho por aquí a Jaume por su papel como omnipresente conferenciante, organizador de cursos y mesas redondas, además de como escritor, traductor, editor y, como todos los que lo han oído saben, lector de numerosas lenguas, vivas y muertas. Siempre queda en estos casos un punto de curiosidad por saber de dónde viene un personaje como éste, del que sabía sus querencias, maestros y temas recurrentes, pero nada de su biografía. Y, mira por dónde, el documental da buena cuenta de ello, gracias a lo que no es en principio sino una serie de casualidades.
El documental -o si se quiere lo que he marcado como primera parte del mismo- va sobre Tomas Harris, un pintor, coleccionista y estudioso de Goya que se supo finalmente fue también un importante espía británico. Pero el título del documental es -muy acertadamente- “Estudi Harris”: Instalado en Mallorca después de la II Guerra Mundial, Harris fue a vivir a esa casa en el entonces casi virgen Camp de Mar, cerca del hotel de ese nombre regentado por los abuelos de Andreu Jaume, quienes compraron en los años sesenta la finca.
La historia de Harris, con sus ribetes fantásticos, explicada por Andreu Jaume y otras familiares suyas, es apasionante. Pero tras haber mencionado su muerte y todo lo que se especuló sobre ella, precisamente tras una risotada en off de Jaume ante unas declaraciones de la que debe ser su madre o tia, hay un plano general y casi una pausa, tras la que empieza lo que he llamado la segunda parte.
Esta segunda parte es precisamente la historia de la familia de Andreu Jaume, que vaya si merece ser conocida. Y él mismo -supongo que organizado o al menos con la complicidad de Manzano- hace que eso que tanto me ha gustado, el propio Estudi Harris, sea el que ponga un final feliz global a todo -en ocasiones muy dramático- lo narrado.

Un dibujo de la casa supongo que hecho por el propio Harris que sirve de cartel al documental.

Abderrahmane Sissako. Cineasta viajero


Sissako, como un patricio romano.

Callejeando por Cantón.

Un cineasta africano como yo -comenta Abderrahmane Sissako- no tiene a Picasso, a Cézanne, a todos esos grandes pintores. Pero, de hecho, yo tuve un universo, en mi infancia, lleno de colores. Lo dice en el documental “Abderrahmane Sissako. Cineasta viajero” (Valérie Osouf, 2017), que ha pasado y supongo que lo volverá a hacer por TV5Monde.
Sissako, en el documental, aparece comentando su obra y reflexionando sobre el cine y lo que quiere trasmitir con él. Lo hace en los diferentes sitios en que ha vivido o rodado sus películas: Mauritania, Malí, Moscú, Paris y hasta Cantón. En otros continentes aparece casi camuflado tras unas gafas oscuras y una gorra. En África va con unas túnicas que le confieren, junto al tono con el que lo dice todo, el aire de un patricio romano.
Una de sus primeras películas la rodó en 1993 en Moscú, en cuya escuela de cine, la VGIK, había estudiado a las órdenes del georgiano Marlen Khutsiev, que aparece entrevistado y comentando que sobresalía por su mirada, por cómo miraba y sentía. La hizo -poca broma- con Rerberg, el director de fotografía de “El espejo” (1975) de Tarkovski.

El actor que hacía de pescador en “En busca de la felicidad” (2002).

Rememorando el patio de la casa de su infancia, junto al pozo que construyó su padre, donde, como explica, debido a que el agua no tiene dueño, entraba continuamente todo tipo de gente, rodó “Bamako” (2006)
Scorsese habla en el inicio del documental de la serenidad que, en sus películas, hace de contrapunto a la extraordinaria potencia de las situaciones rodadas. Parte de esa serenidad atisbada en los fragmentos incluidos en forma de hermosos y coloridos encuadres, hace que entren ganas de repasar toda su filmografía.
Rememorando la ventana que, como una pantalla de cine, se abría al mundo en su juventud. “En busca de la felicidad”.

África como uña mundo de colores.

jueves, 30 de julio de 2020

Meseta



En su presentación, “Meseta” (Juan Palacios, 2019. Visible en Filmin vía el Atlántida Film Festival) muestra un plano/ contraplano muy audaz. Unas misteriosas, sinuosas formas que se van desplazando lentamente resultan ser los campos y montes contemplados desde un avión. A continuación vemos a un pastor de ovejas mirando el paso de un avión por el cielo. Más adelante, en varias ocasiones, alguno de los personajes del film alza la vista y ve de nuevo cómo un avión cruza, bien lejos, el cielo.
Tras ese original plano/contraplano y justo antes del título, entramos rápidamente en harina. La cámara registra el paso del rebaño de ovejas por una cañada y se pone a seguirlas, en pleno revuelo. Al poco, entran todos en un oscuro túnel bajo una carretera.



“Meseta” nos va a mostrar una serie de actividades, todas residuales, que ocupan a los pocos habitantes (casi todos ancianos, un par de niñas) que aún viven en un pueblo que la mayoría ha ido abandonando. El abandono lleva a la enorme soledad actual, y ésta a imágenes que te hacen preguntarte cómo de un tema así, tan “realista”, se pueden lograr secuencias que se siguen como sí de un film fantástico se tratase. Es el caso del movimiento del rebaño, pero también las escenas nocturnas, el viento removiendo las hojas de la chopera junto al río, el pescatero venido de la ciudad anunciando su mercancía por unas calles sin ningún signo de vida, las niñas jugando en las tumbas enclavadas en la roca,...
Unas niñas incapaces de encontrar ningún Pokemon ayudadas de su móvil.


lunes, 27 de julio de 2020

Cargo 200


El coronel. Hay jaleo en Afganistán...

Su hermano, profesor de Agnosticismo Científico.

La hija del coronel y un amigo.

He empezado el ciclo Aleksei Balabanov que ofrece el Atlántida Film Festival en Filmin por “Cargo 200”, de la que me habían llegado buenas referencias.

Empieza como una especie de colorido y sonoro revival, pero con muy mala idea (de haber algo de nostalgia está muy escondida), de los ambientes y personajes de la Rusia de 1984, para pasar a continuación a un entorno rural en el que con el cambio de tercio parece que vas a entrar en un film gore. Algo hay de eso por el final, pero no en entorno rural, sino en otro industrial y más urbano, pero para llegar ahí antes se pasa, de forma trepidante, por toda una serie de escenas con acciones que muestran a lo vivo el proceso de descomposición total de la URSS en esos años.

Una película impactante, que creo sorprenderá a más de uno, como me ha sorprendido a mí.
En el ambiente de terror rural.

Y el otro entorno.


La recta provincia


Una diablesa acude con su hijo en busca de reparación.

Las películas francesas de Raúl Ruiz, que siempre empiezo a ver con gran interés, llega un momento en que me desconciertan (quizás sea ese instante del que habla Ruiz en el que aflora la película que corría por ahí, subterránea) y acaban por ahuyentarme. Pero por el final de su vida hizo en Portugal la impresionante “Misterios de Lisboa” (2010), que pudo verse de un tirón en uno de los últimos matinales del Alexandra, demostrándome que tenía espíritu fabulador de sobras para hacer gozar con ella de principio a fin y ahora, al ver la miniserie rodada para la televisión chilena (que abajo se ve de forma continua, sin cortes) “La recta provincia” (2007), me doy cuenta de que he de repasar a conciencia su filmografía, porque aquella película no era una exuberante flor aislada.
Paulino, hombre de pocas entendederas, interpretado por el director chileno Ignacio Agüero, emprende con su madre un camino por la sierra en busca de unos huesos perdidos. Suficiente como para entrar en un engranaje de esos en los que una historia lleva a otra, que contiene una tercera. Algo así como “El manuscrito encontrado en Zaragoza”... o la misma “Misterios de Lisboa”. Sólo que aquí el espíritu del cuento fantástico, bonachón y muy divertido, se ofrece abiertamente, sin máscara, desde un principio.
El hombre que anda cayéndose continuamente, unos diablos que andan hacia atrás, otros que muestran una cojera manifiesta o, como Dionisio Faúndez, caminan si no corren en plan andarín impenitente, la mini-historia del encuentro entre Heráclito y Demócrito o hasta la de una diablesa a la que le pierden las perdices. Las recetas de cómo las prepara, en este enlace:

Faustino y su madre reciben la visita de un diablo reciente.

sábado, 25 de julio de 2020

Hard Labor y Los buenos modales


Porque aquí van adornados para navidad, pero el supermercado del primer film, aunque nuevo, cotidianamente no tiene nada que envidiar a los establecimientos de DIA en sus peores tiempos.

Pues sí. Inducido por comentarios elogiosos de por aquí, he descubierto yo también que hay una pareja de realizadores brasileños, Marco Dutra y Juliana Rojas que, como permite comprobar la visión de sus dos películas presentes en Filmin, elaboran un cine con elementos fantásticos, convenientemente actualizado.
Vi primero “Hard Labor” (2011), una película que hace permanecer en tensión constantemente, reflejando cosas muy habituales: un matrimonio en el que él pierde su trabajo y entra en una angustiosa cadena de búsqueda de empleo, mientras ella sigue adelante con la ilusión de su vida y monta un supermercado. La sordidez de éste y lo que se va descubriendo en él absorbe la atención del espectador, que también debiera darse cuenta que la película le está pintando, a golpes de cine ligeramente fantástico, una realidad que es, además de próxima, muy puñetera.
Anoche vi la más reciente (2017) y posiblemente más sofisticada “Los buenos modales”, que con sus sorprendentes derivas argumentales que no olvidan reflejos mágicos a lo “La noche del cazador” o pesadillas a lo “Furia”, nos acerca mucho más un concreto campo del cine fantástico, ese en el que eran de buen uso las balas de plata.
Patrona y criada superan una primera parte de "Los buenos modales" en la que está latente de forma explosiva -como, de hecho, en toda la otra- todo eso de la lucha de clases.