1. Marnie, alejándose por un andén de tren con el bolso bajo el brazo.
Fui ayer a la Filmoteca a ver “Marnie” (1) (Alfred Hitchcock, 1964) con la idea fija de centrarme, principalmente, en espectaculares dibujos de barcos y en el famoso bolso.
Este último, un llamativo bolso de cuero amarillo, constituye, en primerísimo primer plano (más que en la primera foto, captada ya cuando su propietaria se aleja con él bajo el brazo por el andén), la imagen inicial de todo el film. Resulta, pues, natural que todo el mundo se lanzase en su día a sacarle significados y, dada la frecuencia con la que el mismo Hitchcock saca paralelismos entre cosas de lo más inocente y las batallas sexuales entre sus diferentes personajes, de los más procaces. El que gana por goleada es, dados los pliegues de su lateral, que el bolso vendría a representar la vagina de la protagonista (Marnie, Tippi Hedren), quien, como se apreciará en la película más adelante, cuando ve que le puede llegar un peligroso asalto, procura llevársela bien protegida a otro lugar, como en la foto.
De espectaculares dibujos de barcos tenía, de visiones anteriores, sólo presente un plano, al final de toda la película, que, eso sí, perpetuaba en la memoria todo el componente onírico que guardaba en sí. Hay en realidad cuatro planos con barco, dos y dos, de hecho. El primer plano con barco de los dos del principio es un plano general de la calle portuaria (foto 2) donde llegará a continuación el taxi que lleva a Marnie a su casa familiar (en la foto 3 con la cámara ya bajada a la altura de calle). Los otros dos, en una idea de cierre de ciclo que mi recuerdo había partido, tendrá lugar con todo el enigma resuelto.
Algo conserva Marnie, veo, de “Vértigo”. Ella, que no creo que sea casualidad que suela vestir de color verde, se reinventa a sí misma, un poco como Madeleine-Julie, tras cada robo, con puesta de pies en polvorosa. En la foto 4 se ve a Marnie mirándose satisfecha en el espejo (la cámara) emergiendo su cabeza del lavabo en el que ha cambiado el color negro de su cabello por el rubio.
También tiene mucho la película de otras de Hitchcock, tanto por la música de Bernat Hermann, el uso de transparencias (foto 5) o el de unos decorados que han ido mejorando hasta alcanzar en ésta una perfección excepcional, como por su mar de fondo temático, pues aquí también se da eso que he ido viendo suele existir en casi toda su filmografía: el emparejamiento entre un hombre y una mujer de muy diferente extracción social, aunque se da aquí invertida a la de otras películas. Mark Rutland (Sean Connery) es el que proviene de una adinerada y socialmente considerada familia, mientras que Marnie todo lo contrario, de lo más bajo del estrato social, con una madre represiva y que rechaza toda muestra de amor de su hija.
De hecho, también podría verse la película como la continua huida de ella de sus orígenes, que aborrece, aunque se pinte de reacción inconsciente. En el librito de conversaciones con Truffaut aparece señalada esa composición de la pareja y la predisposición de Hitchcock a filmar lo que llaman “la degradación por amor” de sus personajes: a Mark le atrae meterse en el fango, se excita pensando en juntarse con una ladrona, por lo que eso tiene de riesgo para su estatus.
Es en cambio lo más directamente revelador de la problemática psique de Marnie, con su pavor al color rojo y a las tormentas, quizás, lo que resulte, a mí parecer, rodado y montado de una forma bastante primaria. De hecho, esos dos primeros planos de barco pintado que he señalado, a lo mejor los olvidé por empezarse a mostrar en la escena que sigue ya, tan al principio de la historia, todos los síntomas de psicología dañada de ella y hacerse, al igual que van apareciendo por el medio y se resuelven totalmente por el final, de forma nada sutil.
Pero hay que decir algo del argumento… Hay un momento del film, que también ubicaba más tarde, en que el “armario” que es en la trama y era en ese momento Sean Connery, se pone en acción, y empieza a hacer, tras leer libros ad-hoc, consideraciones psicoanalistas… sobre los males que asoman a la que se convierte en su mujer, teorías que, de vez en cuando, deja de lado hasta el punto de, ante las negativas de ella, que rechaza todo contacto con los hombres, llegar casi a su violación.
El mismo Hitchcock se queja de no haber sabido, en esta ocasión, lograr los actores secundarios adecuados, y es verdad que salvo esa interesante y atrevida cuñada (Diane Baker: no he conseguido encontrar el momento en el que ella, vestida de un muy vivo rojo, está tumbada en un sofá de intenso verde, pero casi: foto 6), escasean en el reparto, y eso marca un menor disfrute por diversión debido a este extremo que tanto juego le da en otros films.
En cambio, siguen habiendo secuencias magistrales, con las que quedas, como espectador, boquiabierto. Una seria, sin duda, la de la foto 7, tomado con una cámara a la altura de las de Ozu, en la que vemos, como espectadores omniscientes, dos encuadres paralelos, como si fueran dos pantallas colindantes, cada una mostrando un personaje que ignora al del cuadro vecino. Es una escena muy secundaria, casi prescindible, en la trama, pero que Hitchcock rueda por el simple placer de mantener en vilo a sus espectadores durante un buen rato. Otra seria, para mí, ese angustioso recorrido de Mark por los solitarios pasillos y cubiertas del trasatlántico, en busca de Marnie, temiendo lo peor. Una escena que, por cierto -genio obliga- Hitchcock acaba con un perfecto gag de diálogo, ella respondiéndole a él.
(1) Aquí, con ese idiota paternalismo tan habitual, complementaban el nombre de la protagonista con la explicación de su actividad: “Marnie, la ladrona”, no fuera a ser que nos perdiéramos por otros vericuetos…
2. La primera pintura de barco.
3. Cámara ya a altura humana.
4. Ella, emergiendo ante el espejo con su pelo negro teñido a rubio.
5
6. Aún con colores algo virados y sin ser la captura de pantalla que buscaba, podrá entenderse lo que digo.
7. Como dos pantallas separadas, pero interconectadas, aunque inicialmente cada una vaya a lo suyo.
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