Sólo hablé en una ocasión con José Luis Borau. Fue en la sede de la SGAE, en Paseo Colón, a donde había venido para asistir a ahora ya no recuerdo qué acto. Noté que me había estado mirando, hasta que se me acercó para darme la mano.
-Sé que nos conocemos, y mucho, pero recuérdame de qué.
Sólo pude contestarle que, pese a profesarle una gran estima, lamentablemente no habíamos hasta ese momento intercambiado palabra alguna.
Con sus seguros momentos de malhumor, bastaba ver su cara y oírle contar alguna de sus pasiones… o desdichas para saber que se trataba de una buenísima persona, como un niño grande. Admirador de buena parte de sus películas y del impulso que se supone detrás de las suyas que no admiro tanto, siempre disfruté con sus regalos inesperados, como la serie de TV “Celia” o sus intervenciones en películas de otros, interpretando -muy bien- a personajes odiosos.
Lo que nunca supe es que, detrás de su filmografía, empezada tarde y con escasos títulos, se encontraba el empeño mayúsculo que ahora nos ha desvelado Carlos F. heredero con su libro, “Iceberg Borau” (ECAM - DAMA, 2024)
Lo interpreté mal y pensaba que sería una biografía de José Luis Borau, cuando está dedicado a todos sus empeños fracasados, que son un montón y abarcan cine, televisión, libros… y hasta promover museos.
No niego que me habría gustado encontrarme con esa biografía ortodoxa que buscaba, razón por la que, al ver que pasaba a hablar hasta el más mínimo detalle de todos y cada uno de sus guiones no realizados, decidí saltarme, y me he saltado, un montón de páginas.
Pero vaya, lo biográfico aparece de una forma u otra por recovecos (aunque difícil de encontrar debido a la misma estructura del libro, que separa por temas), y alguno de sus capítulos (como los dedicados a su relación con Buñuel, sus trabajos para censar el cine español exiliado a Hollywood o las ayudas de Hollywood a la República durante la guerra civil) convierte la obra en una auténtica enciclopedia, muy útil para atesorar detalles sobre muchísimos aspectos del cine español. Y, para ese cometido, el índice onomástico de su final se revelará, seguro, de lo más productivo.
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