jueves, 27 de junio de 2019

El sabor del sake

Las chimeneas que, en “plano vacío” han iniciado el film, contempladas tras un proceso de aproximación desde el despacho del protagonista.
Esa estética moderna suya tan años 60, con esos decorados grises y azulados en los que domina alguna colorida pieza de plástico, esos mecanismos de circulación interior por los mismos, me recordaron varias veces el “Mi tío” de Jacques Tati.
Este pasillo con un corredor transversal al fondo tan común en los planos de Ozu, forma parte de los “planos vacíos” de aproximación inicial a la trama y aparece luego en repetidas ocasiones, para ubicar sin problema la escena.
En 1962 Yasujiro Ozu estrenaba su última película, “El sabor del sake”, otro de los films del autor con guión suyo y de Kogo Noda que presenta a sus protagonistas -ellos- cayendo una y otra vez en las manos del alcohol, poniendo en marcha esa compañía casamentera que va a dejar sólo al viudo Chishu Ryu mediante la boda de su hija. Ayer, seleccionada por Mercedes Sampietro, se pasó por la Filmoteca y al llegar anoche a casa tras su visión, fui a buscar, al igual que tras la de un film de Hitchcock el libro de Truffaut, el libro de Marta Peris, “La casa de Ozu”, para ver qué decía de la misma, pues es una de las películas de las que habla en extenso.
Chishu Ryu se aproxima a uno de los bares del típico callejón especializado, repleto de letreros luminosos.
Entresaco del capítulo de Marta Peris únicamente dos ideas, un par de cuestiones que, más allá del desarrollo de la tesis de todo el libro, son de esas que parecen una obviedad una vez leídas, pero que indican una extensa, detallada reflexión previa hasta caer en ellas.
Chishu Ryu hablando seriamente (se nota que no lo ha hecho nunca) con su hija.
En uno de esos puntos explica que el protagonista de la película no es la hija, sino el padre, quien, en el transcurso de esa trama como siempre fraccionada a base de “planos vacíos” (como les llama ella) que enlazan entre sí las escenas “de acción”, tiene una serie de encuentros con su pasado, como una reunión de antiguos alumnos “con su viejo profesor y un encuentro con un soldado a su cargo durante la guerra” que, entre otros, serán los que le despertarán su inquietud sobre el paso del tiempo y por el futuro de su hija.
Chishu Ryu hablando seriamente (se nota que no lo ha hecho nunca) con su hija.
En otro, centrándose en una secuencia en que se escenifican los conflictos del matrimonio del hijo mayor, habla de uno de esos planos aparentemente “vacíos”, pero cargados de significados: aparece su esposa sacudiendo una estera en el balcón y Marta Peris nos alecciona de que “tal y como explica el plano vacío de la fachada del edificio que abre esta escena, repleta de colchas, edredones y alfombras, se trata de un gesto rutinario que se renueva cíclicamente junto al resto de cuidados de la casa. Por tanto, se puede deducir entre líneas que no se trata de una situación aislada entre el matrimonio, sino recurrente.”
Los tres antiguos compañeros de estudios, dándole al sake. De hecho, como uno de los elementos que hablan de la enorme transformación japonesa, el sake es sustituido en muchas escenas por el whisky de los antiguos enemigos.
Da gusto, al margen de dejarse llevar por esas aparentes repeticiones de trama de las películas de Ozu, bajar de tanto en tanto a observar el desmenuzamiento de sus planos y escenas, esos pequeños detalles que hacen a sus películas, además de tan emotivas, tan consistentes.
En la parada de tren. El tren aparece inicialmente sólo en off, en la banda sonora, pero luego también en vivo en escenas como ésta para, señala muy sugerentemente Marta Peris, ayudar a fijar la idea de la fugacidad de la vida.

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