Se llama "Dead souls" (2018). Quizás porque se habla en ella de muchos desaparecidos. Quizás porque, tras oír el largo relato de cada uno de los entrevistados, aparece un cartelito diciendo que murió posteriormente en tal fecha, Por una u otra cosa, el larguísimo documental de Wang Bing (8h 14 min) nos acerca a eso, a almas muertas, a las que da visibilidad y voz.
Los entrevistados (desde el año 2005 o así) eran los supervivientes que encontró y quisieron salir a explicar sus años recluidos en un centro de reeducación para anti revolucionarios durante la década de los 50. Viejos gritones, gesticulantes, escenificando muchas veces lo que explican, da la impresión de que hablan a raudales porque hasta entonces no habían querido decir nada de esa cuestión, o nadie les había querido escuchar como hace Bing.
El tema de fondo es atroz. A ese lugar fueron a parar gente que había mostrado sus reticencias a la revolución, pero también otras de forma más que arbitraria. Uno de ellos explica que Mao dijo que había un 5% de gente antirrevolucionaria que debía combatirse y, dóciles, como pasa, por cierto, hasta en las empresas ante la más ocasional frase del líder, los jerarcas del partido se impusieron la obligación de apartar, "regenerándolos por el trabajo" al 5% exacto de cada grupo. Si no se encontraba un derechista, se actuaba contra cualquier persona. Primordialmente contra alguien que, por ejemplo, había sido bastante certero en la solicitada crítica al Partido. Pasada una primera etapa, da la impresión que también por un malentendido por jerarcas que querían quedar bien con sus superiores y dijeron que su centro era autosuficiente, llegados los años 60/61, la población apartada de sus hogares empezó a quedarse sin comida. A un trabajo forzado agotador sumaban una mínima, totalmente incompleta, alimentación. La gran mayoría murieron, exhaustos, literalmente de hambre.
Las entrevistas cubren casi todo el metraje de "Dead Souls". Están realizadas en interiores, en las viviendas de los entrevistados, en general sumamente modestas. Sólo de tanto en tanto, Bing hace un movimiento de cámara para hacer aparecer en cuadro a la mujer del entrevistado o seguir las vicisitudes de un espectacular funeral, con el ataúd porteado con gran esfuerzo por un polvoriento sendero que va desmoronándose a su paso. O bien, cámara en mano, se desplaza por lo que queda del sitio de reclusión...hasta dar con unos huesos tirados por ahí de aspecto de lo más humano.
Para la primera parte había reservado entrada, no fuera que, después de los esfuerzos para llegar a verla, estuviera lleno. Viendo que debíamos ser únicamente una docena de espectadores ya no reservé para la segunda. En ésta éramos sólo cinco en la sala del Zumzeig. Me dio la impresión de que yo era el único que repetía, después de haber acudido a una primera parte en que me atacó el sueño y lo pasé fatal.
Miquel M. Freixas, que presentó el film, en esta segunda ocasión nos iba animando: "Ya veréis: la recordaréis toda la vida y estaréis orgullosos de haberla visto. Yo estaba ahí y la vi, diréis". En esta segunda parte, ya más descansado, pertrechado debidamente (agua, caramelos) para no caer derrotado por las más de cuatro horas de vocerío en chino, de proyección sin pausa alguna, conseguí interesarme de verdad por el relato de casi todos los personajes, sin haber de esperar a esos movimientos complementarios de cámara de Wang Bing en busca de la mujer del entrevistado que tiene un gesto o complementa algo parecería que mirando Dios sabe dónde o a esos profundos momentos en que lo que se ve no es el cuadro fijo de una entrevista, sino toda una condensación de contundentes sentimientos. Y estoy finalmente de acuerdo con lo que nos decía Freixas.
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