Suelen tener algo de trampa incorporada esos actos que se anuncian bajo el nombre de “master class”. Cuando es un cineasta quien la da, habitualmente efectúa un repaso de su carrera, proyectando alguna escena de sus películas que pueda ser significativa. La mayor parte de las veces, la “máster class” de marras suele estar alejada de cualquier atisbo de enseñanza para quienes acuden a atenderla porque están estudiando o tienen intención de hacer cine.
No ha sido el caso en la apasionante “master class” que ha impartido hoy Claire Simon en la Bonnemaison, dentro de la Mostra de Films de Dones, aunque ella ha empezado diciendo, sonriente, que no sabía qué era eso. Cualquier estudiante de cine ha podido extraer de ahí una serie de planteamientos sobre cómo afrontar sus documentales que no debieran caer en saco roto.
Al final solo ha pasado un trozo de cuatro de sus películas, pero los cuatro trozos resultantes estaban tallados por un mismo patrón. Si Claire Simon dice que le gusta acudir al interior de lo que filma para captar las historias que allí existen, su dispositivo -que ha explicado en cada caso- y su perseverancia le han permitido captar, al menos en esos cuatro trozos, unos enormes momentos -de lo más emotivos- de verdad.
Ha empezado con un “homenaje a Barcelona”, una Barcelona que todos los espectadores hacen suya en su cabeza al asistir a los detalles logísticos que van apareciendo en una conversación en la que un gestor de una oficina de planificación familiar instruye a una chica de 24 años que quiere abortar y lo hará... en Barcelona. La película es “Les bureaux de Dieu” (2008). Claire Simon estuvo asistiendo a un montón de conversaciones entre los responsables del “Planning Center” y su “público” (así ha dicho que llaman a las madres que se ven obligadas a abortar). Una de las normas de estos sitios es mantener el anonimato de estas últimas, lo que, según la propia expresión de la cineasta, causa ciertos problemas a una documentalista como ella, que siempre desea filmar a cuerpo entero, con rostros descubiertos. La ficción, pensó, puede ser en determinados momentos una solución, siempre a condición de mantener la sensación de brutalidad que va emparejada con lo real: Eligió una serie de actores muy famosos y les hizo representar con sus herramientas todo lo que captó previamente, cuando iba a hacer un documental. “Hice un documental de ficción”, asegura.
En “Mimí” (2003), de donde ha sacado la siguiente secuencia, quiso filmar a una amiga que parecía un archivo lleno de historias sobre su vida. Para ello (la aproximación topográfica la ha destacado como uno de sus elementos más utilizados de trabajo), planteó filmarla en diversos sitios de su ciudad, Niza. Iban recorriendo la ciudad y ella sólo había de esperar que el lugar le evocara el correspondiente recuerdo. En la escena que ha puesto, sin embargo, le llevó a un sitio que no conocía. Sólo es entonces a partir de pequeños, casuales motivos, que consigue una escena toda ella evocación, de un enamoramiento.
En “Le bois dont les rêves sont faits” (2015), Claire Simon se adentró en el Bois de Vincennes y extrajo de él cantidad de insospechadas historias. Y sé lo que digo, porque ésta la vi y hasta hablé de ella por aquí. El resumen que ha hecho sobre el Bois es que es un sitio al que la gente acude en busca de su bien, de lo que es bueno para ella. Quizás la mayor fama del lugar la ha adquirido por la prostitución, pero la escena que ha escogida es bien diferente, y ejemplifica uno de esos momentos de trance con los que es beneficiado su trabajo. En ella entra en contacto con una extensa comunidad camboyana, compuesta de gente que huyó en su día de los crímenes de los Jemeres Rojos. Una mujer se muestra agradecida a la cineasta por hablar con ella -con lo que puede practicar el idioma- y por preguntarle -cosa que ningún francés ha hecho hasta entonces- por las razones en que se encuentran en Paris y no en su país. Toda una lección para todos esos cada vez más numerosos grupos de gente que aborrece a todos “esos invasores que vienen a destruir su cultura”.
Ella explica las razones por las que están en Paris, y no en Camboya. |
El corte que ha puesto sigue con un camboyano que, también halagado por ser preguntado al respecto, acaba llorando delante de la cámara, tras decir que “Al cabo de bastantes años empecé a entender por qué mi padre se quedó ahí. Está claro que era simplemente porque amaba a su país”
Otro hombre llorando es el punto álgido de la última escena que le ha dado tiempo a pasar. Forma parte de “Premières solitudes” (2018), que podrá verse el sábado en la Filmoteca. Tres jóvenes -dos chicas y un chico- de un instituto están, siguiendo el dispositivo montado por Claire Simon, hablando entre sí, preguntándose por cuestiones íntimas, relativas a viejas historias (sus padres) y otras de bien nuevas (el amor, su futuro). El chico confiesa que él, al contrario que su amiga, sí tiene una madre “muy presente”. ¿Y tu padre? -le preguntan entonces-. Él rompe a llorar...
El chico de la izquierda es el que, sorprendentemente, rompe a llorar. |
Una escena, como ella misma ha señalado, que le recuerda a Rohmer, Doillon o Pialat. Escuchar es el secreto, resume por el final, como quien no quiere la cosa, Claire Simon, esta cineasta declarada enemiga acérrima del cliché.
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