viernes, 14 de febrero de 2020

Juan Bufill en Xcèentric

Juan Bufill, sin llevar encasquetado ese sombrero tan habitual en él que lo convierte en gemelo de William Burroughs, se dirige a una esquina del proscenio y empieza a explicar, con ganas, el desplante que suele haber por estos lares hacia el cine experimental y la interpretación de lo que ofrecen sus piezas.
Vaya por delante que no me atrae demasiado el cine experimental. Vamos a ponerlo con énfasis, para que se me echen encima, desesperados, los que han sido tocados por la gracia de su magnetismo: Puedo ver, por ejemplo, las grandes películas experimentales alemanas de los años 20 (Eggeling, Ruttmann, Fischinger,...), sentenciar que me han parecido curiosas...pero no entrarme ganas de volver a ver más.
Con este sentimiento de base fui ayer a ver el programa que el Xcèntric le dedicaba a Juan Bufill, que abarcaba trabajos suyos realizados desde los años 70 hasta hace unos diez años. En mi fuero interno deseaba que alguno de ellos fuera del estilo de uno de sus primeros Super-8, “Los caramelos”, que recordaba como un muy sencillo cine familiar/experimental, con planos muy cortos, de pocos fotogramas cada uno, cámara movida con bruscos movimientos, pero que dejaban ver el variado paisaje que pescaba desde el coche en el que iba con unos amigos recorriendo, creo, la costa croata. Viendo los nombres de la lista de títulos que componían el programa, no tenía grandes esperanzas, hasta que di con el de “Villa Dionisia” (2003) y la explicación que sobre él daba en el programa (retrato de unos lugares que para mí significaban la idea de infancia y veraneo en un lugar de montaña -Puigcerdà-; filmando la infancia de mis hijos,...) y me puse a afrontar con mayor serenidad de ánimo la sesión.
Luego vi que hasta en el “Villa Dionisia” lo que predominan eran las búsquedas visuales rastreando los elementos del tejado de la casa, las sombras del jardín o los reflejos del lago, pero debo decir que he encontrado en cada una de las piezas mostradas (es verdad además que de duración muy comedida, pues están en general sobre los cinco minutos cada una) cosas de interés, no haciéndoseme pesadas y, por momentos, hasta todo lo contrario.
Empezó Bufill, en su presentación inicial, diciendo que prefería no decir gran cosa de las películas, y que se reservaría para comentarlas después de su proyección, y menos mal, porque si llega a querer decir más estamos aún sin verlas. Explicó con detalle qué era lo que había querido hacer y el análisis sobre qué le había salido en cada una de ellas. Pongo yo ahora aquí solo algunas palabras sobre cada una de las pasadas además de “Villa Dionisia”:
La primera (en la proyección y en su realización, porque se respetó el orden cronológico) fue “Colorespacio”, la más sencilla y rudimentaria de todas. Se trata simplemente de una cámara que se fija sobre objetivos monocromos (dominando un cielo que vira del azul radiante inicial hasta un tono bastante apagado). Ya nos había avisado que ni ésta ni ninguna otra tenía banda sonora, pero al ser la primera nos hemos enfrentado durante su pase a ese poco habitual (teórico) silencio provocado. En algún momento el chirrido periódico del muelle de algún asiento nos hizo pensar si había alguna asistente que quería boicotearle la sesión, pero finalmente se pudo deducir que no era así.
El concierto de ruidos ambientales fue, sin embargo, una vez ya aislado el ruido de ese muelle inmisericorde, bastante rico. Por la pantalla se constataba la presencia de agua y quizás eso despertó la simpatía de muchos cuerpos de visitantes que recordaron estar constituidos principalmente por agua: empezaron a sonar por aquí y por ahí bastantes tripas, reflejando una notoria actividad gástrica, mientras que se distinguían igualmente tránsitos de fluidos y toses por bastantes gargantas.
“Ver piedras/Signos de sol” (1988) se inicia con la visión de formas de rocas que parecen volcánicas, para luego ser recogidas con la cámara otras mucho más redondeadas, que reproducen las formas de aves y otros animales. Entre tanta roca, por mucha forma animal que se distinga, a mí personalmente me gustó captar la presencia de unas piernas o de algún fugaz cuerpo humano, lo que puede llegar a pensarse que es producto de un despiste del realizador, pero yo creo que no es así, que él es bien consciente y lo deja ahí para dar un hálito humano a la cosa. Después empezó el concierto de juegos lumínicos con los reflejos de luz solar en el agua del mar, que se repitieron también en buena parte de los films posteriores. En algún momento esos agitados reflejos de luz trazan unas caligrafías como las de Michaux. En otros momentos son las propias rocas (alguna muy parecida a ciertas esculturas de Henry Moore) las que ofrecen una consistencia muy similar a la del cuerpo humano, llegando al paroxismo cuando unas alambradas oxidadas se clavan en ellas como la mano esculpida por Bernini en el muslo de aquella estatua de la galería Borghese.
En “Invisible visible (la luz animal)” (2004) se vuelven a ver reflejos en el agua que al ser filmados resulta que recogen cantidad de información, que sólo se visualiza mediante la ralentización o la parada de la imagen, dejando de hacer circular los fotogramas. Se pueden apreciar entonces letras, números, calaveras, y toda una variada fauna.


Empieza el concierto de reflejos en el agua, ofreciendo símbolos, grafías, de todo.
La “Pirámide” (2002) del siguiente título proyectado está rodada en Guiza (Egipto). Juan Bufill la hace danzar de lo lindo.
De “Museo (Guggenheim Bilbao)” (2003), Bufill mismo ha dado la clave en la presentación al explicar que Gerhy lo vio y pensó en su entorno, rodeado de agua. Las torcidas paredes chapeadas del edificio, troceadas por la cámara de Bufill en barridos constantes, parecen ser si no el oleaje de un mar embravecido como mínimo unas grandes velas marinas. Como acabo de ver y seleccionar la secuencia, me he acordado de “Nosferatu” en el que el barco en el que llega el cuerpo del vampiro, ya vacío, con toda la tripulación muerta, se acerca a tierra con las velas extendidas y las olas se convierten en las ondulaciones de las cortinas al viento de la casa donde Ellen presiente esa llegada.
Con”Signaturas (síntesis)” (2006) y “Sunny Swing” (2010) le da otra vuelta de tuerca al tema de los reflejos solares en el agua del mar. En el coloquio Bufill ha explicado que para hacer este tipo de películas se mete en el agua del mar o de un río de los Pirineos hasta casi la cintura y se pone a filmar. Que ha llegado a pensar que ha tenido la suerte de vivir en el Mediterraneo y, como otros realizadores experimentales como Stan Brackage vivían en aguas predominantemente heladas, le dejaron a él un campo casi inexplorado. No es del todo cierto, porque eso de ese tipo de reflejos, es verdad que bastante más relamidos, era casi una constante ya en los años 50 y 60, llenando los concursos de cine amateur, pero es verdad que éstos buscaban -y acompañaban con música al-hoc, un ballet estético de imágenes, mientras que Juan Bufill parece descubrir y da a descubrir una y otra vez formas y entes misteriosos que están ahí, pero que normalmente no se descubren.
Genial la anécdota que explicó, a este respecto, en el coloquio (que fue, en buena medida, largo monólogo: se le veía muy contento de poder volver a enseñar su obra y explicarla a la gente allí reunida y se explayó de lo lindo). En la playa de San Salvador coincidió con unos que se colocaron con un ácido y empezaron a alucinar de las formas que adoptaban los reflejos del sol en el mar. Un poco -recalcó- como los alucines con absenta que conseguían los impresionistas y les permitía pintar sus cuadros. “¡Yo veo eso siempre, sin necesidad de colocarme!”, les aseguró.
Tanto habló que me parece que el vigilante jurado del CCCB excedió su límite horario para el cierre de puertas. Pero salieron en su discurso cosas de buen interés, calificando su cine como de abstracción lírica, explicando que hace el montaje con la cámara, ya en el momento, con el ritmo y alternancia del rodaje, o que no pone música en sus películas porque eso mataría el ritmo de sus imágenes.
Creo que es la falta de perfección formal de sus películas (espero que ni él ni nadie de su entorno se tomen a mal esta expresión que intento sea únicamente descriptiva de una textura, de un tipo de movimiento de cámara, de cierta brusquedad de montaje) la que les da vida y hacen que la experiencia de la visión de todas ellas las haga simpáticas y se convierta en satisfactoria hasta para mentes obturadas para este percal como las mías.
Y llegado a este punto al que ya nadie llegará, me doy cuenta de la bárbara longitud de estas notas. Sin duda ha influido el que un par de personas me hubieran amenazado ayer con leer esta mañana lo que escribiera y eso me ha envalentonado y dado alas para soltar todo este rollo. Ellas y el cine experimental me perdonen.

Buscando a ver si por internet encontraba el cartel del antiguo “Hotel del lago” e el de Villa Dionisia, que aparecen en algún primer plano de la película de ese nombre, he dado con esta postal de la casa, que en el film nunca se ve en un plano general como éste.

lunes, 10 de febrero de 2020

Amarcord

La aparición del mítico Rex.
Está muy bien ese inicio con los milanos volando por toda la ciudad, anunciando la llegada de la Primavera...
El árbol (había puesto la encina, pero me temo que es otro tipo de árbol, del que no conozco su nombre) del Voglio una dona!
“Amarcord” (Federico Fellini, 1973) forma parte de ese pequeñísimo grupo de películas de las que te acuerdas de casi todas sus escenas, por tiempo que haya pasado desde la última visión. Ha entrado a formar parte del conocimiento personal y colectivo, hasta bien dentro. El jocoso recuerdo de cada uno de los profesores escolares, el pobre loco que se sube a un árbol ygrita angustiosamente “Voglio una dona!”, el misterio de un día de espesa niebla, la salida en barcas para divisar el paso del Rex, el día de la fuerte nevada que hace salir a la gente para ver caer los copos hasta de la sesión del cine Fulgor,...
La comida familiar.
Queda entonces redescubrir pequeños detalles olvidados sorprendentemente, porque se descubren muy buenos: ese barbero contando a sus parroquianos que fue el hijo número 14, por lo que su padre, desesperado, le puso por nombre Definitivo. Ese presumido empresario de cine, que disfruta orgulloso siendo llamado Ronald Colman. El mandatario fascista obligado a decir frases definitivas, soltando eso de “Juventud granítica” para valorar públicamente a los chicos que le dedican un ejercicio. Esa prueba definitiva (ahora todo me aparece como definitivo...) de amor que el ridículo tío fascista dice que le ha dado una porque le ha ofrecido su “intimidad posterior”.
La Gradisca yendo de paseo con sus amigas.
Muy bien. Un auténtico placer, pues. Si no fuera porque ayer domingo hasta se agotaron las entradas y la sala Chomón de la Filmoteca estaba abarrotada, con lo que el calor animal, acompañado de la potente exhalación de alguna próxima digestión difícil, se hacía insoportable. Eso y que mi vecino de butaca (y yo sin escapatoria posible), reía y gesticulaba ante todas las gracias y, sobre todo, iba canturreando por lo bajinis íntegramente la brillante música de Nino Rota, dando un auténtico concierto de rumor de fondo. Un placer, digo, que se me convirtió por momentos en tortura.

Bram!




Algo debería decir del Bram!, la muestra de cine de Castellar del a Vallés, que este año se desarrolla del 6 al 16 de febrero. Programan, además de otros actos, como conciertos y exposiciones, películas recientes que han alcanzado un cierto éxito.
Poca broma. De entre las que aún quedan por pasar que ya he visto, cosas tan recomendables como:
- El viernes 14, a las 19h, La hija de un ladrón (Belén Funes). La que más cercana está del tipo de cine que predominantemente escogen, pues no andaría lejos de unos hermanos Dardenne, por ejemplo.
- El mismo viernes 14, a las 22h, Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, una realizadora que hace mirar el futuro del cine francés con esperanza).
- El sábado 15 a las 22h, una que a partir de hoy no tendrán ningún problema para que se llene la céntrica, amplia y moderna sala (El auditorio Miquel Pont) donde tienen lugar las sesiones: Parásitos (Bong Joon-ho).
- El domingo 16, a las 21h, El oficial y el espía (Roman Polanski). Un peliculón de este octogenario...
Ocasiones varias garantizadas, pues, para darse un garbeo por un extremo del Valles.




 

sábado, 8 de febrero de 2020

Un cinéfilo en el Vaticano

Me he leído este librito de Román Gubern en un suspiro (bueno: en varios, pero se puede hacer en un abrir y cerrar de ojos) y, a parte de recuperar el gusto por los Cuadernos Anagrama, he apreciado también el retrato que te proporciona de su autor.
Lo de los Cuadernos Anagrama (o Tusquets, o Marginales) de la época era una costumbre benefactora. Regresando de alguna salida nocturna procuraba hacer una última parada en un Drugstore, esos inventos de los años 70/80 que ofrecían buenos libros a altas horas de la noche. La opción de uno de estos pequeños ejemplares como lectura nocturna hasta que venciera el sueño estaba siempre ahí y era de las más escogidas.
Digo que este "Un cinéfilo en el Vaticano" permite trazar un retrato de Román Gubern porque está realmente escrito en primera persona y proporciona bastantes ejemplos sobre su personalidad. Es un libro muy bien documentado, del que puede uno sacar una idea bien establecida sobre las posiciones de los Papas y la Iglesia con respecto al cine, sobre los dogmas cristianos y las pinturas y películas que han tratado sus grandes temas religiosos. Es un libro de un erudito, pero también permite una notable diversión por los tradicionales y malévolos apuntes de Gubern (sobre, por ejemplo, el inglés de Sarita Montiel, la interpretación de alguna escena de los frescos de la Capilla Sixtina, las muestras de somnolencia de Zavattini, o la muerte de Juan Pablo I).

Además, el librito ha conseguido ponerme los dientes largos. Siempre he desarrollado una gran curiosidad por conocer los intríngulis patrimoniales y organizativos de ese estado tan peculiar que es el Vaticano. Una curiosidad no dejada satisfacer por el ejército vaticano, en forma de un guardia suizo de esos vestidos del siglo XVI que me barró a lo bestia el paso cuando una vez intenté, inocente, seguir calle arriba por el núcleo urbano más allá del espacio reservado para los turistas.
En otra ocasión, pese a mi aversión a subir a pie escaleras, me apunté a ver la cúpula de la Basílica de San Pedro para intentar atisbar desde las alturas alguna de las cosas ocultas a los que no gozan de pasaporte eclesiástico vaticano. El premio de la subida fue ver desde el aire la terminal ferroviaria del Vaticano, pero Gubern ha conseguido, sin subir escalera alguna y sin necesidad de ser nombrado cardenal (que es a lo que yo apuntaba para tener carta abierta por el recinto, y poder así también ver la Capilla Sixtina sin agobios), conocer por su cuenta, sin esconderse de los de la Guardia Suiza, pues a él le han abierto el paso, los diferentes servicios del Vaticano, como esa Farmacia que dice, y gracias a él nos enteramos, dispone de la más amplia gama de medicamentos de todo el mundo.
La fotografía de Román Gubern, que apareció en El Periódico, es de Manu Mitru y la de un guardia suizo ante una calle vaticana con apariencia de mucho más privada que la que yo intenté, curioseando, recorrer, la he sacado de Depositphotos.

viernes, 7 de febrero de 2020

Fellini 8 1/2


También “Fellini 8 1/2” (1963) se inicia con una escena en la que el personaje (la cámara), escapando en este caso de un atasco, se eleva hacia el cielo, para mirar la superficie de la tierra y sus gentes desde ahí. Como en “Andrei Rublev” (1966) o “La infancia de Iván” (Andrei Tarkovski, 1962: la casualidad de haberla visto precisamente ayer...). Quizás obedezca a la intención de los cineastas, en esa época, de elevarse para contemplar con perspectiva su mundo...

En el film acabado de ver hoy en una abarrotada sala Chomón de la Filmoteca la escena acaba, definiéndola como pesadilla, en la caída libre desde las alturas. Sigue luego otra escena en un escenario casi de Kubrick, en un interior de un balneario, para pasar luego al escenario principal del film, los jardines del gran balneario al que se ha ido a refugiar el creador para ver cómo saca del atasco su film. Toda una colmena de personajes rodean y desesperan a Marcello Mastroianni, hasta que de pronto aparece Claudia Cardinale, que corta de cuajo y deja muda la banda sonora.

Borrachera de recuerdos de infancia, con sueños en que aparecen sus padres (impagable esa escena en el cementerio, en la que su padre le recrimina como quien no quiere la cosa la poca altura del techo de su mausoleo), atropellado revoltijo de pensamientos, pesadilla de encuentros, sugerencias, peticiones de gente próxima que atosiga al realizador en escenas convertidas ya en icónicas o no, que agotan al espectador hasta que, de repente, un instante único te justifica todo ese calvario anterior. Y no siempre corresponde a una nueva aparición de Claudia Cardinale.

Y la redención -si hiciera falta- de toda la película mediante su famosa escena final, junto al mar, con la Epifanía del niño dirigiendo a esos destartalados payasos, Marcello haciendo evolucionar a toda la troupe, volviendo a la esencia, el origen de las cosas. Y la emoción de la música de Nino Rota otorgando una nueva vida.

La infancia de Iván


Pues será que solo había visto escenas sueltas de “La infancia de Iván” (Andrei Tarkovski, 1962), que cerraba ayer el “Fantagorías del deseo” de la Filmoteca de este año. De otra forma no se entiende que no recordara en absoluto esas imágenes de los cuerpos de toda la familia de Goebbels, colocados estirados en el suelo uno al lado del otro, en el exterior del subterráneo berlinés de los últimos días de Hitler. Son imágenes de esas que se retienen, y más si hubiese sido la primera vez -como tocaba- que las veía.

Se nota la especial mirada y planificación de Tarkovski desde la primera escena. Vemos en ella la cara de Iván y, a continuación, la cámara asciende siguiendo casi en primer plano el tronco de un árbol, hasta lo más alto de éste. Desde esa altura vemos un río y las tierras que lo rodean. La cámara pasa a ser entonces los ojos de Iván, cámara subjetiva, viendo asombrado todo el panorama desde las alturas en vuelo nervioso como el de una mariposa, de la misma forma que al principio de “Andrei Roublev” se apreciaba, con idéntico asombro y satisfacción, todo el panorama ribereño desde las alturas de un globo. Aquí es, inequívocamente, un sueño.

Durante la película se siguen viendo cosas que te remiten a otras películas (como el “Louisiana Story” de Flaherty) y, sobre todo, a películas posteriores del mismo Tarkovski.

Frente al dinamismo de la acción al que parece conducir obligadamente el cine bélico, la película se nutre de tiempos muertos, de espera, de tensión. Unas gotas de agua resuenan por buena parte de los interiores del metraje, quizás enlazando con las de esa boca de pozo del sueño con su madre (te aparece de pronto “El espejo”), mientras que ese agua estancada que lo cubre todo (“Stalker”) se combina con escenas no se sabe si también oníricas como la de los abedules o la de los caballos comiendo manzanas en la playa (ver las fotos colgadas).

Film recorrido de principio a fin o bien por el agua o bien por el fuego. La destrucción de algo que podía ser paradisiaco siempre presente, como en ese grabado de Durero (“Los cuatro jinetes del Apocalipsis”) que también surge por ahí en un momento de la trama.

jueves, 6 de febrero de 2020

Un amico magico: il maestro Nino Rota

Rota, al piano.
‘Un angelo’. Así, como un ángel, lo define Lina Wertmuller, así parece que también le definía y hasta lo dibujaba Federico Fellini.
“Un amico magico: il maestro Nino Rota” (Mario Monicelli, escrita por la gran Suso Cecchi d’Amico, 1999, ayer en la Filmoteca, donde volverá a pasarse el 14 de febrero) son solo 55 minutos que, pese a los importantes nombres de los que la han hecho y aparecen, no tiene sino una realización de lo más funcional. Solo quieren acercarte la figura de Nino Rota, y eso lo consiguen.
Monicelli, conversando en un tresillo con Suso Cecchi d’Amigo y con el pianista Bruno Moretti, explica al inicio el objetivo de su empeño: dar a conocer a alguien que siempre ha sido muy celoso de su imagen, y no le gustaba salir en fotos ni nada parecido (y pasa entonces por la pantalla una filmación de él, tocando el piano...su cabeza ocultada por la pantalla de una lámpara.
Pero digo que sirve para acercarte el personaje: Niño prodigio, profesor, director de orquesta, virtuoso del piano, con la injusticia de ser conocido casi exclusivamente como el músico de Fellini (cuando, según dice Monicelli, cuando empezó a hacer la música de sus películas ya había hecho la de otras 60), compositor de obras musicales de todo tipo (y especialista en traspasar trozos de una a otra). Compositor de música de cine, en fin, “con el mérito de hacer pensar al director que es él el que hace la música”.
Al final del metraje, vuelve a reafirmarse, ahora ya no sé si por Muti: “hecho de la materia de la que están hechos los ángeles”. Y, añade una definición sobre toda su obra que, dice, está recorrida por una vena de nostalgia punzante.
otó explicando que no tiene dinero para su propio funeral.

Y la insólita solución a la que llega.
Podía haber puesto por aquí cantidad de escenas de películas a las que ha colaborado la música de Totó para hacerlas famosas. Pero como sea que aparece en el documental y me pareció desternillante, he escogido “Totó, ré di Roma”, del propio Monicelli. Sobre 1h 26min del enlace de abajo, Totó se despide en su lecho de muerte de su familia, cuando se da cuenta de que no tiene el dinero suficiente para pagar su funeral. Es entonces cuando toma una decisión y en la escena siguiente le vemos en su propio cortejo, con música de Rota: ha decidido ir por su propio pie. Le contesta a su familiar o que deberán decir cuando pregunten por esa extrañeza: “Por razones económicas”.

miércoles, 5 de febrero de 2020

L'Ovidi: El making of de la pel·lícula que mai es va fer

Robada de la web de El Temps, no dice quien es su autor.
Pasó por el Canal 33 hace unos meses y en sus títulos de crédito dice estar producido en 2015. Por él aparecían aún dueños totales de sus reacciones gente como ‘Papitu’ Benet i Jornet... Se trata de “L'Ovidi: El making of de la pel·lícula que mai es va fer (Vicent Tamarit).
Lo iba oyendo, con un ojo en él y otro en otro lado, hasta que una serie de cosas me han robado la atención del todo. Quizás la que más ha servido para haberle volcado todos mis sentidos haya sido, una vez más, el arranque extraordinariamente lírico, ya bien iniciado, de “M’aclame a tu” con el que Ovidi Montllor versionó a Vicent Andrés Esteller (un enlace, abajo). Ahí... ya no hay vuelta de hoja.
Todo va de unas supuestas reuniones para la elaboración de una película sobre Ovidi, al que interpretaría Eduard Fernández... que nunca se llegó a hacer al retirarse de la producción la televisión valenciana. Pero al productor (Carles Miralles) se le ocurre convertir todo eso en un documental. Documental en el que explican sus muchas veces divertidos recuerdos y contribuyen a ir definiendo el retrato gente como Joan de Sagarra, Paco Betriu, Marta Molins, Rosana Pastor (que seguramente estaba también destinada a ser una de las actrices), Pi de la Serra, Raimon, Toni Soler, las dos hijas de Montllor,...
Es curioso constatar cómo todos los que lo conocieron y compartieron momentos con él parecen seguir dándose cuenta de tenerlo muy presente por ahí, por los rincones, un poco como dicen ellos mismos que siempre pasaba, él acudiendo como uno más, sin colocarse en primer plano, pero acabando por ser el centro de atención de la reunión.
Preparación de la película. A la izquierda, Benet i Jorner y Marta Molins. En otro momento explican que Ovidi decía que se había pasado del marxismo al Martismo.
Pasó por el Canal 33 hace unos meses y en sus títulos de crédito dice estar producido en 2015. Por él aparecían aún dueños totales de sus reacciones gente como ‘Papitu’ Benet i Jornet... Se trata de “L'Ovidi: El making of de la pel·lícula que mai es va fer (Vicent Tamarit).
Lo iba oyendo, con un ojo en él y otro en otro lado, hasta que una serie de cosas me han robado la atención del todo. Quizás la que más ha servido para haberle volcado todos mis sentidos haya sido, una vez más, el arranque extraordinariamente lírico, ya bien iniciado, de “M’aclame a tu” con el que Ovidi Montllor versionó a Vicent Andrés Esteller (un enlace, abajo). Ahí... ya no hay vuelta de hoja.
Todo va de unas supuestas reuniones para la elaboración de una película sobre Ovidi, al que interpretaría Eduard Fernández... que nunca se llegó a hacer al retirarse de la producción la televisión valenciana. Pero al productor (Carles Miralles) se le ocurre convertir todo eso en un documental. Documental en el que explican sus muchas veces divertidos recuerdos y contribuyen a ir definiendo el retrato gente como Joan de Sagarra, Paco Betriu, Marta Molins, Rosana Pastor (que seguramente estaba también destinada a ser una de las actrices), Pi de la Serra, Raimon, Toni Soler, las dos hijas de Montllor,...
Eduard Fernández con la hija pequeña de Ovidi.
Es curioso constatar cómo todos los que lo conocieron y compartieron momentos con él parecen seguir dándose cuenta de tenerlo muy presente por ahí, por los rincones, un poco como dicen ellos mismos que siempre pasaba, él acudiendo como uno más, sin colocarse en primer plano, pero acabando por ser el centro de atención de la reunión.

lunes, 3 de febrero de 2020

Portrait de la jeune fille en feu


Cuando vi la película escribí por aquí centrándome, sobre todo, en describir unos cuantos mecanismos cinematográficos que vi muy bien aplicados en ella. El descubrirlos y otras causas ambientales y de otro tipo que te hacen meterte o no en una película me ofrecieron una sesión muy satisfactoria, mientras que a otra gente la dejaron por los suelos, espero que porque no tuvieron el día o el momento apropiado.
En esas líneas ya explicaba que me gustaría escribir también algo para hablar de sus dos escenas finales. Al cabo de un tiempo lo hice y hoy aparece en “La Charca Literaria”. Como indico al principio, es no apto para quien no haya visto la película, quiera verla y no soporte que le expliquen el final del todo, donde se desvela sin cortapisas quien es el asesino.

Karpo Godina en Xcèntric

Ayer, en el auditorio del CCCB.
Da la impresión Karpo Godina, el realizador esloveno que estuvo ayer en el Xcentric presentando sus cortometrajes, de reírse en sus films de todo lo que le rodeaba y querían imponerle. Como los que vimos eran de los años 60 y 70, la diana principal de sus dardos estaba en la sociedad, normas y mensajes comunistas. Pero él mismo revela la triste paradoja a la que se ha llegado en su lugar de origen: se burlaba de los mensajes de supuesta armonía entre los diferentes grupos étnicos (el retrato irónico sobre Vojvodina, Litany of Happy People, 1971), pero ahora ve que existía realmente un país, Yugoslavia, que funcionaba como tal y tan dramáticamente se ha pulverizado; Estaban en un régimen que limitaba sus libertades, pero ahora lo que lo ha substituido es la ultraderecha. Vamos, que no sabe si les arrienda la ganancia.
La chica de “Divjad” (“Juego”), paseándose por la ciudad mientras por la banda sonora suena una musiquilla de nivel de vida.
A la repetitiva “Pupilija Ferkeverk” (1970j, una vez asumido el hallazgo visual de esa chica columpiándose en una zona de Istria inundada, se le ven demasiado, a mí entender (como pasaba por ejemplo en “Els Porcs” de Padrós, rodado también por esa época), sus enormes ganas de provocar, traducidas en un inexperto y a mi entender fallido ejercicio de humor socarrón.


En esta entrevista (que me ha resultado de mayor interés que las películas mismas) habla, entre otras cosas, de esto:

Las obreras del pueblo que conviven en el mismo emplazamiento de los soldados de la guarnición, pero sin contacto alguno. “On the Art of Loving or Film with 14441 Frames”, (1972).

La pieza que, a mi juicio, resaltaba más, “Litany of Happy People” (1971), toda una sucesión de tableaux vivants sobre los diferentes pobladores de Vojvodina, todos “amándose los unos a los otros”.

Sus tres primeros cortos, en 8mm blanco y negro, rodados en el marco del cine-club de Lubjana que fundó, muestran una libertad formal enorme. El primero, sobre todo, rodado en exteriores, “Divjad” (1965), podría pasar por un ejercicio de cámara dinámica y montaje sobre una chica y una ciudad, pero sus formas libérrimas, su música de nivel de vida, seguramente estaban reñidos con lo que imponía el realismo socialista.
El episodio de * I Miss Sonia Henie” (1972) rodado por Karpo Godina, puestos a reírse, se ríe también, en plan parodia desatada, del “Johny cogió su fusil” de Dalton Trumbo.

Los de inicio de los años 70, ya en colores y rodados en 35mm, muestran la solvencia que convirtió a Godina en un reconocido director de fotografía. Siempre con mayores o menores originalidades y aciertos, para mí les sobra esa pesadísima plaga que azotó el cine comprometido de esos años, la abusiva repetición.

El epílogo de Retrato de una mujer en llamas



Cuando vi la película escribí por aquí centrándome, sobre todo, en describir unos cuantos mecanismos cinematográficos que vi muy bien aplicados en ella. El descubrirlos y otras causas ambientales y de otro tipo que te hacen meterte o no en una película me ofrecieron una sesión muy satisfactoria, mientras que a otra gente la dejaron por los suelos, espero que porque no tuvieron el día o el momento apropiado.
En esas líneas ya explicaba que me gustaría escribir también algo para hablar de sus dos escenas finales. Al cabo de un tiempo lo hice y hoy aparece en “La Charca Literaria”. Como indico al principio, es no apto para quien no haya visto la película, quiera verla y no soporte que le expliquen el final del todo, donde se desvela sin cortapisas quien es el asesino.
Aquí, el enlace:


 

sábado, 1 de febrero de 2020

Miradocs 2020

Pere Alberó presentando los documentales de los alumnos de la ECIB.
El BEC (Barcelona Espai Cinema, uno de los pocos cineclubs de la ciudad hoy activos) tiene en su Miradocs una de las propuestas más interesantes. Hace pasar cada año una selección de las mejores prácticas de documentales de las escuelas de cine de por aquí. Ayer, última sesión del ciclo, los protagonistas eran los alumnos de la ECIB, Escola de Cinema de Barcelona.
Una imagen del pueblo occitano de Camille Fabbro, confrontada en “Dans la ville” con otras de la ciudad...
Vimos dos tipos de film, aunque todos englobables dentro de eso que los franceses llamaron “le Je filmé”. Por un lado “Une femme dans la ville” (Camille Fabbro), 27 minutos en los que la alumna, procedente de un pueblecito de Occitania, se muestra de cría en películas familiares rodadas por su padre e incluye alguna escena rodada en su mundo de origen para la ocasión, confrontadas todas con lo que observa por Barcelona, la gran ciudad a la que ha llegado para estudiar cine. Así, a un plano de ella (?) en el metro mirando fijamente el otro andén, le corresponde en perfecto raccord otro de dos vacas también mirando concienzudamente en un pasto. Camille hace notar lo dura que le resulta, viniendo de una vida rodeada de vida vegetal y animal, la ciudad, refugiándose en zonas como la selva del museo de la ciencia.
...como ésta del Museo de la Ciencia, después de haber sorbido en él el frondoso ambiente de la selva amazónica.
Por otro lado vimos una batería de cuatro pequeños films con voluntad autobiográfica de unos dos minutos cada uno: En “La cárcel invisible” Nacho González encuentra por todos lados elementos para simbolizar un cierto acorralamiento personal. Pamela Canos presentó la pieza (“#2 Autorretrato”) que mas me gustó, un soliloquio obsesivo con imágenes de recuerdos fotográficos de ella en su Ecuador natal. Por su parte, Alejandro Gómez pinta -literalmente- su autorretrato, mientras vemos en cuadro su cara en ese momento, hasta que podemos contemplar la desconcertante pero definitoria obra y se despide con una divertida broma. Por último José Donis ofrece una visión personal de su mundo paisajístico, explicado mediante su voz en off. Como se expresa en gallego y en un momento vemos arder el bosque, llegas a pensar si fue coetáneo el rodaje de la pieza con el de “O que arde”.
Alejandro Gómez se pinta frente a la cámara, silencioso y concienzudo -se oye cómo rasga con los carboncillos la superficie del cuadro- su autorretrato.
Cada uno diferente, dentro de ese paraguas de lo autodefinitorio, me ha gustado especialmente ver que no caen en los defectos esos, tan habituales de la gente que empieza, de querer explicarlo todo y hacerlo, entonces, de forma redundante (imagen, música, voz,...).
A la izquierda se intuye el arco del violín de Elisabeth Gea, mientras que Juan Carlos Concha, en la oscuridad de la derecha llena de colores la proyección de un antiguo film sobre Barcelona.
Cómo era la sesión de clausura la cosa acabó con un obsequio adicional: la visión y audición de la “Memoria cromàtica vibrant”, con la intervención en directo de Elisabeth Gea al violín y Juan Carlos Concha Rivero en el ordenador dialogando entre ellos y con la proyección de una película de Promio y otra de Ricardo de Baños que enseñan la Barcelona de principios de siglo, aportando música y pinceladas de colores, y la entrega del Premio Miquel Porter Moix al elegido como mejor documental de este Miradocs.