jueves, 21 de noviembre de 2024

La machine à écrire et autres sources de tracas

Este pintor, con cierto síndrome de Diógenes, al que quieren ayudar a hacer una selección de sus cosas para hacer sitio, me ha parecido el personaje más fabuloso de los presentados. Se observa en él un conocimiento grande de sus temas: música, pintura, libros… Al principio de la secuencia en su estudio, tras denunciar haber descubierto tener un dolor “en el lado oeste, que cree es el más importante”, dice varias veces seguidas que ha encontrado un oasis. Creía que se refería al entorno amable, envuelto de sus libros, discos y pinturas, que había llegado a construir en su apartamento. Me ha costado entender que se refería a la marca de refresco que tiene en la imagen en su mano, que bebe con fruición durante la escena: Oasis.



L’Alternativa - 8 (en sesion en la Filmoteca)
¿Qué pueden tener que ver la máquina de escribir del título, un reproductor de CD o una impresora, todas ellas necesitadas de ajustes, con las funciones del Hospital Psiquiátrico de París?
“La machine à écrire et autres sources de tracas” (Nicolas Philibert, 2024), la tercera pieza del realizador sobre el tema, lo explica.
En un piso de dimensiones muy reducidas vemos a un par de jóvenes esmerándose para reparar la pequeña máquina de escribir de un tercero, el residente del lugar, que está preocupado porque la cinta de la máquina no se levanta al pulsar una tecla y por tanto no queda marcado nada en el papel, lo que le retrasa en su increíble ritmo de escritura de poemas. Sacan destornilladores, la desmontan, y están un buen rato hasta que, felizmente, solucionan el problema.
En la siguiente escena esos mismos se enfrentan a un reproductor de CD que no permite escuchar a su propietaria, que nos ha dado muestras un poco antes de serios problemas de depresión, el disco de Janis Joplin que más levanta su ánimo. Es quizás en este segundo episodio cuando caemos en la cuenta que los dos “solucionadores” no forman parte de una empresa de “manitas”, sino que son personal sanitario asociado a “L’Ardamant”, el hospital de día para enfermos mentales de la película del año pasado de Nicolas Philibert, o al Hospital Esquirol, o, concretamente, a sus pabellones “Averroes & Rosa Parks” de la de este año.
En la película sólo se presentan cuatro lugares a los que asisten, cuatro casos (uno doble, pues en la pieza visitada hay dos enfermos), pero tratados de una forma que te haces cargo tanto de sus problemas como de su inmensa humanidad. Y, posiblemente, sacas la conclusión de que, si los visitantes tienen éxito en sus trabajos no es por haber hecho funcionar de nuevo la máquina de escribir, el CD o la impresora o haber logrado hacer un sitio a ese pintor que ha ido acumulando en su estudio tanto libro, pintura y discos que apenas podía moverse, con suponer eso ya un alivio fuerte para todos ellos, sino por haber vencido por un tiempo su terrible soledad.
Me confieso entregado por completo a estas tres películas de Philibert. Si en anteriores suyas era capaz de hacernos interesar por los subterráneos del Louvre, los animales disecados del Jardin des Plantes o hasta por una gorila, en esta trilogía enfrenta de lleno al espectador con algo superior: con personas, unos cuantos enfermos mentales de diferente grado, sí, pero que no pueden sino convencerte humanamente.
En ésta me gusta especialmente, además, la relación que vislumbras ha alcanzado Nicolas Philibert con los pacientes. Aunque sin aparecer en pantalla, está ahí, enfrente de ellos, captándoles frontalmente con su cámara, sin que se alteren en absoluto. En algún momento se ve, por ejemplo, como una de ellos le ofrece un bombón, llamándole por su nombre. Eso es, seguro, producto de horas y horas manteniendo diálogo y bienestar con ellos.
Hasta me sabe mal que se haya acabado ya la trilogía.

Escena inicial: Paciente con dos supuestos técnicos, intentando solucionar el problema de su máquina de escribir.

La oyente de Janis Joplin, que sólo se relaciona con alguien para ir a comprar su comida, esperando a vir si le reparan su reproductor de CD.

El que viene a arreglar el problema, ante la impresora que no sabe manejar el paciente (a la izquierda). En esta misma pieza aparece luego otro paciente, con apariencia de estar pasando por un estado depresivo mucho peor. Le preguntan qué le gustaría hacer en la vida, a lo que responde con un largo silencio… seguido al cabo de mucho rato por un “No sé”.
 

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