sábado, 29 de junio de 2024

Obediently yours: Esteve Riambau

David Lean, en su silla, recibiéndonos desde la pantalla. A la derecha, Oscar Fernández Orengo, atento a todo con su cámara.

Una fila cero que era, en realidad, la fila diez. Esteve Riambau con familia y equipo de la Filmoteca. Muy cerca suyo, de negro, su sucesor, Pablo La Parra. Mariona Buzzo, la responsable del servicio de restauración y conservación de Terrassa, de pie, tapa al anterior director, Roc Villas.

Con la Consellera de Cultura.

Y con Octavi Martí y Rosa Vergés.

Lleno absoluto ayer en la Chomón, la sala grande de la Filmoteca, y poco antes, al llegar, ambiente de gran acontecimiento, reencontrándose gente que hacía mucho tiempo que no se veía. Seguramente nadie había ido atraído irresistiblemente por las cuatro piezas cortas programadas, aunque éstas estaban, ciertamente, muy escogidas para ligar con el objetivo de la sesión.
Y es que Esteve Riambau se despedía de la Filmoteca tras catorce años, que no son pocos, como su director. Las cuatro piezas hacían mención de cuatro aspectos de Riambau en su íntima relación, a lo largo del tiempo, con el cine, y podían servir, entonces, para encauzar un poco la verdadera pieza fuerte de la sesión, esto es, la conversación a desarrollar con él por parte de Octavi Martí (que compartió con él, además de la crítica en revistas cinematográficas, gestiones directivas en la misma Filmoteca) y Rosa Vergés.
“Obediently yours: Esteve Riambau”. Así tituló su sesión de despedida él mismo, cortésmente, al tiempo que citándonos, desde un principio, su permanente ligazón con Orson Welles.
Se apagaron las luces y en una esquina delantera empezó a sonar Nino Rota, interpretado por Maurici Villavecchia (acordeón) y Horacio Fumero (bajo), para enlazar en seguida con el tema de “El tercer hombre”. Acabadas estas piezas, que sonaron extraordinariamente bien, en la pantalla se desarrolló de forma encadenada un carrusel de fotos que hablaban, desde la ceremonia de colocación de la primera piedra y luego la inauguración en 2012 del edificio en que estábamos, hasta la llegada en 2024, entre otros, de Bela Tarr (la foto del cual, por cierto, cierra el reciente libro de retratos de los “Cineastxs” que han pasado a lo largo de los años por la nueva sede de la Filmoteca en el Raval), de doce años intensos, ricos en proyecciones y grandes nombres del cine paseándose por Barcelona.
-¡Qué bien planificado que lo tenía todo! -me digo, disfrutando de un carrusel (¡debería colgarse públicamente!) que desmiente la idea que tenía en la cabeza, de que Esteve Riambau no había cambiado nada: las fotos proyectadas demuestran que sigue igual, pero en mayor. Fue lo que poco después, a la vez que desmintiendo mi idea formada, porque comentó que esa parte había sido una sorpresa que no se esperaba, caracterizó como “desfile de peluquería, cada vez menos cabello y más blanco”.
Tras el carrusel se encendieron las luces y apareció él acompañado por la Consellera de Cultura, Natalia Garriga, accediendo a un atril que dejó claro él tampoco había hecho colocar ahí. Sin dar aún la voz a la Consellera, accedió al micrófono:
—“Por alusiones me toca hablar”. E inicio una larga ronda de agradecimientos a su equipo, a entidades y al público.
Dejando en evidencia que la inexpresividad que le adjudicaba Jacinto Antón el otro día en un artículo de El País tenía sus grietas, por primera vez en la vida, después de haber alargado ya antes sospechosamente una frase, vi que se le rompía la que estaba diciendo por la emoción: estaba señalando unas rosas situadas encima del piano de cola de la otra esquina, y evocando a Joan Pineda, como él médico, quien había acompañado con su música en ese piano innumerables films del periodo mudo.
La Consellera de Cultura habló como tal -elogiando como se debe la labor realizada estos años-, pero sobre todo como amiga, en un discurso que no se vio nada formal ni distante. Acabó -volviendo a su cargo- indicando que estaba a punto de salir del horno la Llei del Institut de la Filmoteca, que iba a significar la emancipación de la institucion (habrá que estar atentos), y acabó fundida en un abrazo con el homenajeado.
El mismo Esteve Riambau llamó a subir entonces al ‘stage’ a Octavi Martí y a Rosa Vergés, justificando la presencia de la segunda explicando que en una antigua conversación le dijo que organizaba tan bien las cosas que querría que le organizara su funeral. De éste orden debía pensar era lo que estábamos celebrando…
Confieso que esperaba con ansiedad las preguntas de Octavi Martí, seguro de que tendrían un buen mordiente. Empezó confirmándolo, ya que la primera pregunta que le hizo hacía alusión a los cabellos blancos que Riambau había visto florecer en su cabeza en las fotos. Recordó una frase (precisada su autoría y detalle por Riambau, siempre con una memoria prodigiosa para estas cosas, como demostraba de otra manera en las increíbles sesiones en las que actuaba de traductor) de Serge Toubiana, entonces director de la Cinematheque Française y a la sazón enarbolando unas notorias canas: “Hay que hacer la guerra a los cabellos blancos”. La pregunta era, claro, para saber si se había ganado la guerra y logrado una audiencia joven en la Filmoteca, y Riambau contestó con los ejemplos de los casos de las visitas de Tarr y de Ernaux, que es verdad distaban mucho del público medio -sobre todo inicial- de las salas del Raval, esto es, jubilados llevando una bolsa del Caprabo con varias de sus existencias.
Pero en general tuvo Esteve Riambau suerte de contar con dos personas que le facilitaron, con sus preguntas que parecían compradas, efectuar un repaso bastante completo, cada uno con su respectiva anécdota asociada, a los diferentes servicios y actividades desarrollados por la Filmoteca. Se pudo extender, y surgieron de ese modo explicaciones sobre la ubicación de las salas en un barrio tan conflictivo (confesando Riambau la inicial existencia de advertencias de amenazas chungas -“la última fila estará siempre llena de pajilleras”- y apocalípticas), la colaboración con instituciones (y las múltiples complicidades establecidas), el orgullo por la nómina de invitados recibidos (no hubo forma: Martí y Riambau acordaron callarse algún que otro fiasco que tuvieron, y no se movieron de ahí), la reunión en Barcelona de la FIAFF, los políticos que se acercaron alguna vez (dos ex-presidentes de la Generalitat: Pujol-de quien Riambau explicó que estaba preocupado por la posible obsolescencia de todo esto del cine y a quien, a parte de esto, sólo le sacó su aprecio por Cyd Charisse- y Maragall -que se mezclaba discretamente con el público, aunque ya iniciada su enfermedad al poco de inaugurar la sede del Raval-, para tener que esperar a estos últimos años para que un President en activo -Aragonés- pisase la Filmoteca).
Y las preguntas de esos dos entrevistadores decididamente vendidos a la causa también sirvieron, por sí fuera poco, para repasar el estado del arte del cine y la conservación del mismo. Esto es, lo incierto y caro, paradójicamente, de la solución digital, debido a los constantes cambios de tecnología, volviendo a efectuar Riambau esa aseveración que a primera escucha extraña, de que es el soporte analógico el único que por el momento ha demostrado poder garantizar su conservación.
Así las cosas, viéndose Riambau tan amablemente entrevistado, cuando en realidad se esperaba recibir preguntas comprometedoras, casi fue él mismo el que estuvo a punto de lanzar los dardos. Ajeno al proyecto arquitectónico de la sede del Raval, acordado cuando aún no estaba en el cargo, confesó que tuvo el morbo suficiente para ir a ver los otros proyectos presentados, si bien no explicó nada de ellos. Cuando Octavi Martí le preguntó por las secciones adicionales a las salas de exhibición (biblioteca, sala de exposiciones, archivo,…), refiriéndose a ellas como “la parte sumergida de la Filmoteca”, se le vio aliviado contestar que pensaba que se refería a las inundaciones que sufrieron y que tanto mal les hizo. Y así…
Con todo esto nos acercamos a los noventa minutos de conversación larga y sustanciosa, cuando yo temía viendo el programa que, como suele pasar en estos casos, faltase tiempo por todas las costuras.
Pasamos finalmente a lo que Riambau llamó “la degustación” planificada. Dos piezas que justifican su amor y dedicación al cineasta Chomón y a la productora Laya -hasta el punto de nombrar así las dos salas-, un recuerdo de su sempiterno Orson Welles mediante una película rodada cuando debía tener 19 años y un cortometraje de su propia autoría.
Aunque quiso quitar hierro a lo que era y significaba en su vida este momento del relevo, ¿qué más claro que acabar la sesión de su despedida proyectando un cortometraje que, como él mismo confesó, hizo para homenajear a sus padres?
Quiero, por un momento, ponerme en la mente de Pablo La Parra, el que será a partir de julio, de aquí a dos días, nuevo director de la Filmoteca. Se le veía bien, tranquilo y divertido, incluso cuando, acabada la sesión, Esteve Riambau, como se debe continuar haciendo tras las ceremonias de boda, le pasó el ramo de novia (ver las fotos, como todas, de muy mala calidad, ya sea por la distancia a la que me toco la butaca en una sala Chomón llena, ya sea por la poca luz del entorno). Viendo todo lo que vio durante esas casi dos horas y media, debía pensar internamente que vaya el nivel al que le había situado la apuesta. Realmente difícil de alcanzar.
Se me hizo otra vez demasiado largo el escrito, y lo publico más tarde de lo habitual, pero es que luego aún hubo cena, y traslado tardío a casa, y luego ponte a escribir dando cuenta de tanto. No es fácil, y no supe, dar dos o tres notas clave. Podría haber dicho, eso sí, que fue una de las noches clave de la Filmoteca.

No sé quién de su equipo tuvo la feliz idea de darle un ramo de flores, de novia. Él miro de reojo a su sucesor…

Y le encasquetó el ramo.

Óscar Fernández Orengo se percató y pidió, para la posteridad, la repetición de la jugada.

Y ahí que la inmortalizó.

Al llegar a la Filmoteca, caras conocidas en -a veces- reencuentros. Por ahí estaban ya, entre otros muchos, los de tierras gironinas Imma Merino y Àngel Quintana, y más tarde, en el vestíbulo y abajo las caras conocidas se repitieron un montón. En la foto Tomas Delclós junto a Martí Rom, quien está oyendo decir, encantado, a Ferran Alberich que la restauración de su “Miró i Mont-roig. D’un roig encés” ya está casi a punta de caramelo, y valorando aspectos de su primeriza puesta en escena.
 

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